Los Cabos 2019: JOJO RABBIT, una historia coming-of-age en el Tercer Reich

Por Eric Ortiz García (@EricOrtizG)

Cuando el director Todd Phillips (¿Qué pasó ayer?, Guasón) dijo que la llamada “cultura woke” había arruinado a la comedia, el cineasta y actor neozelandés Taika Waititi no pudo evitar burlarse de Phillips públicamente en Twitter. Asimismo, Jojo Rabbit (2019) –la primera película de Waititi desde que dirigió para Disney Thor: Ragnarok (2017), funciona como un recordatorio a Phillips de que no hay pretextos para construir momentos cómicos basados en temas que, en el papel, podrían parecer totalmente inapropiados. Por ejemplo: un grupo de niños alemanes que, en plena Segunda Guerra Mundial, han sido adoctrinados y se consideran a sí mismos como estudiantes del nazismo y fieles súbditos de Adolf Hitler.

Jojo (Roman Griffin Davis, toda una revelación actoral) es un niño de 10 años que vive con su mamá, Rosie (Scarlett Johansson reafirmando que ha tenido un año profesional de ensueño, tras Avengers: Edgame y especialmente Historia de un matriomonio), y a la espera de que su papá regrese de la guerra (aún cuando el rumor indica que ha desertado del ejército). Pósters de Hitler y del símbolo nazi por excelencia, la esvástica, adornan el cuarto de Jojo, al tiempo que su mejor amigo (imaginario eso sí) es el mismísimo Führer (Waititi, estrafalario y divertido). Le espera un campamento donde se “convertirá en hombre”, aprendiendo junto a otros niños las labores de los soldados del régimen nazi.  

La primera escena de Jojo Rabbit es una hilarante interacción entre el personaje titular y Hitler, en la que el Führer no está conforme con la manera en cómo el infante ejecuta el famoso saludo nazi (“¡Heil Hitler!”… “¡puedes hacerlo mejor!”); así sabemos que el satírico y absurdo humor de Waititi estará siempre presente a lo largo del metraje, sin importar los temas en cuestión. Entonces, en Jojo Rabbit caben muchísimos gags que satirizan: el odio y la propaganda nazi en contra de los judíos (“¡los judíos tienen cuernos!”, “¡los judíos duermen como si fueran murciélagos!”), la manía de involucrar a los niños con cuestiones políticas y militares (Jojo es descrito por su mamá como un verdadero “fanático”), y a todas esas figuras de autoridad en el Tercer Reich. 

Sam Rockwell –como el capitán Klenzendorf, quien perdió un ojo en combate y fue degradado a liderar el campamento nazi para niños– y Stephen Merchant (como un agente de la Gestapo), por ejemplo, son parte de la que a mí parecer es la secuencia más graciosa del filme, mientras el personaje de Merchant y sus súbditos buscan judíos escondidos en la casa de Jojo, haciendo que todo ese tono satírico y genialmente ridículo de Waititi salga a relucir (¡quién sabe cuantas veces se saludan con el Heil Hitler entre estos miembros del régimen!). En cuestión del reparto, Rebel Wilson tampoco se queda atrás como una instructora del campamento que siempre está lista para esparcir rumores sobre los judíos (y sus poderes mentales), mientras que el pequeño histrión Archie Yates es el otro gran descubrimiento de la película (equivalente a cuando Cazando salvajes catapultó a Julian Dennison rumbo a Hollywood y Deadpool 2), dándole vida a Yorki, el segundo mejor amigo de Jojo (sólo por debajo de Hitler, obviamente) y quien resulta tan chistoso como adorable. 

Ahí radica el otro aspecto importante de Jojo Rabbit. Con base en la noción de que la inocencia y alegría de Jojo, inherentes a su edad, no se han ido y sólo han sido remplazadas momentáneamente por las ideas nacionalistas y racistas de los nazis y su incansable maquinaria propagandística, Jojo Rabbit es otra historia coming-of-age del también creador de Boy (2010) y Cazando salvajes (Hunt for the Wilderpeople, 2016). El lado dulce de Waititi incluso nos remonta hasta su ópera prima de 2007, la rom-com sobre un par de weirdos, Eagle vs Shark (2007), así que no debería ser sorpresa el rumbo que toma Jojo Rabbit

Los muy disfrutables gags continúan apareciendo, pero el núcleo de Jojo Rabbit son las relaciones del protagonista tanto con su madre como con Elsa (Thomasin McKenzie para complementar el destacado trabajo del reparto juvenil), una jovencita de origen judío a quien la mamá de Jojo está resguardando secretamente en casa. ¿Será que los valores inculcados por su amorosa, empática y valiente mamá, así como la amistad y el inicio de un posible romance con su supuesto némesis (una niña judía), hagan que por fin Jojo asuma su naturaleza –esa que no le permite ni siquiera lastimar a un conejito– y mande a volar a su amigo imaginario Hitler? ¿Seguirá Jojo insistiendo en que es un nazi cuando el horror de la guerra lo alcance? ¿Qué pasará con Jojo y Elsa una vez que los aliados tomen Alemania? En Jojo Rabbit, una película que divierte y conmueve por igual, el amor pesa más que el odio.

