THE EXCHANGE: Una comedia contra el racismo y la xenofobia

Por Eric Ortiz García (@EricOrtizG)

The Exchange (2021) se desarrolla en el pequeño y nevado pueblo ficticio de Hobart, en Ontario, Canadá, durante una recesión económica en 1986. En Hobart, “hogar de la ardilla blanca”, el adolescente Tim Long (Ed Oxenbould) se siente solo e incomprendido. A nadie más parece interesarle la literatura, la música de bandas como The Smiths o el cine de los franceses Jean-Pierre Melville –su película favorita es El círculo rojo (Le cercle rouge, 1970)–, Jean-Luc Godard y François Truffaut.

Tim aplica para un programa de intercambio que lleva estudiantes franceses a Canadá con el deseo de por fin tener un amigo. El chico se imagina conviviendo con alguien tan culto como él, sin embargo, cuando finalmente conoce a la visita, sus expectativas no se cumplen en absoluto. 

El coprotagonista de la película es el parisino Stéphane (Avan Jogia), un joven carismático y lleno de vida cuyos principales intereses se limitan al sexo, al porno, al fútbol y al hip hop. No tarda mucho en volverse popular con los habitantes de Hobart, para disgusto de Tim. 

The Exchange es una comedia muy divertida sobre el desarrollo de una amistad improbable. Asimismo, funciona como una historia coming-of-age, llena de aprendizaje para su protagonista y con romance incluido: Jayli Wolf interpreta a Brenda, una joven indígena a quien evidentemente le gusta Tim. 

El proyecto lanza un mensaje claro en contra del racismo y la xenofobia. Hobart es el reflejo de los pueblos pequeños en Canadá o Estados Unidos, con población mayormente blanca, donde subyace el prejuicio y la discriminación racial. “Finalmente viste el verdadero Hobart”, le dice en un punto Brenda a Stéphane, hijo de inmigrantes y alejado del París turístico. 

Sobre estos temas platiqué con el británico Dan Mazer, quien dirigió The Exchange basándose en un guión muy personal de Tim Long (reconocido escritor de Los Simpson). Mazer, cabe señalar, ha colaborado constantemente con Sacha Baron Cohen desde hace más de 20 años; también dirigió I Give It a Year (2013) –la irreverente comedia romántica sobre un matrimonio destinado al fracaso– y Mi abuelo es un peligro (Dirty Grandpa, 2016), donde Robert De Niro es un desenfrenado viejo cachondo. 

Cinema Inferno (CI): The Exchange es una historia personal para Tim Long. ¿Cómo fue el proceso creativo entre ambos?

Dan Mazer (DM): Probablemente el hecho de que ambos somos escritores le dio seguridad. Nos unió que tuvimos un origen similar, aunque él estaba en Canadá y yo en Inglaterra. Me identifiqué con lo que escribió porque crecí en un pueblo pequeño, también era visto como el chico raro, pero quería ser creativo. Es un guión realmente gracioso, entonces él quería a alguien que pudiera proteger y apreciar ese humor. 

CI: Es un coming-of-age sobre la amistad y el amor, también mantiene ese humor obsceno presente en tu trabajo anterior. 

DM: Simplemente es lo que encuentro divertido, probablemente por eso me enviaron el guión. Es, precisamente, una combinación de comedia para adultos y obscenidades, con una historia increíblemente adorable y ligeramente melancólica. Esta combinación es bastante rara, me dio la oportunidad de hacer cosas tanto familiares como nuevas.

CI: El trabajo de los actores (Ed Oxenbould y Avan Jogia) es estupendo. ¿Cómo construyeron estos personajes tan diferentes entre sí?

DM: Es interesante porque en la vida real también son muy diferentes entre sí. Avan es bastante vistoso, es el alma de la fiesta; mientras que Ed es reservado y tímido. Le brindaron mucho de ellos mismos a los personajes. En la vida real realmente disfrutaban estar juntos, algo que no me esperaba pero que fue muy edificante. 

Más allá de saber si pueden actuar, para mí es importante ver a la persona detrás del actor y saber si tienen cierto espíritu o sentido del humor para poder encarnar al personaje. Es esencial el proceso de conocer al actor: antes de que lean sus diálogos, platicar con ellos unos 10 o 15 minutos para tener una idea de ellos como personas. Cuando hice esto con Ed y Avan, fue evidente que iban a encarnar a Tim y Stéphane de manera fantástica. 

CI: Es un filme de época con varias referencias, por ejemplo, la nouvelle vague. 

