La compañía británica Arrow Video confirmó el pasado 28 de agosto los títulos que lanzará al mercado en noviembre de 2020. Será uno de sus meses más fuertes gracias a filmes como Crash (1996), King of New York (1990), Burst City (Bakuretsu toshi, 1982) y un box set con siete películas, en cuatro Blu-rays, del director americano William Grefé. Esta caja, tituladaHe Came from the Swamp: The William Grefé Collection, saldrá a la venta el 23 de noviembre. La versión restaurada de una de las películas incluidas, Sting of Death (1966), tuvo su estreno mundial en la sección Fantasia Retro del festival canadiense de cine fantástico.
El largometraje es una creature feature de influencia cormaniana, estrenada nueve largos años antes de la llegada de Tiburón (Jaws, 1975) que se comió sin misericordia a todas esas producciones de monstruos de serie B. Como dicen en el documental Corman’s World: Exploits of a Hollywood Rebel (2011), el joven Steven Spielberg tomó una premisa muy de Roger Corman, cercana al cine de explotación (un tiburón que mata gente), y la llevó al otro nivel, cimentando el blockbuster de Hollywood.
Así nos encontramos con Sting of Death, cuya trama no podría ser más simple: el protagonista, un biólogo marino (Jack Nagle), radica en una isla donde trabaja a lado de su joven asistente John (Joe Morrison) y de su chalán Egon (el personaje que se roba la película, interpretado por John Vella). En la radio local se escuchan los reportes sobre algunas personas (pescadores, principalmente) que han desaparecido en los alrededores de la isla. Nadie sabe bien qué sucede, aunque nosotros lo vemos desde la primera secuencia, filmada bajo el agua: una bella mujer es raptada por una misteriosa criatura acuática, a la que, obviamente, veremos en todo su esplendor hasta el final de la película.
En este contexto, Karen (Valerie Hawkins), la hija del biólogo, llega a la isla para vacacionar junto a cuatro de sus amigas. Muy pronto las vemos arreglarse para una recepción, a la que asistirán otros jóvenes estudiantes. Todos ellos, claro, están reunidos con el único objetivo de convertirse en las potenciales víctimas de esa misteriosa criatura que acecha en los pantanos.
A lo largo de Sting of Death tenemos una mezcolanza de varios elementos clásicos. Esa primera escena submarina remite a una de las joyas tardías de la época de oro del terror de Universal: El monstruo de la laguna negra (Creature from the Black Lagoon, 1954). Hace unos meses, el director y cantante Rob Zombie recordaba que en este tipo de películas los monstruos representan la mentalidad de “los marginados sociales, los raros… King Kong sólo trataba de congeniar mientras le disparaban. La criatura de Frankenstein acababa de nacer pero lo intentaban matar. Cuando eres un niño raro, sin duda te identificas con el monstruo”.
En Sting of Death la criatura, más que una metáfora, está directamente ligada con el chalán Egon, el personaje más memorable del ensamble. Hasta su nombre es una derivación de Igor, esa figura clásica del ayudante creepy, marginado, y con alguna deformidad. En este caso Egon tiene un ojo raro, su presencia asusta a las chicas, suele aparecer de la nada generando la típica mala vibra.
No se necesita ser un genio para deducir rápidamente que Egon tiene algo que ver con el monstruo, una vez que la policía inicia su investigación después de localizar el cadáver de uno de los pescadores. Egon, ambicioso en secreto como intento de biólogo marino, dice saber qué causó las extrañas heridas, aunque su descabellada tesis (¡medusas gigantes!) es descartada por completo por el biólogo jefe y su otro asistente, John, el joven bien parecido y normal que representa exactamente lo opuesto a lo que es Egon. ¿Mencioné que además Egon está evidentemente enamorado de la hija de su jefe, Karen, pero ella está interesada en John? Un relato ciertamente tradicional con un toque especial, basta mencionar que el resentimiento del rechazado social explota en una gozosa secuencia para el recuerdo: Egon baila rock ‘n’ roll apartado en la fiesta, con sonrisa y actitud cool (un fotograma para enmarcar), entonces los “normales” lo descubren y es humillado, como toda su vida, por su físico y actitud creepy (la única chica que lo ha tratado bien es Karen). Corte a: un invitado acuático indeseado se aparece en la fiesta.
