Fantasia 2021: APRIL STORY, una entrañable historia de amor joven

Por Eric Ortiz García (@EricOrtizG)

La edición 25 del Fantasia International Film Festival tiene una presencia considerable del director japonés Shunji Iwai, tres de sus trabajos son parte de la sección Fantasia Retro: Fireworks, Should We See It from the Side or the Bottom? (Uchiage hanabi, shita kara miru ka? Yoko kara miru ka?, 1993), April Story (Shigatsu monogatari, 1998) y All About Lily Chou-Chou (Riri Shushu no subete, 2001), esta última considerada su obra cumbre y que en su momento, según nos afirmó el experto en cine asiático Jorge Grajales, fue transmitida por Canal Once. También se encuentra en la programación el filme que Iwai realizó en plena pandemia de la COVID-19, The 12 Day Tale of the Monster that Died in 8 (2020), el cual celebrará su premiere norteamericana en Fantasia. 

Reconozco que no estaba familiarizado con el cine de Iwai, más allá de que Quentin Tarantino usó un tema de All About Lily Chou-Chou en Kill Bill (2003-2004) y lo alabó en aquella época. “Es un director estupendo, hizo una película llamada Swallowtail Butterfly (Suwarôteiru, 1996) que fue para Japón lo que Tiempos violentos (Pulp Fiction, 1994) para Estados Unidos”, afirmó Tarantino en una entrevista para Entertainment Weekly. 

Mi introducción a Iwai fue April Story y no pudo ser más entrañable. La película, de poco más de una hora, inicia con una toma en primera persona en la que vemos a la familia de la protagonista, Uzuki Nireno (Takako Matsu), esperando su partida rumbo a Tokio. Para la joven originaria de Hokkaido, en el norte de Japón, es momento de ingresar a la universidad de Musashino y vivir sola en la capital. 

Al “convivir” con Uzuki es fácil encariñarse, se trata una chica introvertida quien evidentemente no tendrá un proceso de adaptación “normal” en la ciudad. En una secuencia sumamente amena, los tipos que la ayudan con su mudanza atiborran su pequeño departamento y uno de ellos le sugiere deshacerse de las cosas extra augurando que no tendrá amigos que la visiten. Luego Uzuki no sabe articular bien el porqué optó por esa universidad en su incómoda presentación ante sus compañeros de clase, mientras estos se burlan de su lugar de origen caracterizado por bajas temperaturas. 

Naturalmente las interacciones de Uzuki son con otra chica “rara”, quien la convence de entrar al club escolar de pesca con mosca (hay una divertida referencia a Brad Pitt y Nada es para siempre); o con una vecina de apariencia más antisocial. Esto cuando no anda sola en bicicleta, de compras en una librería o en el cine viendo un filme en blanco y negro de samuráis –¡Iwai incluso recrea el desgaste del rollo de celuloide!–, antes de ser incomodada por un aparente acosador. Aunque cabe aclarar que en general las personas en April Story no carecen de amabilidad.

Buena parte de April Story es una hang out movie que se disfruta bastante. Aunque en cierto momento clave, un flashback explica la decisión de la protagonista de esforzarse por ser aceptada específicamente en esa universidad de Tokio. Entonces April Story se revela como una historia de amor joven, que funciona en grande porque logra transmitir qué tanto significa para nuestra tímida y adorable protagonista esa anticipada primera interacción real con Yamazaki (Seiichi Tanabe), joven empleado de la librería que frecuenta. Un primer contacto cándido y encantador, durante una tarde lluviosa, que aparenta no ser el último. 

April Story es un filme sumamente bello que, sin duda, me tendrá revisando pronto el resto de las producciones firmadas por Iwai en el programa de Fantasia.

Sundance 2021: PRISONERS OF THE GHOSTLAND, Sono, Cage y el delirio de la redención

Por Eric Ortiz García (@EricOrtizG)

A más de 30 años de su primera película, el japonés Sion Sono se ha consolidado como un director genial, prolífico y camaleónico. Tan sólo en la década pasada, se pueden encontrar algunos de sus mejores trabajos: un hilarante homenaje al cine de guerrilla y al 35mm, con yakuzas, samuráis y artes marciales, Vamos a jugar al infierno; películas brutalmente violentas y sórdidas, Pez mortal y El romance y la culpa; dramas alusivos al desastre nuclear de Fukushima, Topo y The Land of Hope; un delirante musical de hip hop, Tokyo Tribe; y un emotivo kaiju navideño con pegajosas canciones de rock, Love & Peace.

