Cannes 2019: PARASITE, una original exploración de la desigualdad social

Por Eric Ortiz García (@EricOrtizG)

El maestro surcoreano Bong Joon-ho decidió regresar a su país para filmar Parasite (Gisaengchung, 2019), tras dirigir dos producciones internacionales con actores de renombre (Chris Evans, Jake Gyllenhaal, Tilda Swinton), elementos de ciencia ficción (en el caso de El expreso del miedo) y fantasía (Okja). Ambas elocuentes metáforas del estado del mundo.

La película tiene un reparto enteramente coreano, entre ellos su actor predilecto, Song Kang-ho, y temas de realidad social, remitiendo a esa parte de la filmografía de Joon-ho en la que también se encuentran obras mayores como Crónica de un asesino en serie (Salinui chueok, 2003) y Mother (Madeo, 2009).

Parasite sigue esa tradición de Joon-ho de balancear a la perfección drama, comedia y otros elementos. Al centro de las acciones está una familia totalmente afectada por la complicada situación económica en Corea del Sur (que obviamente es similar a la de muchas otras partes del mundo). Sus problemas como consecuencia del desempleo se ejemplifican en las primeras escenas de la película, cuando los miembros del clan se dan cuentan y lamentan que los vecinos han cambiado la contraseña y ya no podrán disfrutar de WiFi gratis. Eventualmente, un conocido del hijo lo ayudará a encontrar un empleo bien remunerado, será maestro de inglés de una jovencita perteneciente a una familia cuya situación contrasta con la de los protagonistas: el dinero les sobra, viven en una increíble casa diseñada por un famoso arquitecto, y pueden darse lujos como un chófer y una sirvienta.

La desigualdad social no es un tema nuevo en la filmografía de Joon-ho, basta recordar los infernales vagones llenos de pobres en la retaguardia de El expreso del miedo (Snowpiercer, 2013), pero en el caso de Parasite este tema se aborda de manera extremadamente peculiar. Por una buena parte de su metraje Parasite es la película más divertida del cineasta hasta ahora.

Reminiscente de Un asunto de familia (Manbiki kazoku, 2018), del japonés Hirokazu Koreeda, Parasite nos presenta personajes multidimensionales: una familia de bajos recursos, carismática, por la que sentimos empatía, pero cuyas acciones terminan siendo moralmente (muy) negativas. Lo genial de la cinta es que una vez que esta familia emprende su egoísta plan maestro –pretende hacer que cada uno de sus miembros (la hermana, el papá y la mamá) sea contratado por la familia privilegiada, sin importar que eso implique provocar el despido del chófer o de la sirvienta–, las secuencias son tan graciosas, ingeniosas y hasta épicas que es inevitable disfrutar de algo que, en efecto, no es para nada correcto.

Joon-ho, como es de esperarse, no apuesta por una simple lucha de clases, más bien demuestra que toda acción tiene inesperadas consecuencias y que él continúa siendo un cineasta que domina los cambios de tono y que no deja de asombrar. En ese tenor, todo momento y protagonista de Parasite es complejo; ahí están los casi antihéroes de la clase baja, aprovechándose de y no pensando en los demás, también vulnerables víctimas de su realidad. Por otra parte, la familia adinerada (Lee Sun-kyun y Cho Yeo-jeong interpretan a los padres), ingenuos ante la picardía de los otros, también listos para mirar con desdén y diferenciarse de quienes huelen diferente a ellos. Hay muchos detalles en el filme de Joon-ho, entre ellos que el olor de la familia de bajos recursos es distintivo y está asociado al lugar marginado donde viven, por ejemplo.

Parasite en una hilarante, sorpresiva, brutal, agridulce y siempre original exploración de la desigualdad y, por su puesto, de lo que estamos dispuestos a hacer por los familiares: engañar, violentar, o esperarlos el tiempo que sea necesario.

Texto publicado originalmente en Chilango.

THE DRUG KING: El Scarface surcoreano

Por Eric Ortiz García (@EricOrtizG)

La trama del don nadie que gradualmente se convierte en el capo de todos los capos es una de las más socorridas dentro del cine de crimen. Desde el primer montaje del filme The Drug King (Ma-yak-wang, 2018), dirigido por Woo Min-ho, un narrador nos indica que estamos, precisamente, ante la historia inspirada en hechos verídicos del hombre que dominó el tráfico de metanfetamínas en Corea del Sur y Japón: Lee Doo-sam, interpretado por el gran Song Kang-ho, actor regular de dos de los grandes autores del cine surcoreano contemporáneo: Bong Joon-ho (Crónica de un asesino en serie, El huésped, El expreso del miedo) y Park Chan-wook (Zona de riesgo, Sr. venganza, Thirst). 