DM: Crecí a mediados de los años setenta (Mazer nació en 1971), entonces todas las referencias son importantes para nosotros: The Smiths, la nouvelle vague y cosas así. Realmente nos dieron una identidad cultural, mientras que nuestros amigos estaban escuchando Duran Duran o viendo películas de Arnold Schwarzenegger, La venganza de los nerds (Revenge of the Nerds,1984) o Porky’s (1981)… por supuesto, también las vi pero me gustaba sentirme diferente y único por medio de esas referencias que Tim comparte. 

Me encantó armar el soundtrack: The Cure, Swing Out Sister, Scritti Politti. Son bandas que en esa época escuchaba mi hermano mayor, era mucho más cool que yo. Recordar esto ayudó a crear el aura de los años ochenta.

CI: Uno de los temas importantes es el racismo, presente hoy en día en muchos lugares del mundo. ¿Qué tan importante es mandar un mensaje positivo?

DM: Eso hace relevante al filme, es la columna vertebral de la historia. 

Es similar al trabajo que he hecho anteriormente con Sacha (Baron Cohen), ya sea Borat: El segundo mejor reportero del glorioso país Kazajistán viaja a América (Borat: Cultural Learnings of America for Make Benefit Glorious Nation of Kazakhstan, 2006), Brüno (2009) o El dictador (The Dictator, 2012). Es realmente importante que tengan un mensaje esperanzador que pueda ser expresado por medio de la comedia, así llega a gente que de otra manera, quizá, no escucharía lo que estamos tratando decir. Usar la risa para llevar un mensaje o una idea política es increíblemente importante y poderoso. 

Es deprimente que los problemas sean los mismos, no hemos avanzado mucho desde los ochenta. Hicimos la película en la era de Donald Trump, entonces nos pareció particularmente importante. Los problemas de los ochenta estaban más que vivos en 2020 y quería abordar eso, de la misma forma como lo abordamos en Borat, siguiente película documental (Borat Subsequent Moviefilm, 2020).

CI: ¿Cómo fue volver a colaborar con Sacha Baron Cohen en Who Is America? (2018) y Borat, siguiente película documental?

DM: Si no hicimos la secuela de Borat durante 15 años fue porque no parecía necesaria. No hicimos otro show como Da Ali G Show (2000-2004) porque no parecía necesario. Y luego llegó Trump para difundir odio. Nos hizo enojar, de pronto era una urgencia salir y exponer lo más posible qué estaba haciendo, decir “no está bien”, llegarle a personas con un sentimiento ambivalente, señalar su idiotez, su racismo y su intolerancia. Como ya dije, si logras eso mientras haces reír a la gente, entonces llegas a una audiencia que de otra manera lo ignorará. 

CI: Consideras que actualmente, sobre todo en redes sociales, ¿la comedia “políticamente incorrecta” está bajo ataque?

DM: Si eres racista, sexista o tienes algún prejuicio y usas esto para hacer chistes baratos, vas a ser expuesto. Pero si vienes de un lugar bueno y usas tu comedia para exponer estos problemas, subrayar las peores cosas de la sociedad, entonces probablemente te saldrás con la tuya. 

Obviamente hay mucho ruido, dicen que ya no puedes decir nada, pero nosotros hicimos  Borat, siguiente película documental, es una película bastante provocadora con muchos chistes controvertidos. Lo conseguimos porque tuvimos la firmeza de asegurarnos que nuestros chistes vinieran de un buen lugar.

The Exchange está disponible en VOD.

BABY: EL APRENDIZ DEL CRIMEN: Acelerando con estilo

Por Eric Ortiz García (@EricOrtizG)

El amor de Edgar Wright por el cine de acción ha sido evidente desde sus inicios, y en su segundo largometraje, Hot Fuzz: Súper policías (Hot Fuzz, 2007), homenajeó/parodió abiertamente a cintas del género como Punto de quiebra (Point Break, 1991) y Bad Boys II (2003). Tampoco es un secreto que Wright tiene una gran pasión por la música; secuencias con coreografías basadas en alguna canción, o el uso de temas populares cuyas letras van acorde con lo que sucede, se hicieron presentes desde su ópera prima El desesperar de los muertos (Shaun of the Dead, 2004).

Baby: El aprendiz del crimen (Baby Driver, 2017) marca el regreso de Wright luego del debacle de Ant-Man (2015) y es una continuación de lo que ha venido haciendo: cine de género con sello personal, donde el estilo es parte de la substancia –siendo Scott Pilgrim vs. los ex de la chica de sus sueños (Scott Pilgrim vs. the World, 2010) el ejemplo perfecto de un cúmulo de diversos estilos y recursos narrativos.