En ese lado de venganza y terror, Sting of Death podría pensarse incluso como una prima lejana de lo que posteriormente se iba a conocer como el slasher. Las víctimas del antagonista son principalmente las mujeres y cuando cerca del final se despacha a una, tenemos una especie de homenaje a la famosísima escena del asesinato en la regadera dePsicosis(Psycho, 1960), que seis años antes había sorprendido a las audiencias y que es considerada directa precursora del giallo y el slasher.
Sting of Death siempre se mueve en el terreno del sci-fi y en su clímax conjuga la conocida noción del “científico loco” (cuyos experimentos se tornan terroríficos) con lo que mencionaba: el desenlace usual de creature features como King Kong (1933) o la misma El monstruo de la laguna negra(incluso, todo termina también en una cueva), donde el “amor imposible”, la principal motivación de la criatura, marca su funesto destino.
Además de las nociones clásicas del cine de género que ya mencioné, aquí encontramos un escenario peculiar (esas secuencias en un pantano real en Florida). ¡Una canción y un baile inspirados en las medusas! Y por supuesto esa maravillosa criatura cormaniana y ridícula que inevitablemente te provoca una sonrisa (ya antes habían salido unas medusas hechas como con bolsas de plástico: recuerden, es el genuino cine de serie B). Todo mezclado en 80 minutos, hace de Sting of Death un rescate perfecto para nuestro nicho. ¡Enhorabuena!
En Ready Player One: Comienza el juego (Ready Player One, 2018), adaptación del libro del mismo nombre dirigida por el padre del blockbuster moderno, Steven Spielberg, las personas del futuro cercano se desconectan totalmente de la realidad para sumergirse en el OASIS, un revolucionario simulador de realidad virtual donde se dice que el límite es tu propia imaginación. El joven protagonista, Wade Watts (Tye Sheridan), es parte de la sociedad marginada de Estados Unidos, vive junto a su tía en un populoso gueto de Ohio donde él y muchos de sus vecinos prefieren evadir su situación, usar un avatar y disfrutar de un mundo virtual equivalente a esos RPG donde puedes hacer de todo.
Haciendo eco de lo expuesto por Werner Herzog en su documental sobre el Internet, Lo and Behold: Ensueños de un mundo conectado (Lo and Behold: Reveries of the Connected World, 2016), el OASIS tiene sus pros y sus contras. Personas sin mucho en el mundo real, como Wade, han encontrado un refugio en el oasis digital, ya no sólo es una mera diversión sino que se ha convertido en una verdadera comunidad y casi su razón de ser; por otra parte, está el peligro latente de que este juego termine afectando tu vida, incluso en una escena vemos cómo la muerte de su avatar (y por ende la pérdida de todas las posesiones que había acumulado dentro del OASIS) provoca que un trabajador considere quitarse la vida en el mundo real.
Establecido este escenario, y una vez que fallece el creador del OASIS, James Halliday (Mark Rylance), muchos jugadores pasan de explorar un RPG a tener un objetivo claro: encontrar las tres llaves que Halliday escondió en su creación y así convertirse en el millonario nuevo dueño del OASIS. Algunos, como Parzival (el nombre del avatar de Wade), lo hacen para su beneficio personal, otros como Art3mis (el avatar de la joven Samantha, interpretada por Olivia Cooke), buscan el bien común y evitar a toda costa que la corporación IOI logre poseer el OASIS.
El concepto del reto de Halliday es un homenaje al primer easter egg en la historia de los videojuegos: el nombre del creador de Adventure, realizado en una época donde los ejecutivos no les daban crédito a los programadores. Entonces, en Ready Player One: Comienza el juego los fans “clavados” (a los que les gusta diseccionar ya sea una película –desde el tráiler– o un videojuego) son los que llevan la ventaja y eventualmente los héroes, porque Halliday (un personaje que remite a Steve Jobs) nunca dejó de ser así, ni de usar playeras de Space Invaders, a pesar de su éxito millonario y de que su creación mutó en algo más que un simple juego.
Ready Player One: Comienza el juego, evidentemente, es una celebración de esta cultura, de esos fanboys que, en este caso, conocen hasta cuál es la frase cinematográfica favorita de su héroe Halliday, o visten a sus avatars de acuerdo a sus propias cintas o videos musicales preferidos. Naturalmente, los villanos de la historia son parte de una corporación que representa a todos aquellos “hombres de traje” que ven a los fans –geeks o gamers– como signos de dólares, con un businessman que sólo aparenta un interés por el cine de John Hughes, Nolan Sorrento (Ben Mendelsohn), como el deshonesto y avaro antagonista principal.
