Los Cabos 2019: HISTORIA DE UN MATRIMONIO y el doloroso proceso de separación

Por Eric Ortiz García (@EricOrtizG)

La primera secuencia de Historia de un matrimonio (Marriage Story, 2019), de Noah Baumbach, no podría (aparentar) ser más amorosa. La voz en off de Charlie (Adam Driver) describe lo grandiosa que es su esposa Nicole (Scarlett Johansson) y viceversa. Es un momento que, a primera impresión, no va a acorde a lo que nos tiene acostumbrados el director de cintas como The Squid and the Whale (2005) y Los Meyerowitz: La familia no se elige (Historias nuevas y selectas) (The Meyerowitz Stories (New and Selected), 2017). Y es que el divorcio, más no una pareja funcional, ha sido claramente uno de los temas predilectos de Baumbach a lo largo de su trayectoria, esto, obviamente, por razones personales: los padres del cineasta se divorciaron cuando era niño y él mismo pasó por este doloroso proceso hace algunos años.

Aunque esa mencionada secuencia inicial podría indicar lo contrario, muy pronto nos damos cuenta del panorama completo: Historia de un matrimonio es también una historia sobre el divorcio, de hecho me atrevería a apuntar que es la cinta de Baumbach definitiva sobre el tema.

Charlie es un exitoso director de teatro (aunque lejos de tener dinero de sobra), cuya compañía está a punto de estrenar su primera obra en Broadway; Nicole, por su parte, es una otrora actriz de Hollywood que, eventualmente, se mudó a Nueva York con Charlie y se volvió parte de la compañía teatral de su marido. Por razones que vamos a descubrir poco a poco, la pareja y padres de un niño (Henry, interpretado por Azhy Robertson) ha decidido separarse. Y, dentro de lo que cabe, todo parece que estará bien y que no existirá mayor conflicto, dado que ambos han acordado ni siquiera recurrir a abogados, además, ambos tienen contemplado vivir en Nueva York una vez que ella termine de grabar un piloto de una serie de televisión en Los Ángeles. Sin embargo, Baumbach parece decirnos que así como el matrimonio perfecto no existe, muchísimo menos un divorcio sin problemas.

Una vez que los abogados se involucran y surge una disputa seria porque Nicole quiere permanecer con su hijo en Los Ángeles, mientras que Charlie no planea abandonar Nueva York (en la más pura tradición de Woody Allen, aquí se hace mucho énfasis en esa eterna riña entre NYC y LA), Historia de un matrimonio se convierte en un filme desgarrador, aunque –como ya es característico con Baumbach– el humor y los personajes memorables están siempre presentes.

Más allá de Driver y Johansson, ambos de impecable trabajo, se tiene que destacar al ensamble actoral completo, porque los personajes secundarios son esenciales para ese toque genial de la cinta. Julie Hagerty es un deleite como Sandra, la mamá de Nicole que, a pesar de todo, va a continuar tratando a Charlie como su propio hijo. Merritt Wever, como la hermana de la protagonista, se hace notar en la hilarante escena donde Charlie se entera que habrá abogados involucrados en su caso. Laura Dern brilla como Nora, precisamente la experimentadísima abogada que representa a Nicole y a quien sus contrincantes, sí o sí, verán como una “perra”, un término del que Nora seguramente estaría orgullosa. Pero en la otra esquina, ni que decir de Ray Liotta, dando su mejor interpretación en quien sabe cuantos años (en el año de El Irlandés, con Robert De Niro y Joe Pesci de vuelta a la cima, es maravilloso ver que Liotta no se quedó atrás en lo absoluto), como el feroz abogado Jay que defenderá a Charlie y fungirá como el perfecto contrapeso de Nora, luego de que un abogado muchísimo más bonachón (Alan Alda, sensacional como Bert) estaba listo para ceder ante Nora y Nicole y relativamente mantener la paz en la pareja.

