Entrevista con Bill Moseley, antagonista de PRISONERS OF THE GHOSTLAND

Por Eric Ortiz García (@EricOrtizG)

Bill Moseley vio por primera vez Masacre en cadena (The Texas Chain Saw Massacre, 1974) en Boston, Massachusetts, como parte de una función doble con Operación dragón (Enter the Dragon, 1973). “Después de ver Masacre en cadena me daba miedo la parte rural de Estados Unidos”, reveló el actor en el documental It Runs in the Family (2006), entonces, seguramente, Moseley no imaginaba que en la década siguiente sería parte integral de Masacre en el infierno (The Texas Chainsaw Massacre 2, 1986), única secuela en la interminable franquicia con la dirección de Tobe Hooper. Sin ser originario del sur rural, de hecho nació en Connecticut, Nueva Inglaterra, Moseley ha encarnado personajes icónicos provenientes precisamente de esta zona. Son antagonistas clásicos que han cometido algunos de los crímenes más “horrorosos y extraños en la historia americana”. 

Moseley filmó y apareció en el cortometraje cómico amateur The Texas Chainsaw Manicure, una copia de éste eventualmente llegó a las manos de Hooper, quien le dijo al actor: “si llego a hacer una secuela te tendré en cuenta”. Cuando llegó la hora de darle continuación a la película que cambió el rumbo del terror, Hooper cumplió su palabra. Moseley, en su primer papel importante, le dio vida a Chop-Top, un nuevo integrante de la familia experta en carne humana, un demente incapaz de dejar de pensar en Vietnam. Además, tiene una placa de metal en la cabeza, visible cuando su hermano Leatherface lo roza accidentalmente con la motosierra. 

Masacre en el infierno tiene una aproximación deliberadamente fársica, con guión de L.M. Kit Carson (Sin aliento, París, Texas) y un Denis Hopper glorioso con motosierras y deseos de venganza. Si bien este filme fue incomprendido en su tiempo, hoy día es genuinamente de culto. Si Chop-Top no ha vuelto a aparecer en la franquicia es por un tema de derechos. 

Moseley volvió a la franquicia hasta Masacre en Texas: Herencia maldita (Texas Chainsaw 3D, 2013), pero en el rol de Drayton Sawyer, el hermano mayor en la película original, porque esta producción ignoró el resto de secuelas. Una participación demasiado breve que no pasa de la violenta secuencia inicial cuando un grupo de texanos deciden saltarse la ley y destruir a la familia.

El cameo de Moseley en Masacre en Texas: Herencia maldita llegó cuando el actor ya había conquistado a toda una nueva generación de fieles del terror. Evidentemente influenciado por Hooper, el músico Rob Zombie debutó como cineasta con La casa de los mil cuerpos (House of 1000 Corpses, 2003), presentando a otra pirada familia sureña y una historia de época que comienza a finales de los años setenta. Aquí Moseley es Otis, uno de los hermanos protagonistas, que combina a Charles Manson, Tex Watson –en la superior segunda parte, Violencia diabólica (The Devil’s Rejects, 2005), el diálogo “I’m the devil and I’m here to do the devil’s work” es una referencia ineludible– y al propio Leatherface: suele usar como máscara la cara de sus víctimas. Zombie completó la trilogía sobre la familia Firefly en 2019, con el estreno de Los 3 del infierno (3 from Hell, 2019).

De la mano del brillante y camaleónico cineasta japonés Sion Sono, Moseley ha construido otro villano para el recuerdo. En Prisoners of the Ghostland (2021), el debut en inglés de Sono, Moseley interpreta al Governor, quien controla Samurai Town, un lugar donde se conjuga oriente y occidente, los samuráis con los vaqueros, lo moderno con lo antiguo. 

Al inicio de la película el hombre sin nombre (Nicolas Cage dando otra actuación delirantemente divertida) es un prisionero en dicho pueblo. La supuesta nieta del Governor, Bernice (Sofia Boutella), escapó y si el personaje de Cage quiere volver a ser libre tendrá que encontrarla y traerla de vuelta. No sólo esto, haciendo referencia a Escape de Nueva York (Escape from New York, 1981), el Governor lo viste con un traje muy particular con explosivos que destrozarán al protagonista si violenta a Bernice o no cumple en tiempo con la misión. En un locura absoluta –con un criminal destinado a redimirse (Cage); el samurái y matón del Governor, Yasujiro (Tak Sakaguchi); los fantasmas de un incidente nuclear y una tribu tan extravagante como marginada–, el Governor se erige como el verdadero antagonista.