Por otra parte, Nicolas Cage se convirtió en uno de los actores hollywoodenses más prolíficos, encontrando desde hace algunos años papeles memorables en el cine de género, que más allá de la subversión se convierten en delirios absolutos. Basta nombrar Mandy (2018) y Color Out of Space (2019) para olvidar sus numerosos trabajos por encargo. 

Teniendo en cuenta eso, Prisoners of the Ghostland (2021), la anticipada primera película en inglés de Sono con Cage como protagonista, es una locura. Una verdadera locura.

Sono ha destacado en la construcción de mundos propios. Cuando lo entrevisté en 2015 por Tokyo Tribe (2014), reveló no estar interesado en usar locaciones reales de esa ciudad, porque quería “crear todo un mundo falso”. Prisoners of the Ghostland, una de sus producciones con mayor presupuesto, no se contiene en ese apartado. Sus dos universos principales –mejor dicho, prisiones– cobran vida y son un disparate maravilloso. 

Prisoners of the Ghostland es el wéstern de Sono y su regreso al cine de samuráis, dos géneros por los que siente afección como sus contemporáneos: Takashi Miike (Sukiyaki Western Django) y Quentin Tarantino (Kill Bill, Django sin cadenas). Un grupo que comparte influencias: Sergio Leone, Ennio Morricone, Sergio Corbucci, Bruce Lee, Kinji Fukasaku, Toshiya Fujita, entre muchos otros. 

En el “viejo oeste” de Sono conviven occidente y oriente, la mística del vaquero y el samurái. De hecho, está ambientado en “Samurai Town”. El icónico sheriff es un cowboy japonés, obeso y de cabello largo, fanático de Elvis Presley. El verdadero “jefe” del pueblo, el Governor (Bill Moseley, en una actuación para el recuerdo), es un gringo con acento sureño que controla un lugar de geishas. Lo acompaña su matón preferido: el hábil samurái Yasujiro, interpretado por el mismísimo Tak Sakaguchi –el “Bruce Lee” de Vamos a jugar al infierno (Jigoku de naze warui, 2013) y reciente protagonista de Crazy Samurai Musashi (2020), el emocionante y sangriento plano secuencia basado en una idea de Sono–. 

La iconografía híbrida y estrafalaria se extiende al pueblo, prácticamente un universo alterno donde convive todo tipo de gente sin importar la edad (hay un buen número de niños). Es un choque entre lo tradicional y lo moderno: un pueblo western/oriental clásico adornado con letreros electrónicos, con interiores dignos de una estilizada película futurista. Vaya, ¡el Governor viaja en un carro moderno! Es el cinema of cool en su expresión más llamativa. 

Courtesy of Sundance Institute.

¿Quién mejor para encabezar el reparto que un histrión con el entendimiento perfecto sobre este tipo de cine? ¿Hay mejor oportunidad de lucimiento para Cage que un filme donde su personaje es descrito como “tan cool, tan badass”? 

El actor lleva un buen rato divirtiéndose a lo grande. “Personalmente encuentro extremadamente divertidas sus actuaciones estilizadas”, dijo Richard Stanley cuando lo entrevisté por la lovecraftiana Color Out of Space, “dicen que es campy y exagerado, que cómo puedes hacer una película seria pero bastante divertida. Eso es justo lo que amo de Nic, es capaz de ser gracioso y serio al mismo tiempo”. 

Cage mantiene ese estilo en Prisoners of the Ghostland, dándole vida al clásico antihéroe sin nombre, aunque a diferencia de esas figuras casi silentes del spaghetti western –Leone bebió de los samuráis de Akira Kurosawa–, Nic no se guarda nada. La película está plagada de diálogos y momentos divertidamente absurdos. Es un territorio que Sono domina: basta recordar al hilarante líder yakuza enamorado en secreto de la hija de su rival, famosa por un un jingle que el criminal sigue bailando, en Vamos a jugar al infierno

La trama de Prisoners of the Ghostland es bastante sencilla: la “nieta” del Governor, Bernice (Sofia Boutella), ha desaparecido; en realidad, era una prostituta que logró escapar de su “prisión”. El hombre sin nombre está preso en Samurai Town y podría recuperar su libertad si cumple con la misión de traer de vuelta a Bernice. 

La secuencia que expone el conflicto es un despliegue en extremo disfrutable de la iconografía alrededor del personaje de Cage. ¿El mejor ejemplo? El traje ultra tecnológico que amenaza con volar al antihéroe en pedazos si trata mal a Bernice (¿un comentario de Sono sobre la supuesta “misoginia” de su cine?), o si no cumple con la misión en el tiempo establecido por el Governor. Ok, quizá no suena tan demente, ¿qué tal si le sumamos un par de explosivos a los testículos del protagonista? Y sabemos que Sono no añadiría ese detalle si no fuera a…  ¡explotar en cualquier momento!

