Una entrevista con Emile Hirsch sobre MIDNIGHT IN THE SWITCHGRASS

Por Eric Ortiz García (@EricOrtizG)

“La actuación más significante de un joven americano en generaciones”, así describió Sean Penn el trabajo de Emile Hirsch en la épica Camino salvaje (Into the Wild, 2007). Hirsch se transformó físicamente para llevar a la pantalla la aventura liberadora y mortal de Chris McCandless, quien llegó hasta Alaska buscando alejarse de las convenciones sociales. A los 22 años, Hirsch consiguió su rol distintivo que se mantiene como el más reconocido de su extensa filmografía.

Hirsch se encuentra, 14 años después, promocionando Midnight in the Switchgrass (2021), un thriller de crímenes filmado durante la época de COVID-19. Aquí su papel es totalmente serio: Byron, un agente de policía que carga el peso de varios casos no resueltos de mujeres brutalmente asesinadas. El actor americano recordó, en entrevista con Cinema Inferno, que anteriormente había “lidiado con personajes con una mentalidad similar, donde hay mucha profundidad y tristeza. He interpretado a otros policías, también a un Navy SEAL en El sobreviviente (Lone Survivor, 2013)”, sobre una misión comprometida que deja a cuatro SEALs luchando por su vida contra un numeroso grupo talibán.

Al inicio de Midnight in the Switchgrass Byron recibe más malas noticias: se descubrió el cadáver de una prostituta, el séptimo caso similar en dos años, y otra chica desapareció en un motel cerca de una parada de camiones. Todo esto sucede en el Panhandle de Florida. Hirsch conoce bien las historias de crimen situadas al sur de Estados Unidos, basta recordar su participación en Killer Joe, asesino por encargo (Killer Joe, 2011), un pirado y sucio pulp noir tejano de humor negrísimo.

Al respecto, Hirsch comentó: “no sé exactamente qué tienen estos lugares. Creo que, de alguna manera, es su naturaleza rural. Sus historias alejadas de la ciudad y sus espacios más abiertos. Es un área ligada a las tradiciones. En el caso de Midnight in the Switchgrass, mi personaje es un hombre muy religioso. Él y su esposa (Jackie Cruz) son muy creyentes. La clave para mí fue nunca olvidar la idea de que su espiritualidad lo impulsa por una causa justa, pero también resaltar su lucha interna. Similar al personaje de Tommy Lee Jones en Sin lugar para los débiles (No Country for Old Men, 2007): ese último monólogo en el que le da significado a su existencia y se pone muy filosófico sobre la naturaleza del bien, del mal y del crimen. Quería ver a mi personaje batallar con su propia espiritualidad: las cosas atroces, terribles y tristes que ve pueden deteriorar su fé en Dios. Es cuando su esposa lo trae de vuelta, lo empuja, lo vuelve a inspirar en su trabajo”.

El personaje de Hirsch eventualmente une esfuerzos con Rebecca (Megan Fox), integrante del FBI y parte de una operación encubierta en el mundo de la prostitución y la trata de mujeres. A pesar de no contar con el apoyo total de sus respectivos superiores, Byron y Rebecca son la única esperanza para detener a un asesino serial que en apariencia es sólo un padre de familia (Lukas Haas). En el reparto de Midnight in the Switchgrass también se encuentra el mismísimo Bruce Willis, como el compañero de Rebecca que abandona la peligrosa operación.

“Tenía 19 años cuando conocí a Bruce Willis, estaba trabajando en Sospechas mortales (Alpha Dog, 2006)”, recordó Hirsch. La película inspirada por un caso real sigue el pleito por dinero entre un dealer californiano (Hirsch) y uno de sus secuaces, un ex preso drogadicto y neonazi (Ben Foster). Todo se sale de control cuando el dealer y dos de sus amigos (uno de ellos interpretado por Justin Timberlake) se topan de la nada con el hermano del neonazi, un chico inocente de sólo 15 años (el fallecido Anton Yelchin); lo que sigue es un secuestro no planeado y una verdadera tragedia. En esa película dirigida por Nick Cassavetes, Willis interpreta a un temido criminal, padre del joven traficante.

