READY PLAYER ONE: COMIENZA EL JUEGO: Los fanboys como héroes

Por Eric Ortiz García (@EricOrtizG)

En Ready Player One: Comienza el juego (Ready Player One, 2018), adaptación del libro del mismo nombre dirigida por el padre del blockbuster moderno, Steven Spielberg, las personas del futuro cercano se desconectan totalmente de la realidad para sumergirse en el OASIS, un revolucionario simulador de realidad virtual donde se dice que el límite es tu propia imaginación. El joven protagonista, Wade Watts (Tye Sheridan), es parte de la sociedad marginada de Estados Unidos, vive junto a su tía en un populoso gueto de Ohio donde él y muchos de sus vecinos prefieren evadir su situación, usar un avatar y disfrutar de un mundo virtual equivalente a esos RPG donde puedes hacer de todo.

Haciendo eco de lo expuesto por Werner Herzog en su documental sobre el Internet, Lo and Behold: Ensueños de un mundo conectado (Lo and Behold: Reveries of the Connected World, 2016), el OASIS tiene sus pros y sus contras. Personas sin mucho en el mundo real, como Wade, han encontrado un refugio en el oasis digital, ya no sólo es una mera diversión sino que se ha convertido en una verdadera comunidad y casi su razón de ser; por otra parte, está el peligro latente de que este juego termine afectando tu vida, incluso en una escena vemos cómo la muerte de su avatar (y por ende la pérdida de todas las posesiones que había acumulado dentro del OASIS) provoca que un trabajador considere quitarse la vida en el mundo real.

Establecido este escenario, y una vez que fallece el creador del OASIS, James Halliday (Mark Rylance), muchos jugadores pasan de explorar un RPG a tener un objetivo claro: encontrar las tres llaves que Halliday escondió en su creación y así convertirse en el millonario nuevo dueño del OASIS. Algunos, como Parzival (el nombre del avatar de Wade), lo hacen para su beneficio personal, otros como Art3mis (el avatar de la joven Samantha, interpretada por Olivia Cooke), buscan el bien común y evitar a toda costa que la corporación IOI logre poseer el OASIS.

El concepto del reto de Halliday es un homenaje al primer easter egg en la historia de los videojuegos: el nombre del creador de Adventure, realizado en una época donde los ejecutivos no les daban crédito a los programadores. Entonces, en Ready Player One: Comienza el juego los fans “clavados” (a los que les gusta diseccionar ya sea una película –desde el tráiler– o un videojuego) son los que llevan la ventaja y eventualmente los héroes, porque Halliday (un personaje que remite a Steve Jobs) nunca dejó de ser así, ni de usar playeras de Space Invaders, a pesar de su éxito millonario y de que su creación mutó en algo más que un simple juego.

Ready Player One: Comienza el juego, evidentemente, es una celebración de esta cultura, de esos fanboys que, en este caso, conocen hasta cuál es la frase cinematográfica favorita de su héroe Halliday, o visten a sus avatars de acuerdo a sus propias cintas o videos musicales preferidos. Naturalmente, los villanos de la historia son parte de una corporación que representa a todos aquellos “hombres de traje” que ven a los fans –geeks o gamers– como signos de dólares, con un businessman que sólo aparenta un interés por el cine de John Hughes, Nolan Sorrento (Ben Mendelsohn), como el deshonesto y avaro antagonista principal.

La estructura y las reglas de Ready Player One: Comienza el juego se derivan de los videojuegos, similar a lo que hizo en su momento Scott Pilgrim vs. los ex de la chica de sus sueños (Scott Pilgrim vs. the World, 2010). Spielberg básicamente nos convierte en espectadores de una divertida partida en Twitch y nos hace estar del lado de un puñado de carismáticos gamers (además de Parzival y Art3mis está el bonachón Aech, por ejemplo, y hasta el villano circunstancial i-R0k, con voz de T.J. Miller, es gracioso), mientras estudian el pasado de Halliday buscando pistas para encontrar las llaves, usan sus monedas para comprar armas, y se adentran a los tres diferentes niveles del gran reto.