Charlé con Moseley sobre este personaje y su experiencia filmando en Japón con Sono y Cage… también hubo tiempo para recordar al querido Otis.

Cinema Inferno (CI): ¿Cómo se dio esta colaboración con Sion Sono?

Bill Moseley (BM): La primera película que vi de él fue Tag (Riaru onigokko, 2015) y simplemente me voló la cabeza. Soy amigo de Reza Sixo Safai, uno de los escritores del guión y productor de Prisoners of the Ghostland, empezamos a hablar sobre la película, él mencionó a Sion y yo conocía Tag. Entonces comencé a ver películas como El club del suicidio (Jisatsu sakuru, 2001), que es increíble, Antiporno (Anchiporuno, 2016), Vamos a jugar al infierno (Jigoku de naze warui, 2013)… mi favorita fue Pez mortal (Tsumetai nettaigyo, 2010), pienso que es impresionante. 

Soy un gran admirador del “Asian Extreme”, de I Saw the Devil (Ang-ma-reul bo-at-da, 2010) y de las películas de (Takashi) Miike, así que el simple hecho de ver cosas nuevas me emocionó mucho. Me alegró en demasía conseguir el papel del Governor.

CI: ¿Cómo fue tu aproximación a este personaje?

BM: Todas las mañanas caminaba por la orilla del lago Biwa, el lago de agua dulce más grande de Japón. Me la pasaba repitiendo los diálogos del Governor porque tenía que explicar la complejidad del traje del personaje de Nic. Al repetir los diálogos comenzó a surgir la voz del Governor. 

Cuando hice la prueba de vestuario, una vez que tuve puesto el sombrero sentí que estaba muy cerca del personaje, pero luego me dieron los guantes rojos y me di cuenta que era la personificación de todo lo que está mal en el capitalismo: con el traje blanco pero con sangre en mis manos. Cuando entendí eso, la voz llegó porque era fanfarrón, exuberante, también loco y malvado. 

El Coronel Sanders fue una de mis inspiraciones y también el gallo Claudio, el de las caricaturas, el gallo grande con una voz fuerte, fanfarrona y sureña. 

CI: ¿Qué pensaste del Samurai Town?

BM: Que era la fusión perfecta entre Este y Oeste, esta mezcla fue una de las cosas emocionantes de estar en el set. Realmente se sentía como un pueblo del viejo y salvaje Oeste, especialmente por las calles de tierra. Obviamente era muy japonés también con todas las flores de cerezo, las hermosas geishas, los ninjas y los samuráis. Me encantó, pensé que era fantástico.

También pude visitar el set de la planta fantasma con el reloj gigante y todos los extras con vestuario salvaje. Si bien fue abrumador, me sentí como en casa.

CI: ¿Cómo fue trabajar con Nicolas Cage?

BM: Estaba muy emocionado porque soy un gran fan de Nic. Recientemente amé Color Out of Space (2019) y Mandy (2018). También me encantan muchas de sus películas viejas. 

Mi esposa, Lucinda Jenney, es actriz y trabajó con Nic en Peggy Sue Got Married (1986) –dirigida por Francis Ford Coppola–. Ambos hemos sido seguidores de Nic. 

Me ponía nervioso pensar que no le iba a gustar trabajar conmigo, mi estilo o el personaje que había elegido, pero Nic es grandioso, realmente es un tipo amigable. Pasamos el Día de Acción de Gracias en Japón y Nic nos llevó a todos, reparto y crew, a cenar. 

Nic es determinado y profesional. Así me gusta trabajar: me gusta ir por todo pero también ser puntual, saber mis diálogos. En cuestión de construir un personaje, por más extremo que parezca, Nic es maravilloso, te motiva e inspira. 

CI: ¿Qué nos puedes decir del proceso de Sono?

BM: Fue interesante, la barrera del idioma es ciertamente importante, sobre todo cuando tratas de ser muy específico sobre las emociones, los movimientos y los detalles del personaje. Mientras hacía algo, podía darme cuenta si él sonreía o aplaudía, estaba feliz. Había un traductor, si había algún problema o cambio él trataba de hacer su trabajo, pero la mayor parte del tiempo simplemente nos comunicamos por medio de sonrisas. Así lo describiría. 

CI: No hace mucho regresaste al personaje Otis. 

BM: De hecho fue un reto porque Otis era 14 años mayor y todo ese tiempo había estado en prisión, entonces la pregunta era: ¿qué tanto afectó su personalidad vivir 14 años en una celda? Sin mencionar volverse viejo. 