Hirsch rememoró que la “primera vez que trabajé con Bruce Willis, fuimos por unos tragos, básicamente terminé diciéndole que era su fan durante buena parte de la noche, fue casi vergonzoso. Me encanta trabajar con estos actores legendarios. He aprendido mucho de Bruce, también de Mel Gibson (compartió pantalla con él en La fuerza de la naturaleza). Con estas estrellas de cine fundamentales no te das cuenta de cuántas de sus películas has visto, hasta que realmente revisas sus currículos y descubres que has visto unas 20 de sus películas. Bruce y Mel han hecho muchos clásicos”.

Algo similar me sucedió al revisar la filmografía de Hirsch para preparar esta entrevista, sin duda cuenta con un gran número de títulos valiosos. Antes de Camino salvaje, Hirsch destacó en películas como la ya mencionada Sospechas mortales, la divertida La chica de al lado (The Girl Next Door, 2004) –una suerte de antecesora espiritual de Supercool (Superbad, 2007), con un adolescente impopular que se enamora de su bella vecina (Elisha Cuthbert) cuyo pasado está conectado con la industria pornográfica–, y Los amos de Dogtown (Lords of Dogtown, 2005), un energético retrato de la salvaje juventud californiana que en los setenta fue vital para la evolución del skateboarding, gracias a la influencia del surf y patinar en piscinas vacías.

Es especialmente valioso ver estas producciones hoy porque son los primeros pasos de otras estrellas además de Hirsch, quien durante la entrevista alabó a sus contemporáneos: “Paul Dano y yo trabajamos juntos en tres películas: The Emperor’s Club (2002), La chica de al lado y Bienvenido a Woodstock (Taking Woodstock, 2009), aunque en esta última no compartimos pantalla. Me encanta el trabajo que ha hecho, esa película sobre Brian Wilson (Amor y compasión); en esa misma película también me encanta John Cusack, con quien pude trabajar en Never Grow Old (2019). Jesse Eisenberg también salió en The Emperor’s Club, todos teníamos 16 o 17, luego hizo Red social (The Social Network, 2010) y otras grandes interpretaciones. Juno (Temple) estuvo asombrosa en Killer Joe, asesino por encargo, ahora es grandioso verla haciendo todo tipo de cosas. Es simplemente increíble”.

El carismático Hirsch no se ha quedado atrás. Después de Camino salvaje llegaron protagónicos en filmes como la infravalorada Meteoro, la película (Speed Racer, 2008), o Prince Avalanche (2013), una muy graciosa y significativa oda a la amistad. También colaboraciones con grandes como William Friedkin (Killer Joe, asesino por encargo), Gus Van Sant (Milk, un hombre, una revolución, una esperanza), Oliver Stone (Salvajes) y Quentin Tarantino (Había una vez… en Hollywood).

Ante los límites temporales de nuestra entrevista, decidí preguntarle a Hirsch en específico sobre su experiencia bajo la dirección de Friedkin y Tarantino, quienes en palabras del actor “están a la par en su habilidad para expresarse”.

En Killer Joe, asesino por encargo el personaje de Hirsch es parte de una familia bastante disfuncional: la hija adolescente (Juno Temple) termina en manos de un detective y matón (Matthew McConaughey) como anticipo porque el altanero pero nada brillante hijo (Hirsch), y el usualmente distraído padre (Thomas Haden Church), no tienen el dinero para pagar por adelantado el asesinato de la madre. “Friedkin es impredecible y explosivo, te diviertes con él porque nunca sabes lo que hará. En ocasiones filmaba toda mi parte en una sola toma, es muy seguro de sí mismo y no necesita protección. No sé si he trabajado con otro director tan carismático como Friedkin”, se preguntó Hirsch.

