BABY: EL APRENDIZ DEL CRIMEN: Acelerando con estilo

Por Eric Ortiz García (@EricOrtizG)

El amor de Edgar Wright por el cine de acción ha sido evidente desde sus inicios, y en su segundo largometraje, Hot Fuzz: Súper policías (Hot Fuzz, 2007), homenajeó/parodió abiertamente a cintas del género como Punto de quiebra (Point Break, 1991) y Bad Boys II (2003). Tampoco es un secreto que Wright tiene una gran pasión por la música; secuencias con coreografías basadas en alguna canción, o el uso de temas populares cuyas letras van acorde con lo que sucede, se hicieron presentes desde su ópera prima El desesperar de los muertos (Shaun of the Dead, 2004).

Baby: El aprendiz del crimen (Baby Driver, 2017) marca el regreso de Wright luego del debacle de Ant-Man (2015) y es una continuación de lo que ha venido haciendo: cine de género con sello personal, donde el estilo es parte de la substancia –siendo Scott Pilgrim vs. los ex de la chica de sus sueños (Scott Pilgrim vs. the World, 2010) el ejemplo perfecto de un cúmulo de diversos estilos y recursos narrativos.

Como ejercicio altamente estilizado, Baby: el aprendiz del crimen prácticamente nunca se deslinda de su soundtrack; aunque en esta ocasión Wright es más sutil a la hora de usar su característicos close-ups y cortes rápidos en los montajes, esto para dejar fluir las secuencias de acción más complejas que ha filmado hasta ahora, y también una dramática historia de amor juvenil que, a diferencia de Scott Pilgrim vs. los ex de la chica de sus sueños, se desarrolla en un mundo áspero.

Al ser un estudiante del cine de acción enfocado en persecuciones de autos, Wright toma como una de sus principales referencias a The Driver (1978), de Walter Hill, enfocándose también en un conductor (Baby, interpretado por Ansel Elgort) que trabaja para que los criminales puedan huir tras perpetrar un acto delictivo. Antes de introducir su trasfondo único, que terminará por llevar a Baby en otra dirección, se transmite la adrenalina del crimen y sobre todo de la velocidad. El bestial ritmo se junta con un trabajo de los dobles de riesgo impresionante y digno de la vieja escuela, siempre en pro del desarrollo de Baby como personaje.

La precisión no sólo está en las escenas de acción sino en cada uno de los personajes y los temas musicales que (casi) nunca dejan de sonar. Baby –con sus múltiples gafas oscuras y iPods clásicos– es la definición de lo cool, producto de un director/escritor enfocado en crear su propio universo, donde también caben constantes charlas sobre música, divertidos diálogos y gags plagados de referencias (desde Halloween de John Carpenter; Buenos muchachos de Martin Scorsese; hasta Monsters, Inc.), y las canciones que no temen remarcar la situación.

El ecléctico soundtrack no sólo se adapta excelsamente al ritmo de lo que estamos viendo en pantalla (ya sea una persecución, una balacera o simplemente a Baby comprando unos cafés), sino que también juega un rol vital en las vidas de los protagonistas y es perfecto para momentos específicos de júbilo o drama. La elección de temas como “Debra” de Beck y “Debora” de T. Rex dio paso a que la enamorada del protagonista se llame precisamente Debora (Lily James) y, de hecho, las conversaciones entre ambos versan sobre esto; ni que decir del uso de canciones que mencionan la palabra “baby”: “Nowhere to run to, baby, nowhere to hide”, por ejemplo, se escucha cuando es notorio que, a pesar de desearlo, el personaje de Elgort no puede escapar, ni esconderse, de su vida criminal.

Si bien se podría pensar que todo es parte de un mero ejercicio artificial, Baby: el aprendiz del crimen es uno de los filmes más cálidos de Wright. Temas como la amistad y el romance siempre estuvieron presentes en sus trabajos previos, y ahora nos entrega una cinta que también se preocupa por enfatizar en la bondad de Baby, quien en un punto sólo desea proteger a sus seres queridos: Debora y su padre adoptivo sordomudo (CJ Jones).

Es así como Wright se desvía del tipo de protagonista de The Driver –el cual a su vez bebió del silencioso matón de Le samouraï (1967) de Jean-Pierre Melville–, explorando el lado personal de Baby y conectando su condición a una infancia quebrada por la muerte de sus padres en un accidente automovilístico. Baby quedó con un zumbido constante en los oídos, por eso tiene que recurrir a la música en todo momento, al tiempo que su orfandad lo hizo quedar a la merced de un peligroso jefe criminal (Kevin Spacey redimiéndose en el cine) que se ha apropiado de su talento nato para manejar.