Esto me preocupaba y el primer día de filmación tenía un pequeño monólogo. Recuerdo estar preocupado por el diálogo, en la primera toma dije algo mal y tuvimos que cortar. Luego respiré y lo volví a intentar, me equivoqué, corte. Rob me miró como diciendo “¿qué está pasando hombre?” y le dije “dame un minuto”. Recuerdo sentarme en solitario, respirar profundamente, luego escuché una voz en mi cabeza que decía: “Bill, relájate, tengo esto bajo control, sólo quítate de mi camino”. Era la voz de Otis diciéndome “vete de aquí, señor actor que no puede recordar sus líneas y se preocupa por cómo se ve”, toda esa onda de Hollywood. En cuanto escuché esto, me quité del camino y no volví a tener problemas. 

CI: Personajes como Chop-Top y Otis siguen siendo recordados por los fans muchos años después. Pienso que el Governor es otro de tus papeles memorables. 

BM: Te lo agradezco. Realmente se trata de no intentar controlar al personaje. Leo el guión varias veces y luego dejo que el personaje surja naturalmente, sin importar qué tan loco pueda parecer. Si es un personaje pirado, siempre lo interpreto como si yo fuera la única persona cuerda en el lugar. Pienso en esa historia de Otis diciendo “quítate del camino, Bill”, si haces eso, entonces los personajes se vuelven emocionantes y reales. Creo que ese es el trabajo del actor: ¡quitarte del camino!

Prisoners of the Ghostland está en cines de EUA y VOD.

Sundance 2021: VIOLATION, rape and revenge con perspectiva de género

Por Eric Ortiz García (@EricOrtizG)

La sección Midnight del Festival Internacional de Cine de Sundance ofreció diversos intentos por subvertir el cine de género. Knocking (Knackningar, 2021), por ejemplo, le añadió al thriller psicológico un subtexto sobre las mujeres que no son escuchadas en la actualidad. 

El tema de la venganza, en particular, apareció en otra ópera prima: la neozelandesa Coming Home in the Dark (2021), cuya intención era, por encima de entregar un clímax impactante, ligar el pasado oscuro de sus protagonistas al abuso sistemático en los internados escolares. 

La producción canadiense Violation (2020), primer largometraje de Madeleine Sims-Fewer y Dusty Mancinelli, entra en una clasificación específica dentro del cine de venganza: el rape and revenge. Es la propuesta de Midnight que mejor subvirtió el cine de género.

Violation busca alejarse de exponentes más cercanos al terror o la explotación, primero mediante su su estilo: las primeras imágenes tienen música clásica de fondo, retratan la paisajes boscosos o un lobo en slow motion que caza a un conejo, anuncian un “mood” más cercano al cine autoral al estilo de Lars von Trier. 

Sin embargo, Violation sí es brutal –no en vano fue la única película en Sundance para la que confirmé mi fecha de nacimiento–, sobre todo en la parte del revenge. Gracias a su narrativa no lineal, en ese punto creemos que la protagonista Miriam (actuación notable de la co-directora Sims-Fewer) tiene un affaire con Dylan (Jesse LaVercombe, igualmente gran actor), el esposo de su hermana Greta (Anna Maguire). Miriam lo seduce hasta tenerlo vendado de los ojos, con el pene erecto, deseoso de tener sexo por segunda vez con su cuñada. Lo que sigue es la violenta y desagradable venganza.

Aunque Sims-Fewer y Mancinelli nos muestran imágenes fuertes, su intención no es competir con las películas violentas más explícitas, mucho menos llegar al subgénero del torture porn. El enfoque está en la “estocada final” y en el proceso subsecuente. 

Al principio de El ángel de la venganza (Ms .45, 1981), del gran Abel Ferrara, la protagonista (Zoë Tamerlis) tenía que cortar en pedazos el cuerpo de uno de sus agresores tras matarlo en defensa propia. Violation sigue un procedimiento similar, incluso más cercano al de Pez mortal (Tsumetai nettaigyo, 2010), de Sion Sono, ahí los antagonistas lo han repetido tanto que tienen un ritual. Cortar un cuerpo no les provoca nada, hasta se divierten mientras separan la carne y los huesos para incinerarlos. Luego simplemente, lo desechan. Violation es más sugerente y su protagonista no se acerca a los dementes de Pez mortal, ella siente una repulsión por sus actos. Es su psicología lo que están interesados en explorar Sims-Fewer y Mancinelli.