Hirsch se convirtió en Jay Sebring, estilista y ex de Sharon Tate (Margot Robbie), en Había una vez… en Hollywood (Once Upon a Time… in Hollywood, 2019). Entre sus momentos más memorables están su baile en la mansión Playboy a ritmo de “Son of a Lovin’ Man”, sus interacciones con Charles Manson (Damon Herriman) y, al final, Rick Dalton (Leonardo DiCaprio). De acuerdo con Hirsch, “Tarantino emana alegría de vivir. Probablemente hay muchas personas tan inteligentes como Quentin en el mundo, pero no todas tienen la misma pasión, eso es lo que lo separa. Es como un niño, genuinamente ama contar historias, las películas o escribir una novela. Es un narrador natural y talentoso. En Había una vez… en Hollywood tuve 18 o 19 días de filmación, distribuidos en unos cinco meses. Fue un privilegio poder pasar todo ese tiempo alrededor de Tarantino”.

Al regresar a algunos de sus papeles más memorables, Hirsch no evitó sentirse sorprendido por su propio recorrido: “llevo actuando profesionalmente 26 años ininterrumpidos. Es gracioso que a veces se me olvide esto, pero luego pienso: ‘wow, literalmente llevo 26 años, Dios mío’. Es de locos”.

Midnight in the Switchgrass se puede ver en cines de Estados Unidos y VOD. También está disponible en Blu-ray y DVD.

THE HAUNTING OF SHARON TATE: El burdo retorno de la Mansonploitation

Por Eric Ortiz García (@EricOrtizG)

50 años han pasado desde los asesinatos Tate-LaBianca perpetrados por la llamada familia Manson, los cuales han sido abordados y explotados hasta la saciedad por la cultura popular. Al tratarse de un aniversario significativo, de un año como 1969 que marcó un nuevo rumbo respecto a la contracultura y al “verano del amor” de 1967, era inevitable que surgieran más películas basadas en Charles Manson, sus súbditos y sus víctimas (entre ellas la actriz Sharon Tate). 

Sin embargo, no todas las producciones pueden darse el lujo de alejarse de la Mansonploitation cinematográfica de la mano de Quentin Tarantino, un presupuesto millonario y un reparto plagado de estrellas como Brad Pitt, Leonardo DiCaprio y Margot Robbie (en el rol de Tate); hay otras cintas que, con descaro, simplemente toman la violenta historia verídica para que su propuesta, de otra forma totalmente genérica, gane mayor atención en el mercado. Aquí entra The Haunting of Sharon Tate (2019), de Daniel Farrands, la cual si inicialmente aporta algo al tema es que está narrada desde el punto de vista de Tate (interpretada por la otrora teen idol Hilary Duff) y sus amigos, días previos a la madrugada fatídica del sábado 9 de agosto de 1969. 

The Manson Family (1997), de Jim Van Bebber, exhibe sin reparo la experimentación con drogas, las orgías y, en general, la locura que se vivía en el rancho de la familia Manson, así como la brutalidad de sus más notorios asesinatos; por su parte, Helter Skelter (1976), de Tom Gries, explora las consecuencias y las investigaciones oficiales hasta que Manson y algunos de sus seguidores son sentenciados a muerte. The Haunting of Sharon Tate, entonces, muestra a Tate junto con sus conocidos –también eventuales víctimas–: Jay Sebring (Jonathan Bennett), Wojciech Frykowski (Pawel Szajda) y Abigail Folger (Lydia Hearst), interacciones que dan algo de visibilidad a la conflictiva relación entre Tate y Roman Polanski. De acuerdo al filme, Tate sospechaba que Polanski la engañaba, aunado a que no era bien visto por nadie de ellos que el cineasta había decidido permanecer en Londres, Inglaterra, para trabajar en un guión, aún cuando su esposa estaba a sólo semanas de dar a luz. 

No obstante, desde la primera secuencia de The Haunting of Sharon Tate queda claro que estamos ante la Mansonploitation en estado puro: ¿Sharon Tate  teniendo sueños y premoniciones de su asesinato un año antes? Este supuesto hecho verídico, que ha sido rotundamente desmentido por la hermana de Tate, es el punto de partida y el asunto central de la película de Farrands, algo que –más que ahondar en una perspectiva diferente de la tragedia– nos lleva a diversos lugares comunes del terror. Si olvidamos por un momento que la trama versa sobre Tate, Manson y compañía, tenemos un escenario y una ejecución común y corriente: una mujer que acaba de regresar a su hogar siente que algo no está bien, al tiempo que comienzan a suceder cosas que sólo refuerzan este inquietante pensamiento: hay ruidos extraños, tipos desconocidos aparentemente merodean el lugar, sus amigos toman decisiones sin su permiso, incluso hay cuestiones que rayan en lo paranormal. 