Baby es un personaje frágil en un mundo violento y codicioso –ahí entra Jamie Foxx como un gangsta demente, y Jon Hamm y Eiza González como una pareja de delincuentes enamorados–, aunque es justo su calidad humana (comprobada incluso durante los actos criminales), y su deseo por dejar el crimen y vivir un romántico road trip hacia lo desconocido junto a su querida Debora, lo que terminará por convertirlo en un héroe letal cada que la película pisa el acelerador con balazos, brutal actividad vehicular, choques incluidos, y hasta una larga persecución a pie que demuestra la versatilidad de Wright a la hora de diseñar sus momentos de acción. Así, Baby: el aprendiz del crimen tiene más alma y también mejor acción que innumerables películas del género.

Texto publicado originalmente en Butaca Ancha (en agosto de 2017).

Bonus: Entrevistas en video con el director Edgar Wright y con los actores Ansel Elgort y Eiza González

Los Cabos 2019: El productor Gastón Pavlovich habla sobre EL IRLANDÉS

Por Eric Ortiz García (@EricOrtizG)

En 2016 el legendario cineasta italoamericano Martin Scorsese logró estrenar Silencio (Silence, 2016), un proyecto sumamente personal cuya realización le tomó más de 25 años. No es ningún secreto que el productor clave en la culminación de este esfuerzo fue un sonorense: Gastón Pavlovich, quien posteriormente fue invitado por el propio Scorsese para colaborar en su largometraje subsecuente, cualquiera que este fuera.

Eventualmente, Scorsese decidió dirigir la adaptación de la novela de Charles Brandt, I Heard You Paint Houses, la cual está basada en una serie de entrevistas con Frank “The Irishman” Sheeran, un hombre de la clase trabajadora, padre de familia, veterano de la Segunda Guerra Mundial, miembro del sindicato de camioneros Teamsters y también parte del crimen organizado.

El Irlandés (The Irishman, 2019) es un filme épico de rememoración con el que Scorsese regresa al cine de gánsteres y a varios de sus actores predilectos: además de Robert De Niro (quien interpreta a Sheeran), están Joe Pesci y Harvey Keitel como los jefes criminales Russell Bufalino y Angelo Bruno respectivamente, aunado a que otro icono de este tipo de cine (el mismísimo Michael Corleone y Tony Montana, Al Pacino) debuta en la filmografía del director dándole vida a Jimmy Hoffa, el líder del sindicato de los Teamsters cuyos lazos con la mafia provocaron su desaparición en 1975.

Tras el estreno latinoamericano de El Irlandés, charlamos con el productor Pavlovich en el marco de la octava edición del Festival Internacional de Cine de Los Cabos.

Cinema Inferno: Una vez que ya sabías que El Irlandés sería la siguiente película de Scorsese, ¿cuáles fueron tus impresiones del material?

Gastón Pavlovich: Scorsese me la había platicado, me dijeron que había un guión en Paramount pero tenía que sacar el guión y los derechos de Paramount para hacerla, porque Paramount tenía la historia desde hace 10 años pero no habían decidido hacerla, andaban atorados. 

La historia en sí misma me fascinó cuando me la platicó Scorsese. Logramos sacar el guión y los derechos de Paramount después de unas negociaciones. Leí el guión y dije “hay algo muy especial aquí”, pero especial en el sentido de que es al estilo de El Padrino (The Godfather, 1972), de gran drama, de grandes personajes, épica, pero es un drama muy lento, no es para cualquiera y por eso en Hollywood, los estudios, nadie quería hacerla. Por sentido común, era un drama muy lento y muy largo. Yo sabía que iba ser un gran reto desde el principio. 

Entonces ¿cuál fue la clave para lograr producir una película de casi cuatro horas que se toma su tiempo para explorar a sus personajes?

Me gustan esas historias, me gusta cuando el personaje es de gran carácter, de gran personalidad, cuando los personajes rigen la historia. Yo sabía que para eso nadie mejor que Scorsese. Y luego, nadie mejor que esos actores para manejar una historia así. Yo traía una gran anticipación de ver cómo funcionaba entre ellos esa química, esa dinámica. Fue muy agradable ver cómo se preparaban, cómo practicaban las líneas, los movimientos, los gestos, cómo se preparaban para las escenas.

