SLAUGHTERHOUSE RULEZ: Una divertida mezcla de géneros

Por Eric Ortiz García (@EricOrtizG)

No es coincidencia que en Slaughterhouse Rulez (2018), la segunda película del también músico Crispian Mills, aparezca una imagen de Malcolm McDowell caracterizado como Mick Travis (protagonista de If….). Ese filme de 1969 dirigido por Lindsay Anderson es, obviamente, una de las principales influencias de la cinta en cuestión, sus escenarios son esencialmente idénticos: un internado británico donde resalta la disciplina estricta (casi como si fuese una escuela militar), el bullying y, por supuesto, la división entre los estudiantes con base en un orden jerárquico.

El personaje central de la cinta de Mills, Don (Finn Cole), es un nuevo estudiante que, desde un principio, se siente fuera de lugar en la escuela de peculiar nombre (slaughterhouse significa “matadero”). Considerado un mero “plebeyo”, Don, por ejemplo, tiene que ver de lejos a su interés amoroso Clemsie (Hermione Corfield) dado que ella se encuentra en la cima de la jerarquía con los denominados “dioses”. Es así que Don tiene que conformarse con ser parte de Sparta, la fraternidad de los weirdos donde también se encuentra su roomie Willoughby (Asa Butterfield), un estudiante con mayor antigüedad y quien parece admirar al personaje de Malcolm McDowell en If…..

Desde su ópera prima, Un miedo increíble a todo lo que existe (A Fantastic Fear of Everything, 2012), Crispian Mills evidenció su interés por mezclar diversos elementos y géneros. Aquella película de 2012, estelarizada por Simon Pegg, era parte thriller con influencia de las historias de asesinos seriales de la época victoriana, como Jack “El Destripador”, parte comedia absurda (con gangsta rap de soundtrack), y también una exploración de la psicología del paranoico protagonista y una catarsis ante un hecho traumático que lo marcó en su infancia. Ahora, Slaughterhouse Rulez sigue esos pasos, mezclando, para empezar, ese realismo social de If…. con una constante dosis de humor y una atmósfera más cercana al cine de terror; desde que Don llega a la escuela Slaughterhouse es evidente que hay algo misterioso, oculto, que tiene que ver con el ímpetu de una de las figuras de autoridad (interpretado por el propio Pegg) por desaparecer cualquier rastro del anterior roomie de Willoughby. Pero Mills no se detiene aquí y continúa añadiendo ingredientes a su cóctel cinematográfico.

En Slaughterhouse Rulez cabe de todo. ¿Romance? Por supuesto, además de seguir la evolución de la (improbable) relación entre Don y Clemsie, ahí están algunas escenas dedicadas al  personaje de Pegg, quien no puede superar la partida de su novia (Margot Robbie en un cameo). ¿Más ecos de If….? Sin duda, porque también cabe el clásico joven estudiante de rango superior (Tom Rhys Harries como Clegg) que controla la disciplina y reporta a sus mayores, entre ellos el encargado de la escuela (Michael Sheen). La revelación de una relación homosexual dentro del internado también podría ligarse al clásico de Anderson, aunque de igual forma se conecta con el tema de superar el difícil pasado que ya estaba en Un miedo increíble a todo lo que existe (en esta ocasión con Willoughby como el personaje con la mayor lucha mental y algo del espíritu rebelde de Mick Travis). Sin embargo, el conflicto central de Slaughterhouse Rulez proviene de otra subtrama, una que involucra el tema del fracking (fracturación hidráulica), con una compañía y la propia escuela representando al (irresponsable) establishment, y con Nick Frost interpretando a un estrafalario amante de las drogas que también funge como líder de la resistencia que pretende contrarrestar la extracción de gas del terreno donde se encuentra Slaughterhouse.