La mayor subversión de Violation respecto al rape and revenge está en la construcción del acto que nos llevará a la venganza. En Ms .45, la protagonista es violada en las peligrosas calles de Nueva York, el acto es repetido por un criminal que invadió su casa para robar. En Thriller: A Cruel Picture (Thriller – en grym film, 1973), otro clásico del subgénero, Christina Lindberg cae víctima de un tipo que la engancha a la heroína y la obliga a prostituirse.

Violation refleja la realidad de muchos casos de abuso sexual ocurridos en un ambiente de supuesta confianza. Dedica dos secuencias para establecer la familiaridad que existe entre víctima y victimario. Miriam y Dylan no sólo son parientes políticos, se conocen desde sus años de estudiantes. La pasan bien juntos, incluso bromean sobre pitos, Sean Connery y Robert De Niro. 

En una noche de fogata, plática y alcohol en la casa de campo del matrimonio, a Greta le gana el sueño y se retira. Eventualmente, Miriam le da un beso a su cuñado, aunque pronto se arrepiente. Todo regresa a ser una charla, más personal de lo normal: ella le cuenta detalles sobre su relación con Caleb (Obi Abili), el punto complicado en que se encuentra contrasta con la aparente perfección de Greta y Dylan. 

Miriam decide dormir junto a la fogata. Dylan se le pega y la penetra. Ella le pide “no, detente”, no obstante su sentir es de absoluto desconcierto. En la secuencia anterior de seducción, –recuerden, es una narrativa no lineal–, Dylan recuerda, para excitarse, lo que para él no fue más que su primera vez con la hermana de su esposa: “me dijiste: no te detengas”. 

Violation evidencia lo que suele pasar cuando las mujeres denuncian una agresión sexual: terminan siendo cuestionadas y sus casos minimizados. “Fue tu culpa; tú me provocaste; estábamos borrachos; lo has interpretado mal”. Dylan mantiene esa actitud al ser confrontado, él lo ve como una infidelidad por la que ambos son igual de responsables. En esa exploración de la psicología de la protagonista, lo más afectante termina siendo la reacción de su hermana. Miriam no sólo es vista como una traicionera que rompió la confianza familiar, ni siquiera es capaz de aceptar sus actos. Su supuesta culpabilidad. 

Éste es un filme inteligentemente estructurado, cada una de sus imágenes tiene una razón, incluso diálogos casuales resuenan conforme avanza la historia. En la fogata, Dylan y Miriam discuten sobre la dualidad de cada persona, después Greta no acepta la verdadera naturaleza de su esposo porque, le dice a su hermana, “siempre te ha tratado bien”.

Varias anécdotas revelan el rol protector que Miriam ha tomado siempre con su hermana, ocasiones en las que terminó afectándola por su afán de “vengarla”, acciones vistas por Greta como egoístas. 

El matrimonio entre Greta y Dylan (quien suele cazar conejos en el campo) representa el distanciamiento físico y emocional de las hermanas a un nivel sin precedentes. “No puedo creer que la convenciste de comer carne”, le dice la protagonista a su cuñado. Cuando la ex-vegetariana Greta despelleja como si nada un conejo, sólo dice: “debes continuar haciéndolo aunque te cause asco”. Es el camino que la protagonista toma después del trauma y no ser escuchada: es preferible convertirse en una loba depredadora, a que sea demasiado tarde y tu amada protegida sea la próxima presa. 

La decisión de contar la película sin orden cronológico tiene varias razones. El acto de venganza no es el satisfactorio clímax por excelencia del género. Además, está el interés por las motivaciones y la complejidad del caso de Miriam. Y, por último, para enfatizar una pregunta: ¿cómo será la respuesta de Greta si antes sufrió las consecuencias de las “venganzas” menos graves cometidas por su hermana para “defenderla”? 

Violation es un rape and revenge para la sensibilidad y sentir de nuestros tiempos, una película que resuena más en tu cabeza tiempo después que los créditos terminaron.

Sundance 2021: PRISONERS OF THE GHOSTLAND, Sono, Cage y el delirio de la redención

Por Eric Ortiz García (@EricOrtizG)

A más de 30 años de su primera película, el japonés Sion Sono se ha consolidado como un director genial, prolífico y camaleónico. Tan sólo en la década pasada, se pueden encontrar algunos de sus mejores trabajos: un hilarante homenaje al cine de guerrilla y al 35mm, con yakuzas, samuráis y artes marciales, Vamos a jugar al infierno; películas brutalmente violentas y sórdidas, Pez mortal y El romance y la culpa; dramas alusivos al desastre nuclear de Fukushima, Topo y The Land of Hope; un delirante musical de hip hop, Tokyo Tribe; y un emotivo kaiju navideño con pegajosas canciones de rock, Love & Peace.