Ya desde la primera misión, una carrera que ningún avatar ha logrado completar en cinco años desde la muerte de Halliday, Spielberg deja en claro que su Ready Player One: Comienza el juego será un festín visual y de referencias a la cultura pop. El icónico carro de Volver al futuro (Back to the Future, 1985), la moto del protagonista de la animación de culto japonesa Akira (1988) y –¿por qué no?– el Batimóvil de la serie de los años sesenta con Adam West, compiten en una carrera donde los obstáculos incluyen a un T-Rex y el jefe antagonista del nivel no es Donkey Kong sino el mismísimo King Kong.

En ese sentido, Ready Player One: Comienza el juego definitivamente invita a los fanboys a que, de la misma forma en cómo Parzival y su interés romántico Art3mis analizan la vida de Halliday, observen cuadro por cuadro sus poco más de dos horas de metraje, buscando cada uno de los incontables detalles/easter eggs (de calcomanías con el símbolo de Batman a breves cameos de personajes como los soldados de Halo). También le introduce a una nueva generación cintas de culto ochenteras como The Adventures of Buckaroo Banzai Across the 8th Dimension (1984), lo cual es valioso, pero más importante es que los tres retos son sinónimo de material imaginativo y siempre entretenido que le hace justicia al concepto central del OASIS.

Tras una notable secuencia de acción, Spielberg aprovecha para deleitar con un sentido e inesperado homenaje a uno de sus cineastas favoritos, Stanley Kubrick, el cual logra conjugar lo mejor de las referencias cinematográficas –las personas que conocen la cinta homenajeada disfrutarán darse cuenta de lo que está a punto de suceder– con su propio universo: la personalidad de Aech, y su ignorancia al no ser un fanático del cine de terror, son clave y hacen de esta secuencia la mejor del filme y algo tan hilarante como maravilloso.

La culminación del épico crossover de personajes de la cultura pop de varias latitudes (los japoneses no pasan desapercibidos) viene de la mano no sólo de una canción ochentera –el soundtrack en general repasa varios éxitos musicales de antaño– sino también del encuentro final entre el OASIS y el mundo real, porque lo que pasa en Ohio repercute más y más con el desempeño de nuestros héroes en el juego de Halliday. El lado oscuro del OASIS no es explorado a fondo (la mayor atrocidad es cometida en el mundo real por IOI), pero como comentario sobre el creciente escapismo virtual, Spielberg manda un mensaje en contra de los excesos y en pro de que los gamers/fanboys no se olviden de la realidad ni de las interacciones humanas; una lección sencilla y correcta, apropiada para una adaptación fílmica en todo momento disfrutable y satisfactoria.

BABY: EL APRENDIZ DEL CRIMEN: Acelerando con estilo

Por Eric Ortiz García (@EricOrtizG)

El amor de Edgar Wright por el cine de acción ha sido evidente desde sus inicios, y en su segundo largometraje, Hot Fuzz: Súper policías (Hot Fuzz, 2007), homenajeó/parodió abiertamente a cintas del género como Punto de quiebra (Point Break, 1991) y Bad Boys II (2003). Tampoco es un secreto que Wright tiene una gran pasión por la música; secuencias con coreografías basadas en alguna canción, o el uso de temas populares cuyas letras van acorde con lo que sucede, se hicieron presentes desde su ópera prima El desesperar de los muertos (Shaun of the Dead, 2004).

Baby: El aprendiz del crimen (Baby Driver, 2017) marca el regreso de Wright luego del debacle de Ant-Man (2015) y es una continuación de lo que ha venido haciendo: cine de género con sello personal, donde el estilo es parte de la substancia –siendo Scott Pilgrim vs. los ex de la chica de sus sueños (Scott Pilgrim vs. the World, 2010) el ejemplo perfecto de un cúmulo de diversos estilos y recursos narrativos.

Como ejercicio altamente estilizado, Baby: el aprendiz del crimen prácticamente nunca se deslinda de su soundtrack; aunque en esta ocasión Wright es más sutil a la hora de usar su característicos close-ups y cortes rápidos en los montajes, esto para dejar fluir las secuencias de acción más complejas que ha filmado hasta ahora, y también una dramática historia de amor juvenil que, a diferencia de Scott Pilgrim vs. los ex de la chica de sus sueños, se desarrolla en un mundo áspero.

