Nightstream 2020: MANDIBULES, cine puramente gozoso y con corazón

Por Eric Ortiz García (@EricOrtizG)

A 10 años del estreno de Rubber (2010), la película que dio a conocer internacionalmente al francés Quentin Dupieux, éste, sin exageración, se ha convertido en un verdadero maestro del absurdo. 

Entre 2014 y 2018, Dupieux filmó largometrajes con momentos geniales que, en su intento por representar en pantalla cómo funcionan los sueños (Réalité) o la memoria (Keep an Eye Out), lo llevaron a un sinsentido de difícil acceso, complicado para buena parte de la audiencia (me incluyo).

La nueva película de Dupieux, Mandibules (2020), fue descrita por el festival virtual Nightstream como su trabajo “más accesible” hasta ahora. Tienen un punto, no obstante Mandibules parte de una premisa con el característico toque surrealista de su director. El desarrollo y desenlace tampoco son ajenos a la esencia de su obra. 

Manu (Grégoire Ludig) y Jean-Gan (David Marsais) son dos amigos que no se distinguen precisamente por su gran intelecto, son un par de pobres diablos. Manu es prácticamente un vagabundo a quien conocemos mientras descansa en su bolsa de dormir a la orilla de una playa. Jean-Gan, por su parte, todavía vive con su mamá y trabaja atendiendo el negocio familiar, una pequeña estación de gasolina. 

Al inicio de Mandibules, Manu y Jean-Gan se juntan para una misión muy específica que los hará ganar $500 euros y, en teoría, no debería significarles problemas: deben recoger un portafolio (nunca abrirlo), meterlo en la cajuela de un auto y llevarlo con el destinatario. Los contratiempos no tardan en aparecer, de hecho, todo el plan se altera por una razón digna del también responsable de hacer protagonista a una llanta asesina (Rubber) o un hombre obsesionado con las prendas de piel de ciervo (Deerskin). Los amigos notan un sonido extraño que emerge desde la cajuela del carro que Manu robó aleatoriamente para la misión: con ellos viaja ¡una mosca gigante! 

La naturaleza oportunista de Manu y Jean-Gan, además de su muy peculiar forma de razonamiento –por no decir idiotez–, los hace personajes perfectos para una aventura dupieuxiana basada en lo circunstancial y, claro, en el disparate. Mientras Manu no suele ver lo evidente, se desespera fácilmente y comete errores bobos, Jean-Gan está para poner planes alternativos sobre la mesa, estos van de lo obvio (“¿por qué no sacamos a la mosca y la basura de la cajuela y ya?”, le dice a un Manu rendido) a lo realmente improbable: abandonar la misión principal y mejor ¡entrenar a la mosca para luego mandarla a robar un banco y así hacerse ricos! Manu apoya estas ideas, vaya, ¿qué tan difícil puede ser ganar dinero al domesticar una mosca enorme?

Mandibules es divertidísima, su comicidad va de la mano con esas ideas absurdas y la torpeza de los amigos, también con una serie de causalidades y casualidades: se quedan sin dinero, el camper ajeno que habían tomado violentamente como base de operaciones termina en llamas, no tienen comida, a su auto robado se le acaba la gasolina. Cuando de la nada se topan con Cecile (India Hair), ella confunde a Manu con un amante de antaño e invita a los (aprovechados y deshonestos) protagonistas a su casa de playa, donde conoceremos más del desconfiado hermano (Roméo Elvis) y de la extravagante amiga Agnès (Adèle Exarchopoulos… la magnífica actriz de La vida de Adele). 

No compararía automáticamente a la pareja principal de Mandibules con aquella famosa dupla de idiotas encarnada por Jim Carrey y Jeff Daniels, porque estos últimos actúan de manera mucho más exagerada. De hecho, es Exarchopoulos la que termina dándole vida al personaje más desmesurado del ensamble, quizá controversial para cierto tipo de audiencia. Es una joven que luego de sufrir un accidente esquiando, terminó con daño cerebral y un problema vocal que inevitablemente la hace hablar demasiado fuerte, como si fuera regañona. Su personalidad entrometida e histérica se hace evidente, funciona a la perfección inyectando una hilarante incomodidad a la trama mientras las mentiras de los amigos siguen creciendo.

Mandibules es un gran gag. La irracionalidad de Manu y Jean-Gan no tiene tope. Obviamente, parece que todo le saldrá mal a nuestros tontos héroes, cada contratiempo y solución que conciben refuerza esta posibilidad. Pero, recordemos, a Dupieux le encanta ignorar lo lógico. Ésa es la clave: hacer que a pesar de todo, incluso cuando ellos mismos se han resignado a no tener éxito con su delirante (¿o genial?) plan maestro, siempre logran salirse con la suya de maneras inesperadas. 