Justamente ahí radica la clave de Historia de un matrimonio, Baumbach va revelando gradualmente lo peor del divorcio y, al mismo tiempo, de sus protagonistas. Lo que había comenzado como una disputa amigable, sin abogados y por ende sin gastos exorbitantes, llega hasta una secuencia en la que la pareja se insulta horriblemente, no sin antes hacer énfasis brillantemente en cómo cada faceta del proceso del divorcio es peor que la anterior y, una vez que el conflicto legal es real (como en Kramer vs. Kramer, la principal disputa tiene que ver con la custodia del hijo y el punto de vista está más cargado al lado del padre, con destacadas interacciones entre Driver y el pequeño Robertson) absolutamente cualquier cosa puede usarse en tu contra. En Historia de un matrimonio el divorcio parece ser sólo la punta del iceberg, porque al final del día, en las relaciones amorosas cada parte tiene (y en este caso esconde) su propia perspectiva, sus propias necesidades. Cuando finalmente Charlie lee las palabras que su esposa le había dedicado, como parte del ejercicio psicológico de enlistar las virtudes de tu pareja de la primera secuencia, ya no habrá vuelta atrás.

Cannes 2019: THE DEAD DON’T DIE, divertida y autocomplaciente

Por Eric Ortiz García (@EricOrtizG)

Un subgénero del terror tan clásico como el de los zombies tiene, ciertamente, diversas reglas concretas. Esto es algo que el cineasta americano Jim Jarmusch entiende a la perfección como evidente seguidor del terror clásico en general: de George A. Romero y John Carpenter hasta llegar al Nosferatu (1922), de F.W. Murnau.

Tras explorar el mito de los vampiros en Sólo los amantes sobreviven (Only Lovers Left Alive, 2013), Jarmusch ahora aborda el apocalipsis zombie en The Dead Don’t Die (2019), consciente de los pasos que una cinta de este subgénero tiene que seguir. En ese sentido, Jarmusch no pretende cambiar su gastada estructura, haciendo énfasis, por ejemplo, en el origen del fin del mundo y de otros sucesos extraños (que en este caso tienen que ver con el fracking polar y la desviación del eje de la Tierra), y en las bien conocidas características del muerto viviente: continúan sintiendo atracción por lo que disfrutaban cuando estaban vivos y, para eliminarlos, no hay de otra más que atacar su cabeza.

Es en lo reiterativo de las cintas de zombies donde Jarmusch encuentra su disfrute, inyectando un constante tono absurdo que lleva a geniales momentos cómicos, de la mano de, sobre todo, los oficiales del pueblo americano de Centerville, interpretados por Bill Murray y Adam Driver; y una Tilda Swinton memorable, como la extraña extranjera que atiende la funeraria local y que tiene un gusto por la cultura japonesa (es experta en manejar las espadas samuráis).

Con una cinta como Ghost Dog: El camino del samurái (Ghost Dog: The Way of the Samurai, 1999) en mente, es obvio que más allá de las convenciones del género, The Dead Don’t Die, así como en su momento Sólo los amantes sobreviven, tiene el sello del autor. Mientras que conocemos a otros habitantes del tranquilo pueblo –de un seguidor de Donald Trump (Steve Buscemi), un hermitaño estrafalario (Tom Waits), un empleado de una tienda de servicios y aficionado al terror (Caleb Landry Jones) a un grupo de niños que están en una correcional (estos últimos notables por su truncado arco narrativo)–, también caben las referencias usuales del cineasta a la cultura fílmica, literaria y musical.

Pero en esta ocasión, guiños a Zelda Fitzgerald o a Herman Melville, además de los más obvios si pensamos que se trata de un filme de zombies (el influyente Romero siempre en la mente de Jarmusch) vienen acompañados de metaficción y, muy probablemente, del Jarmusch más autorreferencial hasta ahora. The Dead Don’t Die cumple siempre como una cinta dentro del subgénero única (basta decir que Swinton usa esa espada samurái para decapitar muertos vivientes, o que el humor absurdo no para), pero incluso se siente como una rareza aún si conocemos la filmografía de Jarmusch (en particular el desenlace del personaje de Swinton es desconcertante).

Tan autocomplaciente como pesimista, Jarmusch parece cada vez más interesado en exponer que, como dice el personaje de Tom Hiddleston en Sólo los amantes sobreviven, la sociedad moderna está plagada de zombies adictos al Wi-Fi y, en general, a lo material y superficial. Valiosa pero no llega inmediatamente a lo más destacado de este genial cineasta (donde sí se encuentran sus dos anteriores filmes, Sólo los amantes sobreviven y Paterson).

Texto publicado originalmente en Chilango.