Prisoners of the Ghostland es la cinta post-apocalíptica madmaxiana de Sono. Un mundo en ruinas con viejos maniquíes por doquier, figura recurrente en la filmografía de Sono, como en Exte: Hair Extensions (Ekusute, 2007) y en esa retorcida escena del crimen de El romance y la culpa (Koi no tsumi, 2011). Al centro del escenario está una derruida torre coronada por un inmenso reloj, propiedad de un imperio nuclear desaparecido.  

Tras el desastre nuclear de Fukushima en 2011, Sono no ha dejado de mostrar preocupación por ello en su cine. Está Topo (Himizu, 2011) con sus personajes que lo perdieron todo y pasaron a vivir como indigentes. En The Land of Hope (Kibô no kuni, 2012), el realizador imagina que un temblor y un tsunami provocan una nueva catástrofe nuclear en otra zona de Japón. Es una dura crítica al accionar del gobierno y a la población con poca memoria, que olvida el dolor de las personas ordinarias cuya vida nunca volverá a ser igual.

En The Land of Hope, Sono pensaba en la amenaza de la radiación como algo inherente a su país. Luego, en Love & Peace (Rabu & Pîsu, 2015), usó el furor por las inminentes Olimpíadas de Tokio 2020 (que aún no suceden, claro) como reflejo de un país que ha olvidado Hiroshima, Nagasaki y Fukushima. Por algo el cineasta sigue insistiendo: la mitología de Prisoners of the Ghostland, explicada en una estilizada secuencia onírica, es otro comentario sobre dicho tema.

Prisoners of the Ghostland se nutre de un montón de vertientes. Este mundo post-apocalíptico, y su trasfondo, es un híbrido. Para evitar explotar en pedazos, el personaje de Cage debe adentrarse a una mítica tierra de fantasmas, donde habitan figuras que se distinguen por su distintiva armadura samurái; deambulan entre hombres vestidos con ropa de prisión, cuyo líder es un tipo monstruoso, antagonista a medio camino entre el terror y la explotación. 

El destino de los que cruzan la carretera de los fantasmas son las ruinas nucleares. No existe salida de este lugar, donde habita una tribu extravagante pero bienintencionada. Algunos de estos personajes –como el carismático Rat Man, un recolector de combustible fanático de los vehículos–, bien podrían habitar una aventura fantástica en una galaxia muy, muy lejana. En Prisoners of the Ghostland, Sono vuelve a poner su atención en los marginados; en niños que han crecido sin agua o aire puro, en fantasmas que terminan representando las secuelas del horror mundano, el horror nuclear.

Prisoners of the Ghostland se filmó en Japón porque Sono sufrió un infarto durante su pre-producción y, aunque el nipón no aparece entre los guionistas, el tema de la reencarnación y la redención conducen la película. El personaje de Cage es pintado inicialmente como un criminal de la peor calaña, digno del viejo oeste salvaje de Corbucci. Uno de los fantasmas que lo persiguen es un inocente niño japonés, que tuvo el infortunio de presenciar un desastroso atraco bancario en el que participaron muchos de los personajes y elementos presentes en el relato. 

Prisoners of the Ghostland sigue al hombre sin nombre hasta que se gana el derecho de aparecer como “héroe” en los créditos finales. Es una redención siempre demencial absurdamente entretenida. Cage no se detiene, ni cuando tiene que dar el discurso motivacional como el “chosen one” que hará posible lo imposible. Ésta es una película bastante violenta –aunque sin llegar al Sono más brutal, horroroso y controversial de Pez mortal (Tsumetai nettaigyo, 2010)–, hay duelos estilizados, espadazos, balazos y, por supuesto, chorros de sangre. Prisoners of the Ghostland es un delirio absoluto y una de las entregas más satisfactorias del gran Sion Sono.

Entrevista con Zoë Bell: “2021 se tratará de establecerme como directora”

Por Eric Ortiz García (@EricOrtizG)

Han pasado 20 años desde que la neozelandesa Zoë Bell llegó a Los Ángeles, California, tratando de llevar su carrera como doble de acción a otro nivel.

Oriunda de la isla Waiheke, en Nueva Zelanda, Bell disfrutó de la actividad física desde muy pequeña, incluyendo las alturas y la velocidad. De acuerdo con su madre, un trampolín que recibió cuando tenía dos años fue determinante para descubrir su pasión. Eventualmente, durante un año sabático tras la preparatoria, Bell puso su atención en los stunts, una labor heroica y necesaria, pero peligrosa y poco reconocida. 