Manu y Jean-Gan, pese a sus acciones, son adultos infantilizados extremadamente carismáticos. Su lazo de amistad se remonta hasta su niñez y es sincero, hasta tienen un saludo especial: ¡toro! La mosca –hecha con efectos prácticos (Dupieux dijo que es esencialmente una marioneta)– es tratada como si fuera un adorable perro o gato, particularmente por Jean-Gan. Además de tomarse en serio su entrenamiento (hay cierto progreso evidente, aunque por obvias razones nos mantenemos incrédulos), le empieza a tomar bastante cariño, le pone un nombre (Dominique) y la procura: siempre se preocupa por alimentarla, le da un juguete y premios. En Mandibules, Dupieux mantiene la rareza de su cine, naturalmente no es para todos. Sí es su filme con más corazón y el más gozoso. Entre lo mejor de este turbulento 2020, cine que te provoca una gran sonrisa de satisfacción.

Podcast especial: Nightstream (reseñas de MANDIBULES, DINNER IN AMERICA, DEADLINE y más)

Como respuesta a la pandemia de la COVID-19, cinco festivales de cine de género americanos se unieron para crear el festival virtual Nightstream. Cinema Inferno fue uno de los medios internacionales acreditados y en este podcast especial reseñamos algunas de las películas que vimos, como Mandibules (2020) de Quentin Dupieux y Dinner in America (2020), ganadora del premio del público.

Este podcast de Cinema Inferno cuenta con la participación de:

Rafael Paz Esparza – Editor en jefe en Butaca Ancha y conductor de Derretinas en la barra Resistencia Modulada de Radio UNAM.

Eric Ortiz García – Periodista (Cinema Inferno, Screen Anarchy) y profesor de cine (FES Aragón UNAM). Fue parte del Screening Team 2019 de Fantastic Fest. Autor del reportaje “Troma, 40 años de cine independiente”.

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Nightstream 2020: FRANK & ZED, sangrienta diversión con marionetas

Por Eric Ortiz García (@EricOrtizG)

Frank & Zed (2020) tuvo su premiere mundial en el marco del festival virtual Nightstream. Se trata de un filme irresistible, un cóctel de terror, gore, humor, mitología y valores como la amistad, protagonizado por marionetas.

Un par de siglos atrás, un castillo y el maligno Moroi emergieron para aterrorizar a los habitantes de un pueblo. Ponerle fin al peligro tuvo un costo muy alto porque su rey pactó con el Dios de la muerte. En el presente, el linaje real está llegando peligrosamente a su fin, lo cual significaría la consumación de una “orgía de sangre”, tal y como dicta el acuerdo. 

La leyenda dice que en las ruinas del antiguo castillo hay algo vivo. Nosotros sabemos que ahí subsisten dos monstruos, Frank y Zed, cuyo origen está ligado directamente al Moroi. Frank es un personaje derivado de la criatura de Frankenstein, mientras que Zed es un zombie. Durante unos 200 años se las han arreglado para sobrevivir, ayudándose mutuamente. Frank suele salir al bosque a cazar ardillas para después sacarles su pequeño cerebro, que es el alimento de Zed. El muerto viviente, por su parte, es de vital importancia para que el corazón de Frank se recargue por medio de un pararrayos. Aún cuando hay obstáculos en la realización de esta rutina, por ejemplo que al zombie se le caiga una de sus manos, Frank y Zed están ahí el uno para el otro. 

El escritor y director Jesse Blanchard nos reveló en entrevista que la idea original para Frank & Zed surgió hace 10 años. “Lo primero que me vino a la mente fue el monstruo de Frankenstein y un zombie, que dependen uno del otro para sobrevivir. La otra parte fue que la cabeza de Frank sería de vidrio, que verías su cerebro, y que el zombie lo masticaría como un perro mastica un hueso, aunque esto no se ve tan claro en el filme. Luego que el monstruo de Frankenstein iba a tenerle miedo a los humanos, entonces sólo alimentaría al zombie con ardillas. Y si esa era la idea, pensé que en un punto el zombie iba a tener que comerse a un humano, entonces ¿qué sucede después?”