Todo esto es, efectivamente, una insípida sucesión de clichés, pero al recordar que la protagonista es Sharon Tate, se alcanza otro nivel de lo absurdo. Que las situaciones y los diálogos sean increíblemente torpes y burdos no ayuda en nada y, en consecuencia, The Haunting of Sharon Tate será recordada no por su intento de indagar en el tema del destino y si todo está previamente escrito o no, ni por su desenlace carente de sentido, sino por una serie de momentos infames. 

Veamos, en The Haunting of Sharon Tate hay una secuencia donde un juego que predice el futuro le dice a Tate que no vivirá felizmente por mucho tiempo, una subtrama que involucra a Steven Parent (otra de las víctimas de la familia Manson, interpretado por Ryan Cargill) convertido en “experto” en mensajes subliminales que alertan el “Helter Skelter” y se esconden en un casete que a veces se reproduce sólo (¿por qué diablos no?), e incluso un momento pesadillesco en el que Tate parece remitir a Rosemary (el personaje de Mia Farrow en la obra maestra El bebé de Rosemary) y le alerta por teléfono a su esposo que algo terrible sucederá, que sus conocidos están conspirando en contra de ella y que existe un hombre llamado Charlie y un culto que “vendrá para llevarse al bebé”. Anteriormente uno de sus amigos había tratado de calmar a la paranoica Tate diciéndole, así sin más, “esta no es una película de Roman [Polanski]”, en un pedazo de diálogo digno de enmarcar. 

Bienvenidos de vuelta a la Mansonploitation.

HABÍA UNA VEZ… EN HOLLYWOOD: El mejor filme de Quentin Tarantino en una década

Por Eric Ortiz García (@EricOrtizG)

Quentin Tarantino afirmó, en una entrevista, que Bill Clark –asistente de dirección y parte de su crew de confianza desde los años noventa– le comentó después de leer el guión de Había una vez… en Hollywood (Once Upon a Time… in Hollywood, 2019): “Hay un poco de todas tus películas combinado”. Siguiendo con esa noción, aunado a que el influyente cineasta insiste que se trata de su penúltimo filme, Tarantino definió Había una vez… en Hollywood como “el clímax” de su carrera, justo antes de lo que será “el epílogo”.

Quizá lo más obvio a señalar es que Había una vez… en Hollywood representa el mayor homenaje al cine, la televisión y a sus artesanos dentro de toda la filmografía tarantiniana, que ya incluía a un policía que se preparaba para infiltrarse al mundo criminal como si fuese un actor antes de su audición más importante (Mr. Orange en Perros de reserva), a la esposa de un jefe gansteril que protagonizó un poco exitoso programa piloto de televisión (Mia Wallace en Tiempos violentos), a un stuntman convertido en asesino serial de mujeres (Stuntman Mike en A prueba de muerte), a una joven judía que encontraba refugio en un cine parisino (eventual sitio del asesinato del mismísimo Führer), a un soldado Nazi cinéfilo y actor debutante, e incluso a un crítico de cine enlistado en el ejército británico (Shosanna, Fredrick Zoller y Lt. Archie Hicox, respectivamente, en Bastardos sin gloria); esto sin mencionar, claro está, una infinidad de referencias cinéfilas: de Clarence celebrando su cumpleaños con una doble función del actor japonés Sonny Chiba en La fuga (True Romance, 1993), de Tony Scott (primer guión escrito por Tarantino), al Major Marquis Warren parafraseando un diálogo proveniente de El vengador anónimo II (Death Wish II, 1982) cerca del final de Los 8 más odiados (The Hateful Eight, 2015).