Los Cabos 2018: EL INFILTRADO DEL KKKLAN, divertida y pertinente

Por Eric Ortiz García (@EricOrtizG)

Principios de los años setenta. Los líderes del movimiento de los derechos civiles, como Kwame Ture (Corey Hawkins), continúan llevando su mensaje a los jóvenes afroamericanos. El llamado blaxploitation, con personajes como Shaft y Coffy, los empodera en las salas de cine. El grito de black power resuena en representación del orgullo de la minoría históricamente oprimida y violentada. Y en ese tenor, el departamento de la policía de Colorado Springs, Colorado, contrata a su primer oficial negro, Ron Stallworth (John David Washington). Este es parte del contexto de El infiltrado del KKKlan (BlacKkKlansman, 2018), el nuevo joint de Spike Lee y presentación estelar de la séptima edición del Festival Internacional de Cine de Los Cabos (CIFF, por sus siglas en inglés), donde ciertamente la guerra racial puede hacer explosión en cualquier instante, con la intolerancia y el odio representados por violentos policías blancos, facciones del Ku Klux Klan y líderes de esta organización, como David Duke (Topher Grace), apuntando a puestos políticos.

Si anteriormente Lee usó el setting de los filmes colegiales para tocar temas como el Apartheid o el rechazo hacia los negros de piel clara dentro de la propia comunidad (School Daze), y una obra griega para lanzar un grito desesperado ante la incontrolable violencia en la ciudad de Chicago (Chi-Raq), en El infiltrado del KKKlan recurre a elementos del thriller policiaco para contar la insólita historia real sobre cómo Stallworth encabezó una doble infiltración, primero al ámbito de los activistas negros universitarios, liderados por la jovencita radical Patrice Dumas (Laura Harrier), y posteriormente a las entrañas de una división local del Ku Klux Klan, ayudado por el policía judío Flip Zimmerman (Adam Driver). Ahí yace la tensión de El infiltrado del KKKlan, con Ron ocultando su identidad a Patrice (quien odia prácticamente a todos los policías, incluso si son de color, comparando a estos últimos con los esclavos negros de casa) e inevitablemente desarrollando una relación personal con ella; mientras que Flip tiene que sobreponerse a pruebas y constantes sospechas, particularmente del feroz miembro del KKK, Felix (Jasper Pääkkönen), además de adquirir consciencia de su origen judío como nunca antes lo había hecho.  

blackkklansman poster cinema inferno

Atestiguar cómo un policía negro engañaba por teléfono a los supremacistas blancos del KKK da paso a que El infiltrado del KKKlan sea una cinta hilarante donde Lee, de la mano principalmente de la memorable interpretación del joven John David Washington, aprovecha para mofarse y hasta humillar a los racistas. Tal y como su personaje central Stallworth, quien se define a sí mismo como un hombre que siempre quiso ser policía pero no por eso deja de estar consciente de la lucha afroamericana, El infiltrado del KKKlan es por igual un thriller policiaco cómico y entretenido que otro filme extremadamente pertinente de Spike Lee. Así como Haz lo correcto (Do the Right Thing, 1989) fue una reacción a los tiempos del Apartheid y de la brutalidad policial en contra de los negros en Estados Unidos, El infiltrado del KKKlan es el primer largometraje de Lee desde que Donald Trump se convirtió en el presidente de su país y, a pesar de ser una cinta de época, funge como una respuesta directa al ascenso del republicano.

Si la cinta aborda el abuso policial, los atentados con motivaciones racistas, y a un líder (Duke) que aboga por la segregación racial y por hacer a América “grandiosa otra vez”, naturalmente los paralelismos con la actualidad son más que evidentes. Empero, donde Lee encuentra la mayor tragedia con El infiltrado del KKKlan es que si antes el KKK tomó inspiración para resurgir de un filme como El nacimiento de una nación (The Birth of a Nation, 1915), de D.W. Griffith, ahora los blancos supremacistas no tienen que buscar validación en el cine, ni en uno de los líderes del KKK, sino que finalmente –y como el propio Duke lo había venido buscando– pueden recurrir a la Casa Blanca: “Esto representa un momento definitivo para la gente de este país. Estamos determinados a recuperar nuestro país, vamos a cumplir las promesas de Donald Trump, por eso creímos y votamos por Trump, porque dijo que iba a recuperar nuestro país, y eso es lo que haremos”, dijo Duke en el funesto rally de Charlottesville. Con El infiltrado del KKKlan, Lee demuestra que la América post-racial nunca existió, que el odio triunfó y, en consecuencia, lanza desde su trinchera un enésimo llamado para “despertar”.