Frank & Zed mezcla diversos tonos, nos regala momentos genuinamente dulces e irá revelando un trasfondo emotivo. También explora la naturaleza arraigada de sus monstruos, por ejemplo, cuando Frank (tras recordar súbitamente su pasado) decapita con frialdad a un joven y Zed devora su cerebro (¡hasta lame el plato!). “Lo que más amo del monstruo de Frankenstein es que también hace cosas malas. Mary Shelley lo hizo realmente complejo e interesante, muy diferente en el libro respecto a lo que ves en muchas películas, ciertamente las de James Whale. Yo tengo una conexión mayor con el libro. Y eso fue lo más importante de mi filme: quería tener monstruos imperfectos, no me interesaba que fueran unas criaturas lindas que sólo son un poco diferentes. Quería que mis monstruos hicieran cosas realmente malas, cosas de monstruos, y ojalá que aún así sean queridos por la audiencia”, dijo Blanchard. 

Los verdaderos antagonistas –un lord y un sacerdote del pueblo que quieren destruir a la realeza y derramar sangre para evitar la “orgy of blood”– llevan a cabo su plan deslealmente, Frank & Zed se dirige a ese clásico desenlace cuando los simpáticos monstruos terminan siendo perseguidos por una horda violenta. Blanchard siempre buscó que la relación entre estas criaturas “tuviera una conexión más profunda para lograr un significado mayor. Para mí Frank y Zed son los diferentes, a los que culpas por los problemas. Es como pensar, si vamos a matarlos todo va a estar bien. Es emocionante cuando la gente aprecia que el filme tiene corazón, me parece una parte importante del terror de la que no se habla tanto. Frank & Zed es muy dulce, tiene más cosas en común con Los Muppets que con Meet the Feebles (1989), sólo sucede que tiene mucha sangre y gore”.

Frank & Zed no escatima en lo absoluto a la hora de cumplir las expectativas de ese clímax desenfrenado y sangriento. El apetitoso menú: más zombies, poseídos, desmembramientos, fuego, tripas, sangre saliendo a chorros, cabezas destrozadas a la mitad o aplastadas. Y todo con marionetas, lo cual por supuesto que lo hace especialmente jubiloso. De acuerdo con Blanchard, “para la orgía de sangre, pensé: estas son las cosas que debes ver. ¿Por qué estoy realizando esta película si no voy a hacer estas cosas? Esto es lo que quiero ver yo, como fan. Tenía una lista muy larga con todo lo que creía que alguien debe ver en una película de terror con marionetas, esa fue una de las razones por las que la orgía de sangre es absurdamente larga. No tomé ningún atajo. Creo que mi público lo merece”. 

Es bien sabido que filmar con marionetas no es una tarea para cualquiera. Trey Parker y Matt Stone quedaron agotados y desechos mentalmente tras Team America: Policía mundial (Team America: World Police, 2004). Blanchard y su equipo principal –el titiritero Jason Ropp (a quien conoció en la filmación del corto Shine) y el escultor y pintor Erin DeBray– se tardaron alrededor de seis años en terminar Frank & Zed. “Escribí el filme como si no se tratara de marionetas. Hay un bosque, un cementerio y exteriores, algo que normalmente nunca tendrías en una película de estas características. Quería que se sintiera como un mundo entero, entonces, por ejemplo, en el castillo vamos por pasillos y túneles. Hay muchos detalles, sin efectos digitales. En esta construcción de un mundo, hice mi mayor esfuerzo para intentar ser como Peter Jackson. Más que el de Meet the Feebles, el de El señor de los anillos (The Lord of the Rings, 2001-2003)”.

Blanchard continuó: “se requieren muchos ensayos, mucho trabajo y coordinación. Puedes tener a cinco personas trabajando para que un personaje cobre vida. Se vuelve aterrador cuando cometes un error y una marioneta se rompe, no hay regreso, porque sólo hay una marioneta de cada personaje. En la orgía de sangre, las marionetas fueron hechas pedazos. Entonces filmas siempre deseando que hayas obtenido todas las tomas. Si te faltó alguna, estás muerto. Tienes que ser muy preciso, porque me parece que hay 1,500 tomas en la orgía de sangre. Este clímax fue muy difícil, se tuvo que hacer un storyboard de cada toma”. 

A pesar de estas complicaciones inherentes al cine de marionetas, Blanchard, a diferencia de Parker y Stone, no dudaría en hacerlo otra vez. “Me encanta, me divertí mucho. Incluso si nos tomó tanto tiempo, aún me gusta, aunque definitivamente hay periodos frustrantes. Pero siempre hay algo que me hace regresar, como los personajes y el mundo. Me muero por volver, hay muchos otros monstruos interesantes que quiero ver, como el Baba Yaga”, finalizó.