La estructura y las reglas de Ready Player One: Comienza el juegose derivan de los videojuegos, similar a lo que hizo en su momento Scott Pilgrim vs. los ex de la chica de sus sueños (Scott Pilgrim vs. the World, 2010). Spielberg básicamente nos convierte en espectadores de una divertida partida en Twitch y nos hace estar del lado de un puñado de carismáticos gamers (además de Parzival y Art3mis está el bonachón Aech, por ejemplo, y hasta el villano circunstancial i-R0k, con voz de T.J. Miller, es gracioso), mientras estudian el pasado de Halliday buscando pistas para encontrar las llaves, usan sus monedas para comprar armas, y se adentran a los tres diferentes niveles del gran reto.
Ya desde la primera misión, una carrera que ningún avatar ha logrado completar en cinco años desde la muerte de Halliday, Spielberg deja en claro que su Ready Player One: Comienza el juego será un festín visual y de referencias a la cultura pop. El icónico carro de Volver al futuro (Back to the Future, 1985), la moto del protagonista de la animación de culto japonesa Akira (1988) y –¿por qué no?– el Batimóvil de la serie de los años sesenta con Adam West, compiten en una carrera donde los obstáculos incluyen a un T-Rex y el jefe antagonista del nivel no es Donkey Kong sino el mismísimo King Kong.
En ese sentido, Ready Player One: Comienza el juego definitivamente invita a los fanboys a que, de la misma forma en cómo Parzival y su interés romántico Art3mis analizan la vida de Halliday, observen cuadro por cuadro sus poco más de dos horas de metraje, buscando cada uno de los incontables detalles/easter eggs (de calcomanías con el símbolo de Batman a breves cameos de personajes como los soldados de Halo). También le introduce a una nueva generación cintas de culto ochenteras como The Adventures of Buckaroo Banzai Across the 8th Dimension (1984), lo cual es valioso, pero más importante es que los tres retos son sinónimo de material imaginativo y siempre entretenido que le hace justicia al concepto central del OASIS.
Tras una notable secuencia de acción, Spielberg aprovecha para deleitar con un sentido e inesperado homenaje a uno de sus cineastas favoritos, Stanley Kubrick, el cual logra conjugar lo mejor de las referencias cinematográficas –las personas que conocen la cinta homenajeada disfrutarán darse cuenta de lo que está a punto de suceder– con su propio universo: la personalidad de Aech, y su ignorancia al no ser un fanático del cine de terror, son clave y hacen de esta secuencia la mejor del filme y algo tan hilarante como maravilloso.
La culminación del épico crossover de personajes de la cultura pop de varias latitudes (los japoneses no pasan desapercibidos) viene de la mano no sólo de una canción ochentera –el soundtrack en general repasa varios éxitos musicales de antaño– sino también del encuentro final entre el OASIS y el mundo real, porque lo que pasa en Ohio repercute más y más con el desempeño de nuestros héroes en el juego de Halliday. El lado oscuro del OASIS no es explorado a fondo (la mayor atrocidad es cometida en el mundo real por IOI), pero como comentario sobre el creciente escapismo virtual, Spielberg manda un mensaje en contra de los excesos y en pro de que los gamers/fanboys no se olviden de la realidad ni de las interacciones humanas; una lección sencilla y correcta, apropiada para una adaptación fílmica en todo momento disfrutable y satisfactoria.
El primer gran descubrimiento en la décimo quinta edición de Fantastic Fest llegó de la mano del American Genre Film Archive (AGFA) y Vinegar Syndrome, en una versión remasterizada en 4K y sin cortes. Se trata de la película Tammy and the T-Rex (1994), que, en su momento, pretendió aprovechar el éxito masivo que un año antes había logrado Parque Jurásico (Jurassic Park, 1993), de Steven Spielberg.
Dirigida por Stewart Raffill (responsable de ese rip-off deE.T., el extraterrestre: Mi amigo Mac), Tammy and the T-Rexfue censurada para obtener la clasificación PG-13, por eso el mayor atractivo de esta nueva versión es poder ver las escenas gore en todo su esplendor; sin embargo, el gore es sólo uno de los muchos elementos por los que Tammy and the T-Rexpropició una noche memorable y divertidísima para todos los que apreciamos el cine basura más notable.