En esta ocasión, los protagonistas de Tarantino son trabajadores de la industria fílmica (y televisiva) hollywoodense, la cual estaba en plena transición para 1969, a punto de experimentar la consolidación del llamado Nuevo Hollywood: tras el éxito de cintas como Bonnie y Clyde (Bonnie and Clyde, 1967) y Busco mi destino (Easy Rider, 1969), jóvenes autores como Martin Scorsese, Francis Ford Coppola, Steven Spielberg, Brian De Palma, George Lucas y Peter Bogdanovich marcarían el rumbo del sistema de estudios en la década de los setenta.

Rick Dalton (Leonardo DiCaprio confirmando que da lo mejor de sí cuando es dirigido por Scorsese o Tarantino) es un actor que varios años antes brilló en la famosa serie western Bounty Law, pero en 1969 ha fracasado en su intento por convertirse en una estrella de cine y, consecuentemente, ha sido relegado a interpretar al villano invitado en series (que sí existieron) como El Avispón Verde, The F.B.I. o Lancer. Ahora, la “salvación” de su carrera parece estar en un tipo de cine que él mismo mira con desdén: las películas de género italianas.

Por su parte, Cliff Booth (Brad Pitt dando su mejor actuación desde Bastardos sin gloria) es el doble de acción de Rick, pero ya sólo en teoría porque la carrera en declive del histrión también significa menos trabajo para este stuntman de por sí temperamental y con pésima reputación en la industria; entonces, este obrero dispuesto a arriesgar su vida por el cine y la televisión ha pasado más bien a fungir –gustosamente eso sí– como chofer y ayudante en general de su estimado amigo Rick. En contraste, los vecinos de Rick en Cielo Drive viven un momento de ensueño: Sharon Tate (Margot Robbie, sutilmente emotiva) ya es reconocida, como una de las chicas de Valley of the Dolls (1967), y acaba de protagonizar The Wrecking Crew (1968) a lado de Dean Martin, mientras que su esposo Roman Polanski (Rafal Zawierucha) es –en palabras de Rick Dalton– “probablemente el director más popular de Hollywood e incluso del mundo entero” tras el éxito masivo de El bebé de Rosemary (Rosemary’s Baby, 1968).

Había una vez… en Hollywood tiene una marcada estructura de tres actos, cada uno desarrollado en un día diferente de la vida de los protagonistas: el sábado 8 de febrero, el domingo 9 febrero y el viernes 8 de agosto de 1969. Básicamente los dos primeros capítulos enteros, así como la primera parte del último acto, están dedicados al desarrollo de los personajes. Dado que son dos actores y un stuntman de Hollywood, esto provoca que el filme sea, naturalmente, un festín tarantiniano dedicado a su gran pasión.

Si Tarantino nunca había dirigido una película dentro de una película (recordemos que fue Eli Roth quien realizó la cinta propagandística Nation’s Pride para Bastardos sin gloria), aquí el detallado trasfondo que le creó a Rick y a Cliff –está documentado que DiCaprio y Pitt tuvieron que leer hojas enteras con todos los detalles de las carreras (ficticias) de sus personajes– se refleja en pantalla con Quentin dando rienda suelta a sus deseos, contagiándonos su disfrute al recrear un show western como si fueran los años cincuenta (Bounty Law), al mostrar un momento épico de un filme de Dalton (The 14 Fists of McCluskey, donde lo vemos despachar a varios Nazis con un poderoso lanzallamas), y al ahondar en toda una mitología sobre la eventual estancia de Rick y Cliff en Italia, que ocurre de la mano del nuevo agente/productor del actor, Marvin Schwarzs (el legendario Al Pacino, de actuación reducida pero memorable y graciosa).

De igual forma, Tarantino logra algo muy curioso al insertar a Rick Dalton en secuencias de cintas ya existentes: Moving Target (Bersaglio mobile, 1967) de Sergio Corbucci (para ejemplificar su paso por Italia) o la obra maestra El gran escape (The Great Escape, 1963) de John Sturges (para remarcar que Dalton nunca pudo llegar al nivel de estrellato fílmico de Steve McQueen). En el caso de Cliff, caben hilarantes flashbacks que nos llevan a anécdotas que involucran a Bruce Lee (Mike Moh de caracterización perfecta) en el set de El Avispón Verde; mientras que por medio de Tate y Polanski, Tarantino recuerda el rock ‘n’ roll puro de Deep Purple y luego se adentra a la Mansión Playboy para esa mirada al momento cumbre de una figura en Hollywood, pero también nos entrega una singular y cálida secuencia en la que Tate acude a un cine a ver The Wrecking Crew y sonríe constantemente al atestiguar cómo su trabajo conecta con la audiencia.