Por otra parte, Nicolas Cage se convirtió en uno de los actores hollywoodenses más prolíficos, encontrando desde hace algunos años papeles memorables en el cine de género, que más allá de la subversión se convierten en delirios absolutos. Basta nombrar Mandy (2018) y Color Out of Space (2019) para olvidar sus numerosos trabajos por encargo. 

Teniendo en cuenta eso, Prisoners of the Ghostland (2021), la anticipada primera película en inglés de Sono con Cage como protagonista, es una locura. Una verdadera locura.

Sono ha destacado en la construcción de mundos propios. Cuando lo entrevisté en 2015 por Tokyo Tribe (2014), reveló no estar interesado en usar locaciones reales de esa ciudad, porque quería “crear todo un mundo falso”. Prisoners of the Ghostland, una de sus producciones con mayor presupuesto, no se contiene en ese apartado. Sus dos universos principales –mejor dicho, prisiones– cobran vida y son un disparate maravilloso. 

Prisoners of the Ghostland es el wéstern de Sono y su regreso al cine de samuráis, dos géneros por los que siente afección como sus contemporáneos: Takashi Miike (Sukiyaki Western Django) y Quentin Tarantino (Kill Bill, Django sin cadenas). Un grupo que comparte influencias: Sergio Leone, Ennio Morricone, Sergio Corbucci, Bruce Lee, Kinji Fukasaku, Toshiya Fujita, entre muchos otros. 

En el “viejo oeste” de Sono conviven occidente y oriente, la mística del vaquero y el samurái. De hecho, está ambientado en “Samurai Town”. El icónico sheriff es un cowboy japonés, obeso y de cabello largo, fanático de Elvis Presley. El verdadero “jefe” del pueblo, el Governor (Bill Moseley, en una actuación para el recuerdo), es un gringo con acento sureño que controla un lugar de geishas. Lo acompaña su matón preferido: el hábil samurái Yasujiro, interpretado por el mismísimo Tak Sakaguchi –el “Bruce Lee” de Vamos a jugar al infierno (Jigoku de naze warui, 2013) y reciente protagonista de Crazy Samurai Musashi (2020), el emocionante y sangriento plano secuencia basado en una idea de Sono–. 

La iconografía híbrida y estrafalaria se extiende al pueblo, prácticamente un universo alterno donde convive todo tipo de gente sin importar la edad (hay un buen número de niños). Es un choque entre lo tradicional y lo moderno: un pueblo western/oriental clásico adornado con letreros electrónicos, con interiores dignos de una estilizada película futurista. Vaya, ¡el Governor viaja en un carro moderno! Es el cinema of cool en su expresión más llamativa. 

Courtesy of Sundance Institute.

¿Quién mejor para encabezar el reparto que un histrión con el entendimiento perfecto sobre este tipo de cine? ¿Hay mejor oportunidad de lucimiento para Cage que un filme donde su personaje es descrito como “tan cool, tan badass”? 

El actor lleva un buen rato divirtiéndose a lo grande. “Personalmente encuentro extremadamente divertidas sus actuaciones estilizadas”, dijo Richard Stanley cuando lo entrevisté por la lovecraftiana Color Out of Space, “dicen que es campy y exagerado, que cómo puedes hacer una película seria pero bastante divertida. Eso es justo lo que amo de Nic, es capaz de ser gracioso y serio al mismo tiempo”. 

Cage mantiene ese estilo en Prisoners of the Ghostland, dándole vida al clásico antihéroe sin nombre, aunque a diferencia de esas figuras casi silentes del spaghetti western –Leone bebió de los samuráis de Akira Kurosawa–, Nic no se guarda nada. La película está plagada de diálogos y momentos divertidamente absurdos. Es un territorio que Sono domina: basta recordar al hilarante líder yakuza enamorado en secreto de la hija de su rival, famosa por un un jingle que el criminal sigue bailando, en Vamos a jugar al infierno

La trama de Prisoners of the Ghostland es bastante sencilla: la “nieta” del Governor, Bernice (Sofia Boutella), ha desaparecido; en realidad, era una prostituta que logró escapar de su “prisión”. El hombre sin nombre está preso en Samurai Town y podría recuperar su libertad si cumple con la misión de traer de vuelta a Bernice. 