Nightstream 2020: DEADLINE, mordaz exploración al cine de terror

Por Eric Ortiz García (@EricOrtizG)

De las compañías dedicadas a rescatar cine de género y comercializarlo en excelentes ediciones especiales en Blu-ray, Vinegar Syndrome (VS) es probablemente la que “desentierra” las películas más desconocidas. El pasado 28 de abril del presente año, lanzaron al mercado el Blu-ray/DVD del filme canadiense Deadline (1980), dirigido por Mario Azzopardi y ahora incluido en la sección Nightstream Retro del festival virtual. 

Hay un gran número de películas maravillosas sobre el quehacer cinematográfico. Deadline podría insertarse como una de las definitivas de esa categoría. Quizá la obra definitiva sobre la creación del cine de terror y su controversial naturaleza. Presentada por Nightstream como un exponente del Canuxploitation (explotación producida en Canadá), Deadline tiene como protagonista a Steven Lessey (Stephen Young), un antiguo profesor universitario convertido en un escritor y guionista de cine sumamente exitoso, aunque su trabajo, perteneciente al género del terror, suele tener férreos detractores. 

Deadline es una película poco convencional, profunda en sus ideas y con una narrativa un tanto episódica. Es un marcado estudio de personaje, conocemos tanto la vida profesional como personal de Steven, quien no pasa por su mejor momento. Su trabajo está estancado, el clásico productor fílmico (Marvin Goldhar) que prioriza los billetes por encima de cualquier tipo de evolución artística, obviamente busca que nuestro protagonista siga con la fórmula probada. Presionado por terminar su nuevo guión, de lo contrario se meterá en problemas legales, Steven trata de llenar páginas con material terrorífico pero nada parece satisfacerlo. Cuando deja la máquina de escribir para checar cómo va la nunsploitation (cine con monjas) que están filmando basada en su guión, su actitud es cínica. Particularmente cuando la actriz principal (Jeannie Elias) revela tener aires de grandeza. Steven, como le sucede a muchos obreros cinematográficos en la vida real, reniega de su propio trabajo.

Deadline es una fascinante reflexión sobre un género que nunca será para todos, un género que desde la época de Lon Chaney y London After Midnight (1927), del slasher, del torture porn, hasta nuestros tiempos, suele ser tachado de inmoral y peligroso para la sociedad. Basta recordar a cierto influencer mexicano que dijo, este año, que los directores de cine gore son asesinos en potencia. 

Deadline es deliberadamente excesiva, esos pasajes que retratan las ideas de Steven o que son películas dentro de la película, permiten a Azzopardi regocijarse con la faceta más violenta y retorcida del género. Una cabra asesina, casi burlona, con poderes telepáticos; una mujer que se ahoga en una bañera inundada por la sangre; unos niños atando en una cama a su abuela y quemándola viva; unas monjas que se comen los órganos de un sacerdote; y hasta un grupo de rock emitiendo un sonido mortal. Todas son secuencias memorables por sí mismas. También representan ese tipo de terror populachero que tiene cansado a su creador y que causa repulsión a una parte de la audiencia. Por ejemplo, al principio observamos cómo una presentación/homenaje en su antiguo campus termina mal para Steven cuando varios jóvenes lo cuestionan y tachan de degenerado. Él defiende su obra, dice hacer terror como metáfora de una sociedad corrupta, pero, luego lo sabremos, en el fondo desea evolucionar como artista, encontrar el horror “verdadero” y “máximo”. 

A lo largo del metraje, también nos acercamos al lado personal de Steven. Su crisis laboral definitivamente termina por afectar la relación con su familia. Su matrimonio con Elizabeth (Sharon Masters), una ex-alumna, cada día se desgasta más. Ella, sintiéndose abandonada, también ha perdido el rumbo, prefiere las fiestas y la cocaína, hasta se sugiere que tiene un amante. La relación es de carácter violento y, por supuesto, sus tres hijos son testigos. Ambos son terribles padres, ninguno está ahí para guiar a los pequeños cuando estos se disponen, por mera curiosidad, a ver la primera y controversial película de su papá, en la que unos infantes fungen como verdugos.

Uno de los comentarios poderosos de Deadline responde a esas constantes acusaciones de que el terror y la violencia en pantalla provocan terror y violencia en la vida real. Por supuesto, siempre será más fácil echarle la culpa al cine o a los videojuegos, que poner el reflector en los problemas verdaderos, en el terror mundano, aquí encarnado por unos padres canallas. Cuando quiebras a tu familia y olvidas a tus hijos, ciertamente eres más peligroso que Michael Myers, Jason Voorhees, o los ficticios niños ejecutores de Steven. 