Luego yo a su vez abordando el tema del plan de producción y el presupuesto, armando los contratos para tener todo listo. Fue un proceso fascinante pero muy complicado porque íbamos viendo cómo el presupuesto crecía y crecía y se complicaba financieramente. Hasta que llegó Netflix, ahí mejoró mucho esa situación.

Además de De Niro y Pacino, está Joe Pesci, quien prácticamente regresó del retiro…

Y no quería, no quería hacer la película. Scorsese y De Niro tardaron mucho para convencerlo. Yo estaba un poco a las orillas, esperando las reuniones que estaban teniendo Scorsese y De Niro con él como amigos, tratando de convencerlo.

En ese sentido, yo estaba más a la orilla esperando que me dijeran va o no va. Yo mientras tanto preparando ideas para poder suplirlo en caso de que no iba. Entre ellos había sugerido que fuera Leonardo DiCaprio. Pero finalmente un día me hablaron y me dijeron “ya aceptó, ten su contrato listo, vamos a hablar con sus agentes” y todo ese proceso. Yo pensé que estaba muy renuente y que iba a andar de malas o algo así, porque sus amigos lo “obligaron”. Pero no, ya en el set era la persona más bromista y agradable, andaba de buenas generalmente. 

Habías comentado en Twitter que querías a DiCaprio no sólo para este papel, sino que para ti tenía que estar en esta gran producción, pero que finalmente se fue a filmar Había una vez… en Hollywood (Once Upon a Time… in Hollywood, 2019) de Quentin Tarantino. En ese sentido, ¿cómo es el proceso con Scorsese para sugerirle actores y qué tanto te involucras en esa parte?

Por su puesto que Scorsese está abierto a sugerencias y la discusión de DiCaprio sí existió. Pero él visualiza perfectamente bien sus historias y con qué actores y demás, entonces no había la menor duda en El Irlandés sobre quién iba a ser quién. Él quería juntar a su banda, ahora más Pacino con quien no había trabajado; estaba muy animado con eso y nadie se atrevía a proponerle algo diferente a ese grupo. Ahí no hubo mucha discusión. 

En Silencio, cuando llegué ya estaban los actores también. Él siempre ha tenido apertura en hablar todos los temas pero en ambos casos ya estaba muy definido con los actores y estaban tan bien designados que yo no me metía, yo no iba a contradecirle o proponerle a alguien más.

Sólo en el caso de Pesci que se estaba complicando y les dije a todos “vamos a tener una alternativa, por si acaso, y sugiero que sea DiCaprio”, pues imagínense a todos: Pacino, De Niro y DiCaprio, es también una fórmula ganadora. Pero desde el primer momento me dijeron “sí pero DiCaprio ya está firmando con Tarantino, van a ser fechas similares, creemos que ahorita no funciona”. 

Sobre el llamado de-aging, estos efectos especiales para rejuvenecer a los actores que tomaron mucho tiempo. Ya viendo la película, te toma un segundo acostumbrarte pero después se sienten adecuados. ¿Cómo te involucraste en esta parte del de-aging que ha generado bastante expectativa? 

Desde que sacamos el proyecto de Paramount ya Scorsese traía la idea de probar esta tecnología que le habían propuesto. La empresa se llama ILM. [Scorsese] Me lo propuso, me lo comentó pero yo pensé que iban a ser algunas escenas y no todas. Hicimos pruebas con De Niro y nos gustó, pero sentíamos que no estaba al 100% la tecnología aunque nos prometían que iba a estar al 100% para cuando termináramos de filmar, para la post-producción ya iba a estar al 100%. Ahí fue el riesgo: filmarla y ver si estaba lista la tecnología después. Pudo pasar que nos dijeran dos años más de espera para terminarla. Era un riesgo pero decidimos tomarlo porque creímos que la empresa sí iba a estar lista. Y dicho y hecho, cuando terminó el rodaje, unos meses después ILM nos dijo “100% listos”. Las pruebas que vimos en ese entonces ya se veían mucho más realistas. 

Aún así, Scorsese, como buen artesano que es, se dedicó con mucho detalle a sacar adelante eso. Fue un gran deber de su parte, porque le estaba dedicando tiempo y esfuerzo a asegurarse que no te fijaras, que fuera muy natural, muy orgánico.

Generalmente salió muy bien, sí actualmente al principio a lo mejor se nota un poquito pero lo demás ya salió muy bien. La gente no se da cuenta que la mayoría de las escenas están digitalizadas. 