Los Cabos 2019: HISTORIA DE UN MATRIMONIO y el doloroso proceso de separación

Por Eric Ortiz García (@EricOrtizG)

La primera secuencia de Historia de un matrimonio (Marriage Story, 2019), de Noah Baumbach, no podría (aparentar) ser más amorosa. La voz en off de Charlie (Adam Driver) describe lo grandiosa que es su esposa Nicole (Scarlett Johansson) y viceversa. Es un momento que, a primera impresión, no va a acorde a lo que nos tiene acostumbrados el director de cintas como The Squid and the Whale (2005) y Los Meyerowitz: La familia no se elige (Historias nuevas y selectas) (The Meyerowitz Stories (New and Selected), 2017). Y es que el divorcio, más no una pareja funcional, ha sido claramente uno de los temas predilectos de Baumbach a lo largo de su trayectoria, esto, obviamente, por razones personales: los padres del cineasta se divorciaron cuando era niño y él mismo pasó por este doloroso proceso hace algunos años.

Aunque esa mencionada secuencia inicial podría indicar lo contrario, muy pronto nos damos cuenta del panorama completo: Historia de un matrimonio es también una historia sobre el divorcio, de hecho me atrevería a apuntar que es la cinta de Baumbach definitiva sobre el tema.

Charlie es un exitoso director de teatro (aunque lejos de tener dinero de sobra), cuya compañía está a punto de estrenar su primera obra en Broadway; Nicole, por su parte, es una otrora actriz de Hollywood que, eventualmente, se mudó a Nueva York con Charlie y se volvió parte de la compañía teatral de su marido. Por razones que vamos a descubrir poco a poco, la pareja y padres de un niño (Henry, interpretado por Azhy Robertson) ha decidido separarse. Y, dentro de lo que cabe, todo parece que estará bien y que no existirá mayor conflicto, dado que ambos han acordado ni siquiera recurrir a abogados, además, ambos tienen contemplado vivir en Nueva York una vez que ella termine de grabar un piloto de una serie de televisión en Los Ángeles. Sin embargo, Baumbach parece decirnos que así como el matrimonio perfecto no existe, muchísimo menos un divorcio sin problemas.

Una vez que los abogados se involucran y surge una disputa seria porque Nicole quiere permanecer con su hijo en Los Ángeles, mientras que Charlie no planea abandonar Nueva York (en la más pura tradición de Woody Allen, aquí se hace mucho énfasis en esa eterna riña entre NYC y LA), Historia de un matrimonio se convierte en un filme desgarrador, aunque –como ya es característico con Baumbach– el humor y los personajes memorables están siempre presentes.

Más allá de Driver y Johansson, ambos de impecable trabajo, se tiene que destacar al ensamble actoral completo, porque los personajes secundarios son esenciales para ese toque genial de la cinta. Julie Hagerty es un deleite como Sandra, la mamá de Nicole que, a pesar de todo, va a continuar tratando a Charlie como su propio hijo. Merritt Wever, como la hermana de la protagonista, se hace notar en la hilarante escena donde Charlie se entera que habrá abogados involucrados en su caso. Laura Dern brilla como Nora, precisamente la experimentadísima abogada que representa a Nicole y a quien sus contrincantes, sí o sí, verán como una “perra”, un término del que Nora seguramente estaría orgullosa. Pero en la otra esquina, ni que decir de Ray Liotta, dando su mejor interpretación en quien sabe cuantos años (en el año de El Irlandés, con Robert De Niro y Joe Pesci de vuelta a la cima, es maravilloso ver que Liotta no se quedó atrás en lo absoluto), como el feroz abogado Jay que defenderá a Charlie y fungirá como el perfecto contrapeso de Nora, luego de que un abogado muchísimo más bonachón (Alan Alda, sensacional como Bert) estaba listo para ceder ante Nora y Nicole y relativamente mantener la paz en la pareja.

Justamente ahí radica la clave de Historia de un matrimonio, Baumbach va revelando gradualmente lo peor del divorcio y, al mismo tiempo, de sus protagonistas. Lo que había comenzado como una disputa amigable, sin abogados y por ende sin gastos exorbitantes, llega hasta una secuencia en la que la pareja se insulta horriblemente, no sin antes hacer énfasis brillantemente en cómo cada faceta del proceso del divorcio es peor que la anterior y, una vez que el conflicto legal es real (como en Kramer vs. Kramer, la principal disputa tiene que ver con la custodia del hijo y el punto de vista está más cargado al lado del padre, con destacadas interacciones entre Driver y el pequeño Robertson) absolutamente cualquier cosa puede usarse en tu contra. En Historia de un matrimonio el divorcio parece ser sólo la punta del iceberg, porque al final del día, en las relaciones amorosas cada parte tiene (y en este caso esconde) su propia perspectiva, sus propias necesidades. Cuando finalmente Charlie lee las palabras que su esposa le había dedicado, como parte del ejercicio psicológico de enlistar las virtudes de tu pareja de la primera secuencia, ya no habrá vuelta atrás.