La trama es muy sencilla: por un lado, Tammy (una muy joven Denise Richards) es una chica que continúa sufriendo por su ex novio (George Pilgrim como Billy), un tipo bastante violento, celoso y frecuente antagonista del orden público que no descansará para evitar que Tammy establezca una nueva relación amorosa con Michael (el mismísimo Paul Walker años antes de saltar al estrellato con la franquicia de Rápido y furioso).
Por otra parte, el clásico “científico loco” Dr. Wachenstein (Terry Kiser de actuación delirante) y su bizarro equipo se encuentran trabajando en un ambicioso proyecto que pretende darle vida, por medio del uso de un cerebro humano, a un Tiranosaurio Rex robótico.
Un tono camp está presente en ambas tramas, la romántica y la jurásica, que inevitablemente se terminan conectando en una secuencia genialmente absurda: tras ser atacado por un león (un acto provocado por Billy), el joven Michael termina comatoso en el hospital, ahí aparecen el loco Dr. Wachenstein y su voluptuosa amante (Ellen Dubin) para engañar a Tammy, a su hilarante amigo homosexual Bryon (Theo Forsett) y al siempre borracho tutor de Michael (John F. Goff) y eventualmente robarse el cuerpo del protagonista con la intención, obviamente, de usar su cerebro para darle vida al T-Rex.
Es así que Tammy and the T-Rex llega a niveles gloriosos y verdaderamente increíbles, con un par de soportes: el violento, que incluye una explícita cirugía cerebral, tripas por doquier y otros detalles absurdos (ya verán cómo el dinosaurio deja aplastado a un súbdito del doctor); y el romántico, cuya gozosa ridiculez incluye, por ejemplo, una escena donde el Michael/T-Rex ¡le llama desde un teléfono público a su enamorada Tammy! No hay que olvidar esos momentos que beben deKing Kong (1933) y E.T., el extraterrestre (E.T. the Extra-Terrestrial, 1982): la protagonista relacionándose con la bestia y protegiéndolo de la policía o esa secuencia en que Bryon y Tammy le dan a escoger a Michael/T-Rex ¡qué cadáver de la morgue le gustaría más como su nuevo cuerpo!
Podría seguir enlistando otros momentos maravillosos de esta obra cumbre del trash, basta mencionar que la cinta llega a un “candente” final donde Denise Richards, una cámara de video y el cerebro de Michael comparten un baile. Naturalmente, Tammy and the T-Rex debe verse para creerse.
Quentin Tarantino afirmó, en una entrevista, que Bill Clark –asistente de dirección y parte de su crew de confianza desde los años noventa– le comentó después de leer el guión de Había una vez… en Hollywood (Once Upon a Time… in Hollywood, 2019): “Hay un poco de todas tus películas combinado”. Siguiendo con esa noción, aunado a que el influyente cineasta insiste que se trata de su penúltimo filme, Tarantino definió Había una vez… en Hollywood como “el clímax” de su carrera, justo antes de lo que será “el epílogo”.
Quizá lo más obvio a señalar es que Había una vez… en Hollywoodrepresenta el mayor homenaje al cine, la televisión y a sus artesanos dentro de toda la filmografía tarantiniana, que ya incluía a un policía que se preparaba para infiltrarse al mundo criminal como si fuese un actor antes de su audición más importante (Mr. Orange en Perros de reserva), a la esposa de un jefe gansteril que protagonizó un poco exitoso programa piloto de televisión (Mia Wallace en Tiempos violentos), a un stuntman convertido en asesino serial de mujeres (Stuntman Mike en A prueba de muerte), a una joven judía que encontraba refugio en un cine parisino (eventual sitio del asesinato del mismísimo Führer), a un soldado Nazi cinéfilo y actor debutante, e incluso a un crítico de cine enlistado en el ejército británico (Shosanna, Fredrick Zoller y Lt. Archie Hicox, respectivamente, en Bastardos sin gloria); esto sin mencionar, claro está, una infinidad de referencias cinéfilas: de Clarence celebrando su cumpleaños con una doble función del actor japonés Sonny Chiba en La fuga (True Romance, 1993), de Tony Scott (primer guión escrito por Tarantino), al Major Marquis Warren parafraseando un diálogo proveniente de El vengador anónimo II(Death Wish II, 1982) cerca del final deLos 8 más odiados (The Hateful Eight, 2015).