Una vez que se cumple lo previsible y el fracking hace de las suyas, Slaughterhouse Rulez se convierte en otra película, apegada al cine de horror y fantástico, más concreta y sin mayores pretensiones; piensen en el giro argumental de Una noche en el fin del mundo (The World’s End, 2013), de Edgar Wright, sólo que sin ciencia ficción o invasiones alienígenas, pero sí con nuestros jóvenes protagonistas luchando por sus vidas ante la aparición de mitológicas criaturas subterráneas. Con tantos elementos, incluido un raquítico reencuentro entre Simon Pegg y Nick Frost (literalmente reducido a una escena), Slaughterhouse Rulez es inevitablemente irregular, pero también irresistiblemente divertida como una variación de If…. con tintes por igual de comedia, romance, drama y terror, que de pronto ya es más bien una violenta y explícita creature feature de antaño.

Fantastic Fest 2018: APOSTLE, Gareth Evans y su incursión al folk horror

Por Eric Ortiz García (@EricOrtizG)

Una de las escenas más icónicas de Apostle (2018), la primera película de Gareth Evans desde la secuela The Raid 2 (Serbuan Maut 2: Berandal, 2014), es un flashback con el protagonista Thomas Richardson (Dan Stevens) observando desde el suelo la quema de una cruz, un momento definitivo en su pasado que provocó un distanciamiento de sus creencias religiosas y lo hizo cuestionar la existencia de un Dios protector. Violentado y con un sentir de abandono, Thomas eventualmente perdió contacto con su familia, hasta que un aliado de su padre lo hace ver que él es la única esperanza de su querida hermana (Elen Rhys), quien ha sido secuestrada por un culto que vive en una remota isla y se rige bajo sus propias reglas, alejados del rey, con una diosa particular, y liderados por el supuesto profeta Malcolm (Michael Sheen). 

Apostle sigue la estructura de esas cintas, como el clásico de culto británico The Wicker Man (1973), donde un personaje foráneo se adentra al ambiente de una comunidad diferente, la cual aparenta vivir en completa armonía y paz (además de que en ambos filmes se hace énfasis en la importancia de una buena cosecha), aunque ciertamente algo oscuro yace bajo la superficie; en este caso literalmente cuando, por ejemplo, vemos cómo una criatura devora la sangre que gotea desde el piso de arriba en una casa. 

Por momentos, Apostle es menos enigmática que The Wicker Man y expone la hipocresía de los miembros de este culto, quienes, ante la falta de recursos, pueden secuestrar a una joven y buscar cobrar el rescate o bien, que pueden matar a sangre fría si sospechan que alguien del exterior ha logrado infiltrarse en su isla. Con el director de ese épico díptico de acción The Raid (Serbuan Maut, 2011) y The Raid 2 al mando, no es sorpresa que Apostle cuenta con una buena dosis de violencia, aunque en esta ocasión la brutalidad es de otra naturaleza. 

Evans pone atención en los personajes más inocentes de la isla, como las hijas de los hombres que están al frente del culto (entre ellos el cruel personaje de Mark Lewis Jones), y así logra situaciones que reafirman de una manera contundente que Malcolm y varios de sus seguidores se han convertido en verdaderos monstruos aislados de la sociedad, literal y figurativamente. Si bien es un filme de época que se desarrolla a principios del siglo XX, Evans no escatima a la hora de mostrar el dolor provocado por instrumentos de tortura que bien podrían ligarse a la inquisición. 

Todo esto para el foráneo Thomas funciona como un violento recordatorio de ese momento en el que la cruz fue derrumbada, aunque la locura en Apostle nunca se detiene y nuestro héroe atestiguará una realidad que nunca se imaginó y de la que no habrá marcha atrás. Así, estamos ante una adición al fantástico por parte de Evans, con tintes de terror y momentos de barbaridad total, que sin duda cumple como uno de esos filmes pirados de aventura que nos adentran a un lugar recóndito y desconocido donde absolutamente cualquier cosa puede estar detrás de lo evidente.