La serie Xena: La princesa guerrera (Xena: Warrior Princess, 1995-2001) es la producción más importante en la que Bell trabajó en Nueva Zelanda: fue la doble de acción de la actriz principal Lucy Lawless de 1998 a 2001. 

Como se puede apreciar en el valioso y emotivo documental Double Dare (2004), el fin de Xena: La princesa guerrera trajo incertidumbre a la joven stuntwoman. Desempleada y buscando una oportunidad lejos de casa, Bell encontró una mentora en Hollywood: la veterana Jeannie Epper, parte de una familia legendaria en el oficio de los stunts y doble de acción de Lynda Carter en la serie La Mujer Maravilla (Wonder Woman, 1975-1979). 

Bell pudo audicionar, de la mano de Epper, para un proyecto sumamente anticipado: Kill Bill (2003-2004), entonces el regreso tras seis años de ausencia de Quentin Tarantino, quizás el más popular e influyente de los directores americanos que emergieron en los años noventa. El resto es historia. 

En los años posteriores a su icónica colaboración con Uma Thurman, Bell logró consolidarse en Hollywood y construyó una carrera multifacética. El primer gran homenaje tarantiniano a los stunts, A prueba de muerte (Death Proof, 2007), significó para Bell su primer papel importante como actriz: una versión cinematográfica de ella misma, naturalmente este rol también le permitió brillar más que nunca como doble de acción. La secuencia de la persecución de carros es la antítesis del CGI y se mantiene como una de las mejores en la historia del cine. Bell sobre el cofre del Dodge Challenger evocando Vanishing Point (1971) es increíble. 

Entre las películas con Bell como protagonista están sus colaboraciones con el director Josh C. Waller: Raze (2013), una colección de peleas a muerte entre mujeres, y Camino (2015), un thriller de supervivencia.

Asimismo, la neozelandesa no ha abandonado su trabajo detrás de cámaras. Al contrario, poco a poco ha ido evolucionando, ha sido productora y en 2019 dio un salto importante con el segundo homenaje de Tarantino a los dobles de acción, Había una vez… en Hollywood (Once Upon a Time… in Hollywood, 2019), en la que coordinó los stunts de una producción millonaria por primera vez. Esta progresión es lo que buscan los stunts cuando llegan a cierta edad adulta, generalmente los hombres tienen mayor probabilidad de lograrlo.

En 2021, el nombre de Zoë Bell aparece por todos lados en los créditos de Haymaker (2021), de Nick Sasso. La carismática neozelandesa tiene un papel pequeño, coordinó los stunts, fue productora ejecutiva y dirigió la segunda unidad. 

A dos décadas de su llegada a Hollywood y con motivo de Haymaker –un drama romántico sobre la relación entre un peleador de Muay Thai (Sasso) y una exitosa cantante trans (Nomi Ruiz)– entrevisté a Bell. Hablamos de temas como su deseo de dirigir, sus reflexiones de vida en época de pandemia y el posible retiro de Tarantino. 

Cinema Inferno (CI): Tuviste labores diferentes en la producción de Haymaker. ¿Qué representa este proyecto para la evolución de tu carrera?

Zoë Bell (ZB): Creo que es bastante simbólico. En los últimos dos años ha habido un cambio para mí, las cosas se han empezado a fusionar un poco, en vez de sólo ser doble de acción, o sólo actriz, o sólo productora. Pero siempre he mezclado un poco todo esto. 

No sé cómo mi carrera fue intercambiando departamentos; de hecho, realmente lo disfruto de esta forma, me encanta la experiencia de colaboración, disfruto mucho estar por todas partes, pero lo que sigue es intentar dirigir. 

Haymaker fue dar un paso adelante y estar más cerca de dirigir. Nick (Sasso) y yo tuvimos muchas conversaciones sobre esto. Hubo una libertad en esa filmación para explorar esta faceta, con Nick y para Nick. Creo que es muy representativo de mi naturaleza personal. 

CI: Entonces, ¿planeas dirigir largometrajes en el futuro cercano?

ZB: Absolutamente, ese es el plan. Me representa CAA y 2021 se tratará de establecerme como directora y encontrar mi primer largometraje… y después de eso ¡la dominación del mundo entero! 

CI: ¿Qué tipo de películas te gustaría realizar?

ZB: Ha sido un proceso realmente interesante explorar qué tipo de películas me interesaría tener a cargo. Probablemente están en algún punto del género de la comedia de acción. 

Quiero traer de vuelta las buddy cop movies (filmes que son protagonizados por una pareja de policías amigos). ¿Conoces ese tipo de películas que existían en los años ochenta? ¿Arma mortal (Lethal Weapon, 1987)? ¿48 Hrs. (1982)?