En esta ocasión, los protagonistas de Tarantino son trabajadores de la industria fílmica (y televisiva) hollywoodense, la cual estaba en plena transición para 1969, a punto de experimentar la consolidación del llamado Nuevo Hollywood: tras el éxito de cintas como Bonnie y Clyde (Bonnie and Clyde, 1967) y Busco mi destino (Easy Rider, 1969), jóvenes autores como Martin Scorsese, Francis Ford Coppola, Steven Spielberg, Brian De Palma, George Lucas y Peter Bogdanovich marcarían el rumbo del sistema de estudios en la década de los setenta.
Rick Dalton (Leonardo DiCaprio confirmando que da lo mejor de sí cuando es dirigido por Scorsese o Tarantino) es un actor que varios años antes brilló en la famosa serie western Bounty Law, pero en 1969 ha fracasado en su intento por convertirse en una estrella de cine y, consecuentemente, ha sido relegado a interpretar al villano invitado en series (que sí existieron) comoEl Avispón Verde, The F.B.I. o Lancer. Ahora, la “salvación” de su carrera parece estar en un tipo de cine que él mismo mira con desdén: las películas de género italianas.
Por su parte, Cliff Booth (Brad Pitt dando su mejor actuación desde Bastardos sin gloria) es el doble de acción de Rick, pero ya sólo en teoría porque la carrera en declive del histrión también significa menos trabajo para este stuntman de por sí temperamental y con pésima reputación en la industria; entonces, este obrero dispuesto a arriesgar su vida por el cine y la televisión ha pasado más bien a fungir –gustosamente eso sí– como chofer y ayudante en general de su estimado amigo Rick. En contraste, los vecinos de Rick en Cielo Drive viven un momento de ensueño: Sharon Tate (Margot Robbie, sutilmente emotiva) ya es reconocida, como una de las chicas de Valley of the Dolls(1967), y acaba de protagonizar The Wrecking Crew(1968) a lado de Dean Martin, mientras que su esposo Roman Polanski (Rafal Zawierucha) es –en palabras de Rick Dalton– “probablemente el director más popular de Hollywood e incluso del mundo entero” tras el éxito masivo de El bebé de Rosemary(Rosemary’s Baby, 1968).
Había una vez… en Hollywood tiene una marcada estructura de tres actos, cada uno desarrollado en un día diferente de la vida de los protagonistas: el sábado 8 de febrero, el domingo 9 febrero y el viernes 8 de agosto de 1969. Básicamente los dos primeros capítulos enteros, así como la primera parte del último acto, están dedicados al desarrollo de los personajes. Dado que son dos actores y un stuntman de Hollywood, esto provoca que el filme sea, naturalmente, un festín tarantiniano dedicado a su gran pasión.
Si Tarantino nunca había dirigido una película dentro de una película (recordemos que fue Eli Roth quien realizó la cinta propagandística Nation’s Pride para Bastardos sin gloria), aquí el detallado trasfondo que le creó a Rick y a Cliff –está documentado que DiCaprio y Pitt tuvieron que leer hojas enteras con todos los detalles de las carreras (ficticias) de sus personajes– se refleja en pantalla con Quentin dando rienda suelta a sus deseos, contagiándonos su disfrute al recrear un show western como si fueran los años cincuenta (Bounty Law), al mostrar un momento épico de un filme de Dalton (The 14 Fists of McCluskey, donde lo vemos despachar a varios Nazis con un poderoso lanzallamas), y al ahondar en toda una mitología sobre la eventual estancia de Rick y Cliff en Italia, que ocurre de la mano del nuevo agente/productor del actor, Marvin Schwarzs (el legendario Al Pacino, de actuación reducida pero memorable y graciosa).
De igual forma, Tarantino logra algo muy curioso al insertar a Rick Dalton en secuencias de cintas ya existentes:Moving Target (Bersaglio mobile, 1967) de Sergio Corbucci (para ejemplificar su paso por Italia) o la obra maestra El gran escape (The Great Escape, 1963) de John Sturges (para remarcar que Dalton nunca pudo llegar al nivel de estrellato fílmico de Steve McQueen). En el caso de Cliff, caben hilarantes flashbacks que nos llevan a anécdotas que involucran a Bruce Lee (Mike Moh de caracterización perfecta) en el set de El Avispón Verde; mientras que por medio de Tate y Polanski, Tarantino recuerda el rock ‘n’ roll puro de Deep Purple y luego se adentra a la Mansión Playboy para esa mirada al momento cumbre de una figura en Hollywood, pero también nos entrega una singular y cálida secuencia en la que Tate acude a un cine a ver The Wrecking Crewy sonríe constantemente al atestiguar cómo su trabajo conecta con la audiencia.