La secuencia que expone el conflicto es un despliegue en extremo disfrutable de la iconografía alrededor del personaje de Cage. ¿El mejor ejemplo? El traje ultra tecnológico que amenaza con volar al antihéroe en pedazos si trata mal a Bernice (¿un comentario de Sono sobre la supuesta “misoginia” de su cine?), o si no cumple con la misión en el tiempo establecido por el Governor. Ok, quizá no suena tan demente, ¿qué tal si le sumamos un par de explosivos a los testículos del protagonista? Y sabemos que Sono no añadiría ese detalle si no fuera a…  ¡explotar en cualquier momento!

Prisoners of the Ghostland es la cinta post-apocalíptica madmaxiana de Sono. Un mundo en ruinas con viejos maniquíes por doquier, figura recurrente en la filmografía de Sono, como en Exte: Hair Extensions (Ekusute, 2007) y en esa retorcida escena del crimen de El romance y la culpa (Koi no tsumi, 2011). Al centro del escenario está una derruida torre coronada por un inmenso reloj, propiedad de un imperio nuclear desaparecido.  

Tras el desastre nuclear de Fukushima en 2011, Sono no ha dejado de mostrar preocupación por ello en su cine. Está Topo (Himizu, 2011) con sus personajes que lo perdieron todo y pasaron a vivir como indigentes. En The Land of Hope (Kibô no kuni, 2012), el realizador imagina que un temblor y un tsunami provocan una nueva catástrofe nuclear en otra zona de Japón. Es una dura crítica al accionar del gobierno y a la población con poca memoria, que olvida el dolor de las personas ordinarias cuya vida nunca volverá a ser igual.

En The Land of Hope, Sono pensaba en la amenaza de la radiación como algo inherente a su país. Luego, en Love & Peace (Rabu & Pîsu, 2015), usó el furor por las inminentes Olimpíadas de Tokio 2020 (que aún no suceden, claro) como reflejo de un país que ha olvidado Hiroshima, Nagasaki y Fukushima. Por algo el cineasta sigue insistiendo: la mitología de Prisoners of the Ghostland, explicada en una estilizada secuencia onírica, es otro comentario sobre dicho tema.

Prisoners of the Ghostland se nutre de un montón de vertientes. Este mundo post-apocalíptico, y su trasfondo, es un híbrido. Para evitar explotar en pedazos, el personaje de Cage debe adentrarse a una mítica tierra de fantasmas, donde habitan figuras que se distinguen por su distintiva armadura samurái; deambulan entre hombres vestidos con ropa de prisión, cuyo líder es un tipo monstruoso, antagonista a medio camino entre el terror y la explotación. 

El destino de los que cruzan la carretera de los fantasmas son las ruinas nucleares. No existe salida de este lugar, donde habita una tribu extravagante pero bienintencionada. Algunos de estos personajes –como el carismático Rat Man, un recolector de combustible fanático de los vehículos–, bien podrían habitar una aventura fantástica en una galaxia muy, muy lejana. En Prisoners of the Ghostland, Sono vuelve a poner su atención en los marginados; en niños que han crecido sin agua o aire puro, en fantasmas que terminan representando las secuelas del horror mundano, el horror nuclear.

Prisoners of the Ghostland se filmó en Japón porque Sono sufrió un infarto durante su pre-producción y, aunque el nipón no aparece entre los guionistas, el tema de la reencarnación y la redención conducen la película. El personaje de Cage es pintado inicialmente como un criminal de la peor calaña, digno del viejo oeste salvaje de Corbucci. Uno de los fantasmas que lo persiguen es un inocente niño japonés, que tuvo el infortunio de presenciar un desastroso atraco bancario en el que participaron muchos de los personajes y elementos presentes en el relato. 

Prisoners of the Ghostland sigue al hombre sin nombre hasta que se gana el derecho de aparecer como “héroe” en los créditos finales. Es una redención siempre demencial absurdamente entretenida. Cage no se detiene, ni cuando tiene que dar el discurso motivacional como el “chosen one” que hará posible lo imposible. Ésta es una película bastante violenta –aunque sin llegar al Sono más brutal, horroroso y controversial de Pez mortal (Tsumetai nettaigyo, 2010)–, hay duelos estilizados, espadazos, balazos y, por supuesto, chorros de sangre. Prisoners of the Ghostland es un delirio absoluto y una de las entregas más satisfactorias del gran Sion Sono.