CI: ¡Claro!

ZB: Siento que el mundo necesita películas así en estos momentos. Y yo soy la persona indicada para hacerlas (risas). 

CI: En otros filmes recientes, como Había una vez… en Hollywood, te has encargado de la coordinación de stunts. ¿Cómo abordas actualmente ese mundo?

ZB: Anteriormente coordiné los stunts de un par de filmes pequeños, luego un par de cortometrajes y un largometraje de bajo presupuesto. Había una vez… en Hollywood fue en definitiva dar el salto a las grandes ligas. Me encantó. 

Primero que nada, he estado haciendo esto desde que tenía 17 años, entonces tenía esa sensación de: “Ok, lo tengo bajo control”. También se trató de reconocer que tenía miedo, que dudaba de mí misma, y sobreponerse a las dudas rumbo a lo desconocido. Todo salió realmente bien.

Amo trabajar con Quentin en cualquier capacidad. Me encanta trabajar en todas las películas de la familia Quentin, porque somos como una gran familia. Fue interesante porque siempre había sido algo así como la bebé en el set, tenía unos 20 años cuando empecé a trabajar con estos tipos. Llegar a ser jefa de departamento y uno de los adultos en el set (risas), fue realmente cool, lo disfruté bastante. 

Coordinar stunts y dirigir la segunda unidad me ayuda a entender quién quiero ser en el set como directora, y también a qué personas quiero tener a mi alrededor.

En ocasiones mi carrera ha sido confusa y conflictiva, me he sentido perdida, cuando pienso “no sé hacia dónde me dirijo”. Entonces, cuando arribo a un lugar como este y miro hacia atrás, pienso: “todos los caminos me estaban dirigiendo aquí y no estaría en el lugar en el que estoy ahora si no fuera por todos estos caminos aleatorios que recorrí”. 

CI: En ese sentido, estaba pensando en el documental Double Dare, el cual aborda tus primeras experiencias en Hollywood. A casi 20 años, ¿cómo te sientes cuando miras atrás a esta época?

ZB: Creo que esa es una de las cosas que la pandemia y el encierro nos ha obligado o permitido hacer: mirar atrás, a nuestro lugar de origen, y al lugar en el que estamos hoy. Hay algo interesante de tener que permanecer en silencio por un minuto. Y es que somos buenos para acostumbramos al estrés y escondernos en nuestro trabajo. 

He estado mirándome en retrospectiva y pienso, “si hubiera tenido fé en mí misma, en la dirección en la que iba, hubiera tenido muchísimo menos estrés en los años pasados”. Dicho esto, nunca sabrás lo que vendrá en el futuro y alrededor de todos esos pequeños momentos de estrés, simplemente hay una vida por la que estoy muy agradecida. 

No siempre he sido afortunada, ciertamente no ha sido fácil ni me he sentido cómoda. He tenido muchas dudas en la industria, ha habido momentos en los que me he querido regresar a casa. 

Se me ocurre que si tomas decisiones desde un lugar que no está basado en el miedo, terminarás en algún lugar que se sentirá bien durante un periodo de tiempo. Pero si estás tomando decisiones basadas en el miedo de manera constante, no vas a poder disfrutar cuando todo va bien en tu vida. 

Creo que me puse muy filosófica, me disculpo (risas).

CI: Tarantino es mi cineasta favorito, ¿qué piensas de su plan de retiro?

ZB: Mira, no pretendo saber qué pasa por la cabeza de alguien más, mucho menos de este hombre. Creo que la número 10 podría ser su última película, pero creo en sus planes de escribir, quizás obras de teatro, quizá novelas. Es como si no fuera lo último que veremos, leeremos o escucharemos de Quentin. Él simplemente tiene una voz. 

¿Te imaginas una novela de Tarantino? ¡Sería increíble! Y obras de teatro, vaya, Los 8 más odiados (The Hateful Eight, 2015) bien podría ser una obra, ¿sabes? Entonces, pienso que hay un mundo nuevo para él.

No creo que se iría del cine si todavía fuera el medio por el que siente más pasión. Si se siente entusiasmado después de la décima película, de antemano imagino que continuará. Aunque siento que se está dirigiendo a explorar algo nuevo y me emociona poder conocer qué será. Vaya, por supuesto que todo el mundo estará triste si nunca vuelve a hacer una película, pero ¿quién dice que no habrá todo un nuevo universo de Tarantino a partir de lo que sea que haga en el futuro?