Con esto último nos podemos ligar a un aspecto esencial de Había una vez… en Hollywood: durante ¾ del metraje es una hangout movie donde, más que seguir una trama definida desde el principio, simplemente se convive con los personajes. Aún más atípico dentro del trabajo de QT y que la diferencia de otras de sus hangout movies como Tiempos violentos (Pulp Fiction, 1994), Jackie Brown: La estafa (Jackie Brown, 1997) y A prueba de muerte (Death Proof, 2007): las secuencias de convivencia con los personajes que carecen de diálogos, un recurso que sin duda ha sido sello de la casa desde la primera escena de Perros de reserva (Reservoir Dogs, 1992). El ya mencionado momento con Sharon Tate disfrutando de The Wrecking Crew (dato curioso: Tate entra al cine cuando está pasando el tráiler de C.C. & Company, mismo que fue proyectado en celuloide en el pre-show del New Beverly Cinema), o bien un magistral seguimiento a Cliff Booth mientras maneja velozmente su Karmann Ghia desde una zona exclusiva (donde está ubicada la casa de Rick), pasando por varias partes de una ciudad de Los Ángeles reconstruida minuciosamente para transportarnos a otra época (atención no sólo con la predeciblemente notoria selección musical sino también con los sonidos de la radio), hasta un freeway y luego un remoto autocinema ya evidentemente a las afueras de Hollywood, donde Cliff vive en una casa rodante con su pitbull Brandy (Sayuri, perrita que fue premiada merecidamente con el Palm Dog Award en Cannes).

Por si fuera poco, Tarantino cierra esta secuencia única con una maravillosa interacción entre Cliff y la pitbull, filmada con total precisión, con sus característicos close-ups, llena de detalles (QT ha creado ahora su propia marca de comida para perros, por ejemplo), color y esa humanidad del personaje aún cuando se trata de un stuntman bastante pirado que sabe repartir madrazos y que quizá cometió un terrible crimen en el pasado.

En ese tenor, el del aspecto humano, ni qué decir de Rick Dalton, uno de esos grandes personajes con el que es fácil conectar. Su interacción con Pacino, por ejemplo, es tanto un puñado de referencias al cine y al amor que el propio Tarantino tiene por ver copias en celuloide en su sala privada, como la confirmación de que (triste e inevitablemente) su tiempo de gloria se está quedando poco a poco en el pasado. Como buddy movie, porque ciertamente hay mucho de esto, Rick (el otrora estrella de la TV que tartamudea constantemente cuando no actúa) y Cliff (rudo, problemático pero también despreocupado) son un dúo memorable, divertidísimo y en cuya amistad recae buena parte del núcleo emocional del filme.

Pero, a todo esto, ¿qué tienen que ver con Tate, Charles Manson (Damon Herriman, quien aparece en sólo una escena) y los numerosos súbditos de este último (interpretados por actores como Austin Butler, Lena Dunham y Harley Quinn Smith)? El encuentro circunstancial entre Cliff y una chica hippie de la familia Manson (Margaret Qualley como la precoz Pussycat) da paso a una interacción que incluso nos lleva hasta el Spahn Movie Ranch (Bruce Dern, delirante como el anciano George Spahn), donde el personaje de Pitt se da cuenta que poco queda de cuando filmaba ahí Bounty Law porque el tiempo pasa rápido y las nuevas generaciones se han adueñado del lugar. Pero más que otra cosa, este y otros detalles que en su momento parecen que sólo dan color a un personaje o a una escena, están perfectamente pensados para que tengan efecto en el clímax.