Como ejercicio altamente estilizado, Baby: el aprendiz del crimen prácticamente nunca se deslinda de su soundtrack; aunque en esta ocasión Wright es más sutil a la hora de usar su característicos close-ups y cortes rápidos en los montajes, esto para dejar fluir las secuencias de acción más complejas que ha filmado hasta ahora, y también una dramática historia de amor juvenil que, a diferencia de Scott Pilgrim vs. los ex de la chica de sus sueños, se desarrolla en un mundo áspero.

Al ser un estudiante del cine de acción enfocado en persecuciones de autos, Wright toma como una de sus principales referencias a The Driver (1978), de Walter Hill, enfocándose también en un conductor (Baby, interpretado por Ansel Elgort) que trabaja para que los criminales puedan huir tras perpetrar un acto delictivo. Antes de introducir su trasfondo único, que terminará por llevar a Baby en otra dirección, se transmite la adrenalina del crimen y sobre todo de la velocidad. El bestial ritmo se junta con un trabajo de los dobles de riesgo impresionante y digno de la vieja escuela, siempre en pro del desarrollo de Baby como personaje.

La precisión no sólo está en las escenas de acción sino en cada uno de los personajes y los temas musicales que (casi) nunca dejan de sonar. Baby –con sus múltiples gafas oscuras y iPods clásicos– es la definición de lo cool, producto de un director/escritor enfocado en crear su propio universo, donde también caben constantes charlas sobre música, divertidos diálogos y gags plagados de referencias (desde Halloween de John Carpenter; Buenos muchachos de Martin Scorsese; hasta Monsters, Inc.), y las canciones que no temen remarcar la situación.

El ecléctico soundtrack no sólo se adapta excelsamente al ritmo de lo que estamos viendo en pantalla (ya sea una persecución, una balacera o simplemente a Baby comprando unos cafés), sino que también juega un rol vital en las vidas de los protagonistas y es perfecto para momentos específicos de júbilo o drama. La elección de temas como “Debra” de Beck y “Debora” de T. Rex dio paso a que la enamorada del protagonista se llame precisamente Debora (Lily James) y, de hecho, las conversaciones entre ambos versan sobre esto; ni que decir del uso de canciones que mencionan la palabra “baby”: “Nowhere to run to, baby, nowhere to hide”, por ejemplo, se escucha cuando es notorio que, a pesar de desearlo, el personaje de Elgort no puede escapar, ni esconderse, de su vida criminal.

Si bien se podría pensar que todo es parte de un mero ejercicio artificial, Baby: el aprendiz del crimen es uno de los filmes más cálidos de Wright. Temas como la amistad y el romance siempre estuvieron presentes en sus trabajos previos, y ahora nos entrega una cinta que también se preocupa por enfatizar en la bondad de Baby, quien en un punto sólo desea proteger a sus seres queridos: Debora y su padre adoptivo sordomudo (CJ Jones).

Es así como Wright se desvía del tipo de protagonista de The Driver –el cual a su vez bebió del silencioso matón de Le samouraï (1967) de Jean-Pierre Melville–, explorando el lado personal de Baby y conectando su condición a una infancia quebrada por la muerte de sus padres en un accidente automovilístico. Baby quedó con un zumbido constante en los oídos, por eso tiene que recurrir a la música en todo momento, al tiempo que su orfandad lo hizo quedar a la merced de un peligroso jefe criminal (Kevin Spacey redimiéndose en el cine) que se ha apropiado de su talento nato para manejar.

Baby es un personaje frágil en un mundo violento y codicioso –ahí entra Jamie Foxx como un gangsta demente, y Jon Hamm y Eiza González como una pareja de delincuentes enamorados–, aunque es justo su calidad humana (comprobada incluso durante los actos criminales), y su deseo por dejar el crimen y vivir un romántico road trip hacia lo desconocido junto a su querida Debora, lo que terminará por convertirlo en un héroe letal cada que la película pisa el acelerador con balazos, brutal actividad vehicular, choques incluidos, y hasta una larga persecución a pie que demuestra la versatilidad de Wright a la hora de diseñar sus momentos de acción. Así, Baby: el aprendiz del crimen tiene más alma y también mejor acción que innumerables películas del género.

Texto publicado originalmente en Butaca Ancha (en agosto de 2017).

Bonus: Entrevistas en video con el director Edgar Wright y con los actores Ansel Elgort y Eiza González