HABÍA UNA VEZ… EN HOLLYWOOD: El mejor filme de Quentin Tarantino en una década

Por Eric Ortiz García (@EricOrtizG)

Quentin Tarantino afirmó, en una entrevista, que Bill Clark –asistente de dirección y parte de su crew de confianza desde los años noventa– le comentó después de leer el guión de Había una vez… en Hollywood (Once Upon a Time… in Hollywood, 2019): “Hay un poco de todas tus películas combinado”. Siguiendo con esa noción, aunado a que el influyente cineasta insiste que se trata de su penúltimo filme, Tarantino definió Había una vez… en Hollywood como “el clímax” de su carrera, justo antes de lo que será “el epílogo”.

Quizá lo más obvio a señalar es que Había una vez… en Hollywood representa el mayor homenaje al cine, la televisión y a sus artesanos dentro de toda la filmografía tarantiniana, que ya incluía a un policía que se preparaba para infiltrarse al mundo criminal como si fuese un actor antes de su audición más importante (Mr. Orange en Perros de reserva), a la esposa de un jefe gansteril que protagonizó un poco exitoso programa piloto de televisión (Mia Wallace en Tiempos violentos), a un stuntman convertido en asesino serial de mujeres (Stuntman Mike en A prueba de muerte), a una joven judía que encontraba refugio en un cine parisino (eventual sitio del asesinato del mismísimo Führer), a un soldado Nazi cinéfilo y actor debutante, e incluso a un crítico de cine enlistado en el ejército británico (Shosanna, Fredrick Zoller y Lt. Archie Hicox, respectivamente, en Bastardos sin gloria); esto sin mencionar, claro está, una infinidad de referencias cinéfilas: de Clarence celebrando su cumpleaños con una doble función del actor japonés Sonny Chiba en La fuga (True Romance, 1993), de Tony Scott (primer guión escrito por Tarantino), al Major Marquis Warren parafraseando un diálogo proveniente de El vengador anónimo II (Death Wish II, 1982) cerca del final de Los 8 más odiados (The Hateful Eight, 2015).

En esta ocasión, los protagonistas de Tarantino son trabajadores de la industria fílmica (y televisiva) hollywoodense, la cual estaba en plena transición para 1969, a punto de experimentar la consolidación del llamado Nuevo Hollywood: tras el éxito de cintas como Bonnie y Clyde (Bonnie and Clyde, 1967) y Busco mi destino (Easy Rider, 1969), jóvenes autores como Martin Scorsese, Francis Ford Coppola, Steven Spielberg, Brian De Palma, George Lucas y Peter Bogdanovich marcarían el rumbo del sistema de estudios en la década de los setenta.

Rick Dalton (Leonardo DiCaprio confirmando que da lo mejor de sí cuando es dirigido por Scorsese o Tarantino) es un actor que varios años antes brilló en la famosa serie western Bounty Law, pero en 1969 ha fracasado en su intento por convertirse en una estrella de cine y, consecuentemente, ha sido relegado a interpretar al villano invitado en series (que sí existieron) como El Avispón Verde, The F.B.I. o Lancer. Ahora, la “salvación” de su carrera parece estar en un tipo de cine que él mismo mira con desdén: las películas de género italianas.

Por su parte, Cliff Booth (Brad Pitt dando su mejor actuación desde Bastardos sin gloria) es el doble de acción de Rick, pero ya sólo en teoría porque la carrera en declive del histrión también significa menos trabajo para este stuntman de por sí temperamental y con pésima reputación en la industria; entonces, este obrero dispuesto a arriesgar su vida por el cine y la televisión ha pasado más bien a fungir –gustosamente eso sí– como chofer y ayudante en general de su estimado amigo Rick. En contraste, los vecinos de Rick en Cielo Drive viven un momento de ensueño: Sharon Tate (Margot Robbie, sutilmente emotiva) ya es reconocida, como una de las chicas de Valley of the Dolls (1967), y acaba de protagonizar The Wrecking Crew (1968) a lado de Dean Martin, mientras que su esposo Roman Polanski (Rafal Zawierucha) es –en palabras de Rick Dalton– “probablemente el director más popular de Hollywood e incluso del mundo entero” tras el éxito masivo de El bebé de Rosemary (Rosemary’s Baby, 1968).

Había una vez… en Hollywood tiene una marcada estructura de tres actos, cada uno desarrollado en un día diferente de la vida de los protagonistas: el sábado 8 de febrero, el domingo 9 febrero y el viernes 8 de agosto de 1969. Básicamente los dos primeros capítulos enteros, así como la primera parte del último acto, están dedicados al desarrollo de los personajes. Dado que son dos actores y un stuntman de Hollywood, esto provoca que el filme sea, naturalmente, un festín tarantiniano dedicado a su gran pasión.

