
Por Eric Ortiz García (@EricOrtizG)
La película neozelandesa Coming Home in the Dark (2021), ópera prima de James Ashcroft, arranca intensamente: una familia de clase acomodada (el padre, la madre y dos hijos adolescentes) disfruta de un road trip en el campo. Durante un pícnic, son interrumpidos por un par de extraños que portan armas y una actitud peculiar. El desconcierto no tarda en esclarecerse, aunque el pavor continúa: están siendo asaltados. Su vehículo y algunas pertenencias son el principal objetivo de los criminales. El líder de los maleantes, Mandrake (Daniel Gillies, memorable) –a diferencia de su compañero silencioso, Tubs (Matthias Luafutu), no tiene pelos en la lengua y emana cierto carisma a pesar de ser un bastardo–, anuncia que se retirarán.
El terror parece terminar para la familia… hasta que uno de los hijos se refiere a su padre (Erik Thomson) por su apodo: Hoaggie, diminutivo de Hoaggenraad. Esto llama la atención de los asaltantes, el apellido les es familiar. Otro vehículo se aproxima, el asalto que no había tenido mayores contratiempos hasta ese momento se complica. Una vez que evitan que los recién llegados noten algo extraño, Mandrake asegura a la familia que se arrepentirán de no aprovechar esa oportunidad para contraatacar. Y vaya que lo harán.
Coming Home in the Dark no tarda en tornarse brutal, una demostración de la sangre fría con la que los humanos pueden actuar. El desconcierto inicial de la familia antes del asalto vuelve de la peor forma, ahora se liga a la violencia y la tragedia.
Coming Home in the Dark se convierte en un road trip muy diferente, los criminales pasan a tomar el mando y poco a poco se sugiere que su ataque tiene otra motivación. ¿Podría cambiar todo el sentido? ¿Podríamos estar ante un thriller de venganza? El filme de Ashcroft se alinea con esas historias donde es claro que las víctimas –en este caso específicamente el papá, Hoaggie– esconden algo turbio sobre su pasado que sus seres queridos desconocen. Ni su esposa Jill (Miriama McDowell) tiene idea del porqué su vida acaba de ser completamente arruinada.
Resulta fascinante cómo se le da la vuelta a un tema social duro que ha sido extensamente abordado por el cine: el abuso sistemático que ocurre en los internados (y escuelas) en contra del alumnado. Si películas como If…. (1969) –o su derivación contemporánea en clave cómica y fantástica Slaughterhouse Rulez (2018)–, nos llevan al interior de este tipo de escuelas, Coming Home in the Dark presenta cuál fue el destino de dos jóvenes que vivieron en carne propia el abuso sucedido décadas atrás (en los 80) en un internado varonil neozelandés.

¿Ataron cabos? Dos de los chicos violentados, rebajados por las figuras de autoridad –incluso, posibles víctimas de abuso sexual–, son en consecuencia adultos marginados en el presente. Se dedican a robar carros y son capaces de asesinar. En contraste, entendemos que Hoaggie ha tenido una larga y exitosa trayectoria como docente, aunque alguna vez conoció de cerca la cruda realidad de un internado.
Coming Home in the Dark no deja de ser un filme de género, su ejecución es la del clásico exponente sobre crimen o venganza plagado de contratiempos: las víctimas intentan aprovechar cualquier oportunidad para contraatacar; se derrama sangre de gente inocente, estaban en el lugar equivocado en el momento equivocado. Además de los ingredientes que suelen dejarte helado, en el buen sentido dramático, aquí ligados al horror que se vivió en el internado, aún presente décadas después.
La película intenta subvertir las expectativas conocidas de este tipo de película de género. Esto la hace anticlimática, sin ningún shock al estilo asiático. Aunque parece tomar ese camino, no se trata de saldar una rencilla concreta. El trasfondo del maestro es más complejo, abordando cuestiones de complicidad, inherentes a cualquier problema sistémico.
Desarrollada a lo largo de algunas horas tomando como punto de partida la coincidencia de dos perspectivas (trauma y culpa), Coming Home in the Dark explora cómo la oscuridad del pasado no se borra y regresa cuando menos lo esperas. Aun si, al menos de manera física, su representación (el internado) está literalmente en ruinas. Sólo ellos saben qué ocurrió ahí. Una producción más interesante en sus temas, que efectiva en la ejecución de su clímax.