Este estudio de personaje cierra de manera brutal, con un bajón/golpe de realidad grotesco y terrorífico en medio del vulgar exceso (mujeres, alcohol, cocaína, celuloide) que busca Steven para evadirse. Y con un artista obligado a seguir produciendo, que finalmente encuentra ese horror máximo y la deseada evolución artística, alejada de las fórmulas, en un desenlace mordaz, producto de su propia experiencia, el fruto de su crisis y duelo. Deadline, simplemente, es uno de los rescates de cine de género más extraordinarios del año.

Nightstream 2020: ANYTHING FOR JACKSON, luto y caos demoníaco

Por Eric Ortiz García (@EricOrtizG)

El duelo es uno de los temas recurrentes del cine de terror. No es coincidencia que dos de los cineastas contemporáneos más aclamados del género lo hayan explorado en más de una ocasión. La australiana Jennifer Kent lo hizo en su ópera prima The Babadook (2014) y The Nightingale (2018), un brutal filme de venganza basado en la pérdida. Por su parte, el americano Ari Aster tocó el asunto en El legado del diablo (Hereditary, 2018) y Midsommar: El terror no espera la noche (Midsommar, 2019), filmes construidos alrededor de una tragedia familiar.

Anything for Jackson (2020), de Justin G. Dyck, es otra película sobre una desgracia y el dolor consecuente de una familia. Se conecta con The Babadook y El legado del diablo mediante un accidente automovilístico funesto: la hija de los protagonistas iba conduciendo y la víctima fue su nieto, Jackson (Daxton William Lund). Eventualmente, incapaz de soportar la realidad, la hija discapacitada se quitó la vida. En el presente, los abuelos Audrey (Sheila McCarthy) y Henry (Julian Richings) están dispuestos a hacer cualquier cosa para revivir a Jackson, de ahí el título, incluso si está ligado a un rito satánico y un horrendo crimen. 

Anything for Jackson presenta una peculiar dinámica al poner a esta pareja de ancianos en una de las tramas por excelencia del terror. Resulta ameno verlos lidiar con cuestiones que parecen salidas de El despertar del diablo (The Evil Dead, 1981), en específico un libro antiguo sobre ocultismo, ritos, conjuros y demonios. Tampoco nos equivoquemos, los viejos podrán mantener su amabilidad pero desde el inicio está claro que han entrado en territorio criminal, el “ritual negro” que en teoría les devolverá a su nieto los lleva a secuestrar a una inocente embarazada (Konstantina Mantelos), una paciente de Henry. Existe un sentimiento de esperanza genuino tras el luto y la desesperación de los abuelos. También es evidente la crueldad hacia su víctima. Algunos flashbacks hacen énfasis en esto, mostrando la evolución de un embarazo inicialmente no deseado, a la total ilusión de una futura madre (y víctima). 

Anything for Jackson está anclada en el terror sobrenatural. Hay ecos de El bebé de Rosemary (Rosemary’s Baby, 1968): una pareja de ancianos, conectados a un culto satánico (aunque aquí todo es estrictamente “por Jackson”), que ven en el embarazo de una mujer su medio perfecto para lograr su retorcido objetivo. No quieren que nazca el hijo del diablo, desean que el fantasma de su nieto Jackson se apodere del feto en el vientre para poder renacer. Anything for Jackson sigue la tradición de El exorcista (The Exorcist, 1973) y filmes subsecuentes cuyo peso recae en buena medida en la realización de un ritual, incluso tenemos al personaje arquetipo del experto en lo paranormal que es equivalente a un exorcista (Josh Cruddas interpreta a un cultista, y fan del metal, que tiene agenda propia). 

La película sigue un desarrollo clásico: ¿cuantas veces hemos visto que los protagonistas terminan abriendo un portal terrorífico y sucumbiendo ante un poder mayor? Incluso, al desarrollarse prácticamente en una sola locación, el hogar de los abuelos, tiene similitudes con la típica historia de la “casa embrujada”. 

El filme no deja de ofrecer una ejecución generalmente creepy, cuyos mejores y más desquiciados momentos exacerban y en ocasiones mezclan las inquietudes mundanas (una detective busca a la chica desaparecida y la coartada de los viejos no es perfecta, un tipo local insiste en remover la nieve de la casa) y sobrenaturales (varios fantasmas que atormentan y juegan con la mente de los personajes) tras haberse involucrado con un rito demoníaco. En Anything for Jackson las motivaciones humanas están claras, pero se termina apostando por un caos absoluto. Sin un final contundente, se siente algo truncado, resaltan esas imágenes piradas.