Si Tarantino nunca había dirigido una película dentro de una película (recordemos que fue Eli Roth quien realizó la cinta propagandística Nation’s Pride para Bastardos sin gloria), aquí el detallado trasfondo que le creó a Rick y a Cliff –está documentado que DiCaprio y Pitt tuvieron que leer hojas enteras con todos los detalles de las carreras (ficticias) de sus personajes– se refleja en pantalla con Quentin dando rienda suelta a sus deseos, contagiándonos su disfrute al recrear un show western como si fueran los años cincuenta (Bounty Law), al mostrar un momento épico de un filme de Dalton (The 14 Fists of McCluskey, donde lo vemos despachar a varios Nazis con un poderoso lanzallamas), y al ahondar en toda una mitología sobre la eventual estancia de Rick y Cliff en Italia, que ocurre de la mano del nuevo agente/productor del actor, Marvin Schwarzs (el legendario Al Pacino, de actuación reducida pero memorable y graciosa).

De igual forma, Tarantino logra algo muy curioso al insertar a Rick Dalton en secuencias de cintas ya existentes: Moving Target (Bersaglio mobile, 1967) de Sergio Corbucci (para ejemplificar su paso por Italia) o la obra maestra El gran escape (The Great Escape, 1963) de John Sturges (para remarcar que Dalton nunca pudo llegar al nivel de estrellato fílmico de Steve McQueen). En el caso de Cliff, caben hilarantes flashbacks que nos llevan a anécdotas que involucran a Bruce Lee (Mike Moh de caracterización perfecta) en el set de El Avispón Verde; mientras que por medio de Tate y Polanski, Tarantino recuerda el rock ‘n’ roll puro de Deep Purple y luego se adentra a la Mansión Playboy para esa mirada al momento cumbre de una figura en Hollywood, pero también nos entrega una singular y cálida secuencia en la que Tate acude a un cine a ver The Wrecking Crew y sonríe constantemente al atestiguar cómo su trabajo conecta con la audiencia.

Con esto último nos podemos ligar a un aspecto esencial de Había una vez… en Hollywood: durante ¾ del metraje es una hangout movie donde, más que seguir una trama definida desde el principio, simplemente se convive con los personajes. Aún más atípico dentro del trabajo de QT y que la diferencia de otras de sus hangout movies como Tiempos violentos (Pulp Fiction, 1994), Jackie Brown: La estafa (Jackie Brown, 1997) y A prueba de muerte (Death Proof, 2007): las secuencias de convivencia con los personajes que carecen de diálogos, un recurso que sin duda ha sido sello de la casa desde la primera escena de Perros de reserva (Reservoir Dogs, 1992). El ya mencionado momento con Sharon Tate disfrutando de The Wrecking Crew (dato curioso: Tate entra al cine cuando está pasando el tráiler de C.C. & Company, mismo que fue proyectado en celuloide en el pre-show del New Beverly Cinema), o bien un magistral seguimiento a Cliff Booth mientras maneja velozmente su Karmann Ghia desde una zona exclusiva (donde está ubicada la casa de Rick), pasando por varias partes de una ciudad de Los Ángeles reconstruida minuciosamente para transportarnos a otra época (atención no sólo con la predeciblemente notoria selección musical sino también con los sonidos de la radio), hasta un freeway y luego un remoto autocinema ya evidentemente a las afueras de Hollywood, donde Cliff vive en una casa rodante con su pitbull Brandy (Sayuri, perrita que fue premiada merecidamente con el Palm Dog Award en Cannes).

Por si fuera poco, Tarantino cierra esta secuencia única con una maravillosa interacción entre Cliff y la pitbull, filmada con total precisión, con sus característicos close-ups, llena de detalles (QT ha creado ahora su propia marca de comida para perros, por ejemplo), color y esa humanidad del personaje aún cuando se trata de un stuntman bastante pirado que sabe repartir madrazos y que quizá cometió un terrible crimen en el pasado.

En ese tenor, el del aspecto humano, ni qué decir de Rick Dalton, uno de esos grandes personajes con el que es fácil conectar. Su interacción con Pacino, por ejemplo, es tanto un puñado de referencias al cine y al amor que el propio Tarantino tiene por ver copias en celuloide en su sala privada, como la confirmación de que (triste e inevitablemente) su tiempo de gloria se está quedando poco a poco en el pasado. Como buddy movie, porque ciertamente hay mucho de esto, Rick (el otrora estrella de la TV que tartamudea constantemente cuando no actúa) y Cliff (rudo, problemático pero también despreocupado) son un dúo memorable, divertidísimo y en cuya amistad recae buena parte del núcleo emocional del filme.