Aquí vale la pena detenerse un poco para tener en cuenta el momento de la carrera de Tarantino en el que ha llegado su noveno largometraje. Había una vez… en Hollywood, efectivamente, aborda “el fin de una era” en varios sentidos dentro de su metraje, pero también significó la primera película de QT desde que los escándalos del depredador sexual Harvey Weinstein provocaron el fin de otra era. Señalado por no haber hecho algo más al respecto, por el accidente que Uma Thurman tuvo durante la filmación de Kill Bill (2003-2004), aunado a que anteriormente Los 8 más odiados (su gran apuesta en 70mm en plena era del cine que tanto desprecia: el digital) tuvo una fría recepción en taquilla y con los votantes de la Academia, no es nada descabellado pensar que este fue uno de los periodos más complicados en la carrera de Tarantino.

Entonces, ¿será que la voz de Rick Dalton –casi llorando en presencia de una precoz actriz de método (la genial Julia Butters de sólo 10 años de edad) que también es parte de la serie western Lancer– expresando lo difícil que es sentirse día tras día menos relevante provenga directamente del sentir de QT? No lo sabemos con exactitud, lo que sí es un hecho es que Rick da eventualmente una intensa actuación que deja satisfecho al director de Lancer (Nicholas Hammond como Sam Wanamaker) y que es catalogada como “la mejor actuación que he visto en mi vida” por la niña actriz, no sin antes desplomarse, batallar por recordar sus diálogos, hacerle frente a su alcoholismo y amenazarse a sí mismo (todas estas secuencias aunque no lo parezcan, son un deleite total y divertido en las manos de Tarantino y  DiCaprio). “You’re Rick fucking Dalton, don’t you forget it” le había dicho Cliff a su mejor amigo Rick para animarlo en un momento complicado; por su parte, Tarantino parece recordarse a sí mismo “you’re Quentin fucking Tarantino” antes de deleitarnos con un clímax tan brutal como sorpresivo e hilarante que de igual forma funciona como una suerte de declaración de principios.

Sin llegar a los spoilers masivos de este desenlace, QT evoca el revisionismo histórico de Bastardos sin gloria (Inglourious Basterds, 2009) y, al mismo tiempo, hace alusión a la controversia que lo ha perseguido desde 1992, particularmente desde que en Perros de reserva el psicópata Mr. Blonde bailaba al ritmo de Stealers Wheel antes de torturar, cortarle la oreja e intentar quemar vivo a un policía. Como mencioné, detalles de los actos previos, de las escenas de convivencia con los personajes, de una de las películas dentro de la película, se conjugan de manera perfecta para un despliegue de la esencia más escandalosa del cine de Tarantino: violencia explícita que no provoca otra cosa más que goce y satisfacción absoluta (ver Había una vez… en Hollywood con el público correcto, en una sala abarrotada, es una experiencia que revive la “magia” de la pantalla grande).

En la época de los cuestionamientos de los supuestos progresistas, me parece que no es coincidencia que en un par de ocasiones ciertos personajes hippies denigran el trabajo de los actores, porque –parafraseándolos– mientras ellos pretenden matar para entretener, gente real está muriendo en Vietnam, o porque mientras ellos disfrutan de su dinero y viven en casas de lujo en Hollywood, su influencia violenta y negativa ha quedado impregnada en la sociedad. Pero en Había una vez… en Hollywood, a pesar de cualquier tipo de controversia o acusación, QT se es fiel a sí mismo, a la esencia de su cine; para él los actores no son sino héroes que pueden cambiarlo todo, incluso una historia fatídica, al menos mientras la sala se mantiene oscura y los cuentos de hadas son proyectados.  Había una vez… en Hollywood es fácilmente el mejor filme de Tarantino en una década, para disfrutarse una y otra vez como otras de sus obras mayores.

SLAUGHTERHOUSE RULEZ: Una divertida mezcla de géneros

Por Eric Ortiz García (@EricOrtizG)

No es coincidencia que en Slaughterhouse Rulez (2018), la segunda película del también músico Crispian Mills, aparezca una imagen de Malcolm McDowell caracterizado como Mick Travis (protagonista de If….). Ese filme de 1969 dirigido por Lindsay Anderson es, obviamente, una de las principales influencias de la cinta en cuestión, sus escenarios son esencialmente idénticos: un internado británico donde resalta la disciplina estricta (casi como si fuese una escuela militar), el bullying y, por supuesto, la división entre los estudiantes con base en un orden jerárquico.