En The Drug King, donde tiene su primer protagónico desde el éxito taquillero de 2017 A Taxi Driver (Taeksi woonjunsa, 2017), Song Kang-ho le da vida a un hombre de familia y orfebre de la ciudad portuaria Busan que, tras involucrarse en algunas actividades ilegales, acepta un trabajo circunstancial que ya no involucra oro sino una poderosa droga: la metanfetamína, históricamente usada por los pilotos kamikaze para no sentir miedo y, en la época de la película (1972-1980) la demanda tenía que ver, más allá de los pobres adictos, con las fabricas que requerían a trabajadores sin sueño.

Evidentemente, The Drug King presenta un contexto particular, en el que Corea del Sur pasó a ser el gran proveedor del llamado “crystal meth” de Japón. El desprecio de los surcoreanos hacia los nipones (hacerlos adictos al cristal es un “acto patriótico” para el protagonista), además de la “amenaza comunista” de sus vecinos del norte y otros momentos específicos de la historia surcoreana (i.e. el asesinato en 1979 del presidente Park Chung-hee), son parte de ese contexto único dentro del cine de gánsteres, el cual se entremezcla con otros elementos muchísimos más familiares.

Ahí está Lee Doo-sam, inicialmente humillado y traicionado por sus superiores, pero eventualmente con la visión suficiente para emprender un plan –equivalente a los de llevar droga de Sudamérica a Estados Unidos en películas y series como Caracortada (Scarface, 1983), Pájaros de verano (2018) y Narcos– que lo sube a un pedestal de donde la caída es inevitable. En este desarrollo por demás clásico, donde naturalmente aparece la ambición, el dinero, el poder y el ego, también caben los personajes arquetípicos del fiscal (Jo Jung-suk) que emprende la investigación que pretende dar con el capo del “crystal meth” y el de la amante (Bae Doona) cuya conquista representa tener el mundo a sus pies para el protagonista. 

Un filme con tintes épicos de poco más de dos horas de duración, y que se extiende a lo largo de casi una década, The Drug King se mueve rápido por diversas facetas, haciendo de su personaje central una especie de mezcla entre Walter White de Breaking Bad (el arte de cocinar metanfetamína se hace presente), Pablo Escobar (no sólo la ejecución del plan de producción y distribución de droga remite a la primera temporada de Narcos, sino que Lee Doo-sam llegó hasta las corruptas entrañas de la política y la élite surcoreana) y, por supuesto, Tony Montana.

En general menos violenta que cualquiera de las dos Caracortada –al estar enfocada en buena parte de su metraje a las negociaciones de Lee Doo-sam con una variedad de peces gordos–, The Drug King es, de cualquier forma, una heredera sobre todo de la versión de Brian De Palma con Al Pacino. “No subestimes la codicia del otro” y “no te drogues con tu propia mercancía” eran las reglas que Montana aprendía en la Caracortada ochentera y que, al mismo tiempo, revelaban su destino, idéntico al del protagonista de The Drug King (incluso Lee Doo-sam escucha de sus primeros socios la misma advertencia sobre no usar metanfetamínas).

La previsible caída del capo viene de la mano del malestar y las traiciones de los olvidados seres queridos (además de la esposa, Kim So-jin, ojo con el primo, interpretado por Kim Dae-myung, sin duda el personaje secundario con el desarrollo más contundente), reencuentros con socios pasados y, consecuentemente, violencia gansteril digna de Michael Corleone (ejecuciones múltiples) y del propio Tony Montana (el clímax tiene ecos de la icónica secuencia final de Caracortada). La mayor propuesta del filme de Woo Min-ho llega una vez que pasa de un enfoque a un panorama amplío, a la paranoica y demencial intimidad de un capo de la droga convertido en lo que solía contrastar con su vida de lujo: un simple yonqui arruinado. The Drug King no es una cinta revolucionaria dentro de su género, pero la transformación de Lee Doo-sam de un bonachón esposo y padre de familia, que bailaba gratamente al ritmo de Shocking Blue, en un capo codicioso, e irremediablemente adicto a su propia droga, no deja de brindar momentos notables.