Pasando a los muchos temas de la película, sobre todo me llamó la atención que involucra la etapa cuando los protagonistas ya están viejos. Después de Buenos muchachos (Goodfellas, 1990) y Casino (1995), se siente como el Scorsese más maduro por medio de una reflexión sobre la vida y su propia carrera…

Tanto como productor como audiencia, me gustó ver cómo Scorsese cierra ese círculo, cómo cierra ese círculo con toda esa banda, cómo manda un mensaje de decir: “este es nuestro gran adiós”, haciéndole un homenaje al cine, a una historia y a los personajes.

Luego también cómo cierra el círculo de decir “bueno, todo lo que les venimos diciendo con las historias de los mobsters, esta es la realidad, así terminan, así de muertos, muertos en cuerpo o muertos por dentro o en vida, solos y aislados”. Ese mensaje con esta película, de cerrar el círculo de esa gran generación que tuvieron ellos, y luego a su vez el mensaje del mundo de los gánsteres, que todos ellos habían hecho algo de ese mundo, y terminar diciendo: “no termina bien, nunca va a terminar bien para nadie”… me pareció muy importante, ambos mensajes. 

A veces se malinterpreta el cine de Scorsese en esta discusión sobre la violencia cinematográfica y su inherencia en la sociedad. He notado que eres muy crítico, de las narcoseries por ejemplo. En ocasiones la gente, probablemente la que ni siquiera ve una película como El Irlandés, quiere criticar por lo mismo a Scorsese, pero particularmente aquí sus intenciones son muy claras…

Exactamente… por ser Scorsese, si me hubiera invitado a Buenos muchachos quizá hubiera entrado por la emoción de estar con Scorsese. Pero quizá no, porque la sentiría muy violenta. Aquí como te habrás dado cuenta, no es una apología. Me pareció un mensaje muy claro, aquí nosotros no estamos promoviendo esto y no funciona, aquí terminan mal. 

Mi crítica generalmente en torno a las [narcoseries] que he visto, sobre todo en México, es que terminan dándole a México una imagen de que todo es un tema relacionado a la violencia de los narcos. No niego que es una realidad, sin embargo la manera en que proyectan a los personajes de esas series es casi glorioso, es invitando a todo mundo a ser así porque ellos son los que terminan ganando siempre o generalmente. Y no puede ir por ahí, no es real y yo no quiero proyectarle eso a los chavos de este país.

Creo que El Irlandés es un gran ejemplo porque no están glorificados, aquí te dan pena y te duele ver la soledad con la que termina el último personaje [Sheeran]. El Irlandés, en realidad, tiene muy poca violencia; salen las pistolas, varias pistolas que desecha, pero no hay mucha violencia. Pum, pum, y caen, no hay mucha sangre, no hay escándalo, todos los asesinatos son rápidos.

[Scorsese] Demostró que no sea trataba de hacer una película de mobsters por la violencia, como aquí [en México] les encanta. Todas estas serie y películas de narcos, ahí sí les encanta que la violencia sea predominante, fuerte, sangrienta y que sea lo que corona a un personaje. Y eso no me gusta.

Los Cabos 2018: LORDS OF CHAOS y LETO, un par de joyas musicales

Por Eric Ortiz García (@EricOrtizG)

En el documental Supersonic (2016), a los hermanos Gallagher se les escucha discutir sobre qué es más importante para una banda de rock ‘n’ roll, si la música como tal o bien, la mitología que se crea a su alrededor. Aunque Noel alegaba en pro del material artístico, mientras que Liam disfrutaba las noticias que los hacían ver como los hooligans del rock, la realidad es que es justo la fusión y el balance de ambas vertientes lo que hace a una agrupación trascender y dejar huella en la historia.

La trama de Lords of Chaos (2018), el trabajo más reciente del sueco Jonas Åkerlund (responsable de la joya infravalorada Adicción), empieza con un grupo de adolescentes de Oslo, Noruega, liderados por el guitarrista y narrador del filme Euronymous (Roy Culkin), con un interés por tocar black metal de verdad, pero pronto comenzamos a atestiguar que la infame fama de Mayhem fue más allá de la música en cuestión.