Al ser un estudiante del cine de acción enfocado en persecuciones de autos, Wright toma como una de sus principales referencias a The Driver (1978), de Walter Hill, enfocándose también en un conductor (Baby, interpretado por Ansel Elgort) que trabaja para que los criminales puedan huir tras perpetrar un acto delictivo. Antes de introducir su trasfondo único, que terminará por llevar a Baby en otra dirección, se transmite la adrenalina del crimen y sobre todo de la velocidad. El bestial ritmo se junta con un trabajo de los dobles de riesgo impresionante y digno de la vieja escuela, siempre en pro del desarrollo de Baby como personaje.

La precisión no sólo está en las escenas de acción sino en cada uno de los personajes y los temas musicales que (casi) nunca dejan de sonar. Baby –con sus múltiples gafas oscuras y iPods clásicos– es la definición de lo cool, producto de un director/escritor enfocado en crear su propio universo, donde también caben constantes charlas sobre música, divertidos diálogos y gags plagados de referencias (desde Halloween de John Carpenter; Buenos muchachos de Martin Scorsese; hasta Monsters, Inc.), y las canciones que no temen remarcar la situación.

El ecléctico soundtrack no sólo se adapta excelsamente al ritmo de lo que estamos viendo en pantalla (ya sea una persecución, una balacera o simplemente a Baby comprando unos cafés), sino que también juega un rol vital en las vidas de los protagonistas y es perfecto para momentos específicos de júbilo o drama. La elección de temas como “Debra” de Beck y “Debora” de T. Rex dio paso a que la enamorada del protagonista se llame precisamente Debora (Lily James) y, de hecho, las conversaciones entre ambos versan sobre esto; ni que decir del uso de canciones que mencionan la palabra “baby”: “Nowhere to run to, baby, nowhere to hide”, por ejemplo, se escucha cuando es notorio que, a pesar de desearlo, el personaje de Elgort no puede escapar, ni esconderse, de su vida criminal.

Si bien se podría pensar que todo es parte de un mero ejercicio artificial, Baby: el aprendiz del crimen es uno de los filmes más cálidos de Wright. Temas como la amistad y el romance siempre estuvieron presentes en sus trabajos previos, y ahora nos entrega una cinta que también se preocupa por enfatizar en la bondad de Baby, quien en un punto sólo desea proteger a sus seres queridos: Debora y su padre adoptivo sordomudo (CJ Jones).

Es así como Wright se desvía del tipo de protagonista de The Driver –el cual a su vez bebió del silencioso matón de Le samouraï (1967) de Jean-Pierre Melville–, explorando el lado personal de Baby y conectando su condición a una infancia quebrada por la muerte de sus padres en un accidente automovilístico. Baby quedó con un zumbido constante en los oídos, por eso tiene que recurrir a la música en todo momento, al tiempo que su orfandad lo hizo quedar a la merced de un peligroso jefe criminal (Kevin Spacey redimiéndose en el cine) que se ha apropiado de su talento nato para manejar.

Baby es un personaje frágil en un mundo violento y codicioso –ahí entra Jamie Foxx como un gangsta demente, y Jon Hamm y Eiza González como una pareja de delincuentes enamorados–, aunque es justo su calidad humana (comprobada incluso durante los actos criminales), y su deseo por dejar el crimen y vivir un romántico road trip hacia lo desconocido junto a su querida Debora, lo que terminará por convertirlo en un héroe letal cada que la película pisa el acelerador con balazos, brutal actividad vehicular, choques incluidos, y hasta una larga persecución a pie que demuestra la versatilidad de Wright a la hora de diseñar sus momentos de acción. Así, Baby: el aprendiz del crimen tiene más alma y también mejor acción que innumerables películas del género.

Texto publicado originalmente en Butaca Ancha (en agosto de 2017).

Bonus: Entrevistas en video con el director Edgar Wright y con los actores Ansel Elgort y Eiza González