Pero, a todo esto, ¿qué tienen que ver con Tate, Charles Manson (Damon Herriman, quien aparece en sólo una escena) y los numerosos súbditos de este último (interpretados por actores como Austin Butler, Lena Dunham y Harley Quinn Smith)? El encuentro circunstancial entre Cliff y una chica hippie de la familia Manson (Margaret Qualley como la precoz Pussycat) da paso a una interacción que incluso nos lleva hasta el Spahn Movie Ranch (Bruce Dern, delirante como el anciano George Spahn), donde el personaje de Pitt se da cuenta que poco queda de cuando filmaba ahí Bounty Law porque el tiempo pasa rápido y las nuevas generaciones se han adueñado del lugar. Pero más que otra cosa, este y otros detalles que en su momento parecen que sólo dan color a un personaje o a una escena, están perfectamente pensados para que tengan efecto en el clímax.

Aquí vale la pena detenerse un poco para tener en cuenta el momento de la carrera de Tarantino en el que ha llegado su noveno largometraje. Había una vez… en Hollywood, efectivamente, aborda “el fin de una era” en varios sentidos dentro de su metraje, pero también significó la primera película de QT desde que los escándalos del depredador sexual Harvey Weinstein provocaron el fin de otra era. Señalado por no haber hecho algo más al respecto, por el accidente que Uma Thurman tuvo durante la filmación de Kill Bill (2003-2004), aunado a que anteriormente Los 8 más odiados (su gran apuesta en 70mm en plena era del cine que tanto desprecia: el digital) tuvo una fría recepción en taquilla y con los votantes de la Academia, no es nada descabellado pensar que este fue uno de los periodos más complicados en la carrera de Tarantino.

Entonces, ¿será que la voz de Rick Dalton –casi llorando en presencia de una precoz actriz de método (la genial Julia Butters de sólo 10 años de edad) que también es parte de la serie western Lancer– expresando lo difícil que es sentirse día tras día menos relevante provenga directamente del sentir de QT? No lo sabemos con exactitud, lo que sí es un hecho es que Rick da eventualmente una intensa actuación que deja satisfecho al director de Lancer (Nicholas Hammond como Sam Wanamaker) y que es catalogada como “la mejor actuación que he visto en mi vida” por la niña actriz, no sin antes desplomarse, batallar por recordar sus diálogos, hacerle frente a su alcoholismo y amenazarse a sí mismo (todas estas secuencias aunque no lo parezcan, son un deleite total y divertido en las manos de Tarantino y  DiCaprio). “You’re Rick fucking Dalton, don’t you forget it” le había dicho Cliff a su mejor amigo Rick para animarlo en un momento complicado; por su parte, Tarantino parece recordarse a sí mismo “you’re Quentin fucking Tarantino” antes de deleitarnos con un clímax tan brutal como sorpresivo e hilarante que de igual forma funciona como una suerte de declaración de principios.

Sin llegar a los spoilers masivos de este desenlace, QT evoca el revisionismo histórico de Bastardos sin gloria (Inglourious Basterds, 2009) y, al mismo tiempo, hace alusión a la controversia que lo ha perseguido desde 1992, particularmente desde que en Perros de reserva el psicópata Mr. Blonde bailaba al ritmo de Stealers Wheel antes de torturar, cortarle la oreja e intentar quemar vivo a un policía. Como mencioné, detalles de los actos previos, de las escenas de convivencia con los personajes, de una de las películas dentro de la película, se conjugan de manera perfecta para un despliegue de la esencia más escandalosa del cine de Tarantino: violencia explícita que no provoca otra cosa más que goce y satisfacción absoluta (ver Había una vez… en Hollywood con el público correcto, en una sala abarrotada, es una experiencia que revive la “magia” de la pantalla grande).

En la época de los cuestionamientos de los supuestos progresistas, me parece que no es coincidencia que en un par de ocasiones ciertos personajes hippies denigran el trabajo de los actores, porque –parafraseándolos– mientras ellos pretenden matar para entretener, gente real está muriendo en Vietnam, o porque mientras ellos disfrutan de su dinero y viven en casas de lujo en Hollywood, su influencia violenta y negativa ha quedado impregnada en la sociedad. Pero en Había una vez… en Hollywood, a pesar de cualquier tipo de controversia o acusación, QT se es fiel a sí mismo, a la esencia de su cine; para él los actores no son sino héroes que pueden cambiarlo todo, incluso una historia fatídica, al menos mientras la sala se mantiene oscura y los cuentos de hadas son proyectados.  Había una vez… en Hollywood es fácilmente el mejor filme de Tarantino en una década, para disfrutarse una y otra vez como otras de sus obras mayores.