Que un joven sueco con tendencias autodestructivas (Dead, interpretado por Jack Kilmer) responda a la búsqueda del grupo por un nuevo vocalista mandándoles un sobre con un casete acompañado de un ratón real crucificado, se convertirá en apenas una pequeña indicación de que estos chicos escandinavos estaban a punto de llevar a otro nivel su firmeza por no ser posers y desarrollar el verdadero black metal noruego. Es precisamente la primera actuación pública ya con Dead como cantante, cuando Mayhem comenzó a influenciar al resto de la comunidad, entre ellos un fan de Scorpions (una banda demasiado suave para sus estándares) proveniente de otra ciudad noruega (Emory Cohen como Varg), dándoles un paquete completo de música y show (i.e. Dead cortándose los brazos) difícil de olvidar; asimismo, el eventual suicidio de Dead funge como un punto sin retorno, cuando al descubrir el cadáver, Euronymous decide no llamar de inmediato a las autoridades, tomar una foto y, consecuentemente, cimentar la enfermiza mitología alrededor del black metal de su país.

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Basada en el libro periodístico Lords of Chaos: The Bloody Rise of the Satanic Metal Underground, pero también en un montón de “mentiras” como se lee al inicio, la película de Åkerlund tiene temas mórbidos, crueldad animal, quema de iglesias, misoginia, y ciertamente brutales secuencias de asesinatos, sin embargo, equivalente a lo que hizo Trainspotting (1996), de Danny Boyle, con sus jóvenes drogadictos escoceses o Buenos muchachos (Goodfellas, 1990), de Martin Scorsese, con sus criminales italoamericanos, Lords of Chaos tiene un ritmo increíblemente ágil, un protagonista/narrador inevitablemente carismático (Euronymous), y un maravilloso y negrísimo sentido del humor. Ésta es, al final, la historia coming-of-age, o mejor dicho coming-of-death, de un grupo de chicos privilegiados (i.e. en un punto Euronymous establece una tienda de discos y una disquera con la ayuda de su familia) que, en una vorágine de locura pero también de una clásica lucha de egos  y de contradicciones típicas de la inmadurez (en una escena clave el primer adulto que confronta a Varg, un periodista, no logra entender que se jacte de ser ¡satanista, pagano y al mismo tiempo nazi!), hicieron realidad lo que tuvo que haber permanecido como una terrorífica leyenda para acompañar su trabajo musical.

Al igual que Lords of Chaos, en el Festival Internacional de Cine de Los Cabos se presentó el filme Leto (2018), de Kirill Serebrennikov, como parte de la sección B Side, dedicada a la música y sus creadores. De igual forma basada tanto en algunos personajes reales como en muchas mentiras, Leto nos lleva a la Unión Soviética de los años ochenta y sigue a un grupo de jóvenes en Leningrado que, influenciados por la música foránea, tratan de construir su propia escena. Al centro están el cantante y guitarrista Mayk Naumenko (Roman Bilyk) y su esposa Natasha (Irina Starshenbaum), quienes eventualmente conocen al talentoso músico emergente con rasgos asiáticos Viktor Tsoy (Teo Yoo), para protagonizar una historia con tintes románticos.

Sin duda Leto resulta muy valiosa como mera introducción a la música de Tosy y Naumenko, para quienes aún no los teníamos en el radar, pero también por otras cuestiones de estilo y temática. Leto no sólo cuenta con un narrador que rompe la cuarta pared para avisarnos constantemente que lo que acabamos de ver en realidad nunca sucedió, sino que vibra con momentos netamente visuales y musicales para darle peso a los ritmos que influenciaron a la juventud soviética en esa época, por ejemplo “Psycho Killer” de Talking Heads, “The Passenger” de Iggy Pop, “Perfect Day” de Lou Reed y “All the Young Dudes”, escrita por David Bowie.

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Estos “videos musicales” dentro de la película son irresistibles, aunque quizá el más significativo es cuando Serebrennikov se imagina lo que hubiese sido un concierto de rock con guitarras eléctricas y el público completamente alocado en una Unión Soviética por demás reprimida. Leto es única cuando expone a los talentosos jóvenes músicos afectados por su contexto, en un tiempo en el que de pronto podían ser reclutados para el ejercito o eran obligados a someter las letras de sus canciones para que la gente encargada dictara si era o no posible que las interpretaran en público (sólo se ocupaban temas que tuvieran una relevancia sociopolítica). Valiosos músicos bajo el yugo que los hacia ver de lejos a las estrellas de rock ’n’ roll que tanto admiraban… “¿qué le vamos a poder ofrecer a los ingleses o americanos cuando ya han escuchado a los Beatles, los Rolling Stones o los Doors?”.