El personaje central de la cinta de Mills, Don (Finn Cole), es un nuevo estudiante que, desde un principio, se siente fuera de lugar en la escuela de peculiar nombre (slaughterhouse significa “matadero”). Considerado un mero “plebeyo”, Don, por ejemplo, tiene que ver de lejos a su interés amoroso Clemsie (Hermione Corfield) dado que ella se encuentra en la cima de la jerarquía con los denominados “dioses”. Es así que Don tiene que conformarse con ser parte de Sparta, la fraternidad de los weirdos donde también se encuentra su roomie Willoughby (Asa Butterfield), un estudiante con mayor antigüedad y quien parece admirar al personaje de Malcolm McDowell en If…..

Desde su ópera prima, Un miedo increíble a todo lo que existe (A Fantastic Fear of Everything, 2012), Crispian Mills evidenció su interés por mezclar diversos elementos y géneros. Aquella película de 2012, estelarizada por Simon Pegg, era parte thriller con influencia de las historias de asesinos seriales de la época victoriana, como Jack “El Destripador”, parte comedia absurda (con gangsta rap de soundtrack), y también una exploración de la psicología del paranoico protagonista y una catarsis ante un hecho traumático que lo marcó en su infancia. Ahora, Slaughterhouse Rulez sigue esos pasos, mezclando, para empezar, ese realismo social de If…. con una constante dosis de humor y una atmósfera más cercana al cine de terror; desde que Don llega a la escuela Slaughterhouse es evidente que hay algo misterioso, oculto, que tiene que ver con el ímpetu de una de las figuras de autoridad (interpretado por el propio Pegg) por desaparecer cualquier rastro del anterior roomie de Willoughby. Pero Mills no se detiene aquí y continúa añadiendo ingredientes a su cóctel cinematográfico.

En Slaughterhouse Rulez cabe de todo. ¿Romance? Por supuesto, además de seguir la evolución de la (improbable) relación entre Don y Clemsie, ahí están algunas escenas dedicadas al  personaje de Pegg, quien no puede superar la partida de su novia (Margot Robbie en un cameo). ¿Más ecos de If….? Sin duda, porque también cabe el clásico joven estudiante de rango superior (Tom Rhys Harries como Clegg) que controla la disciplina y reporta a sus mayores, entre ellos el encargado de la escuela (Michael Sheen). La revelación de una relación homosexual dentro del internado también podría ligarse al clásico de Anderson, aunque de igual forma se conecta con el tema de superar el difícil pasado que ya estaba en Un miedo increíble a todo lo que existe (en esta ocasión con Willoughby como el personaje con la mayor lucha mental y algo del espíritu rebelde de Mick Travis). Sin embargo, el conflicto central de Slaughterhouse Rulez proviene de otra subtrama, una que involucra el tema del fracking (fracturación hidráulica), con una compañía y la propia escuela representando al (irresponsable) establishment, y con Nick Frost interpretando a un estrafalario amante de las drogas que también funge como líder de la resistencia que pretende contrarrestar la extracción de gas del terreno donde se encuentra Slaughterhouse.

Una vez que se cumple lo previsible y el fracking hace de las suyas, Slaughterhouse Rulez se convierte en otra película, apegada al cine de horror y fantástico, más concreta y sin mayores pretensiones; piensen en el giro argumental de Una noche en el fin del mundo (The World’s End, 2013), de Edgar Wright, sólo que sin ciencia ficción o invasiones alienígenas, pero sí con nuestros jóvenes protagonistas luchando por sus vidas ante la aparición de mitológicas criaturas subterráneas. Con tantos elementos, incluido un raquítico reencuentro entre Simon Pegg y Nick Frost (literalmente reducido a una escena), Slaughterhouse Rulez es inevitablemente irregular, pero también irresistiblemente divertida como una variación de If…. con tintes por igual de comedia, romance, drama y terror, que de pronto ya es más bien una violenta y explícita creature feature de antaño.