Con esto último nos podemos ligar a un aspecto esencial deHabía una vez… en Hollywood: durante ¾ del metraje es una hangout movie donde, más que seguir una trama definida desde el principio, simplemente se convive con los personajes. Aún más atípico dentro del trabajo de QT y que la diferencia de otras de sus hangout movies como Tiempos violentos (Pulp Fiction, 1994), Jackie Brown: La estafa(Jackie Brown, 1997) y A prueba de muerte (Death Proof, 2007): las secuencias de convivencia con los personajes que carecen de diálogos, un recurso que sin duda ha sido sello de la casa desde la primera escena de Perros de reserva (Reservoir Dogs, 1992). El ya mencionado momento con Sharon Tate disfrutando de The Wrecking Crew (dato curioso: Tate entra al cine cuando está pasando el tráiler de C.C. & Company, mismo que fue proyectado en celuloide en el pre-show del New Beverly Cinema), o bien un magistral seguimiento a Cliff Booth mientras maneja velozmente su Karmann Ghia desde una zona exclusiva (donde está ubicada la casa de Rick), pasando por varias partes de una ciudad de Los Ángeles reconstruida minuciosamente para transportarnos a otra época (atención no sólo con la predeciblemente notoria selección musical sino también con los sonidos de la radio), hasta un freeway y luego un remoto autocinema ya evidentemente a las afueras de Hollywood, donde Cliff vive en una casa rodante con su pitbull Brandy (Sayuri, perrita que fue premiada merecidamente con el Palm Dog Award en Cannes).
Por si fuera poco, Tarantino cierra esta secuencia única con una maravillosa interacción entre Cliff y la pitbull, filmada con total precisión, con sus característicos close-ups, llena de detalles (QT ha creado ahora su propia marca de comida para perros, por ejemplo), color y esa humanidad del personaje aún cuando se trata de un stuntman bastante pirado que sabe repartir madrazos y que quizá cometió un terrible crimen en el pasado.
En ese tenor, el del aspecto humano, ni qué decir de Rick Dalton, uno de esos grandes personajes con el que es fácil conectar. Su interacción con Pacino, por ejemplo, es tanto un puñado de referencias al cine y al amor que el propio Tarantino tiene por ver copias en celuloide en su sala privada, como la confirmación de que (triste e inevitablemente) su tiempo de gloria se está quedando poco a poco en el pasado. Como buddy movie, porque ciertamente hay mucho de esto, Rick (el otrora estrella de la TV que tartamudea constantemente cuando no actúa) y Cliff (rudo, problemático pero también despreocupado) son un dúo memorable, divertidísimo y en cuya amistad recae buena parte del núcleo emocional del filme.
Pero, a todo esto, ¿qué tienen que ver con Tate, Charles Manson (Damon Herriman, quien aparece en sólo una escena) y los numerosos súbditos de este último (interpretados por actores como Austin Butler, Lena Dunham y Harley Quinn Smith)? El encuentro circunstancial entre Cliff y una chica hippie de la familia Manson (Margaret Qualley como la precoz Pussycat) da paso a una interacción que incluso nos lleva hasta el Spahn Movie Ranch (Bruce Dern, delirante como el anciano George Spahn), donde el personaje de Pitt se da cuenta que poco queda de cuando filmaba ahí Bounty Law porque el tiempo pasa rápido y las nuevas generaciones se han adueñado del lugar. Pero más que otra cosa, este y otros detalles que en su momento parecen que sólo dan color a un personaje o a una escena, están perfectamente pensados para que tengan efecto en el clímax.
Aquí vale la pena detenerse un poco para tener en cuenta el momento de la carrera de Tarantino en el que ha llegado su noveno largometraje. Había una vez… en Hollywood, efectivamente, aborda “el fin de una era” en varios sentidos dentro de su metraje, pero también significó la primera película de QT desde que los escándalos del depredador sexual Harvey Weinstein provocaron el fin de otra era. Señalado por no haber hecho algo más al respecto, por el accidente que Uma Thurman tuvo durante la filmación de Kill Bill(2003-2004), aunado a que anteriormente Los 8 más odiados (su gran apuesta en 70mm en plena era del cine que tanto desprecia: el digital) tuvo una fría recepción en taquilla y con los votantes de la Academia, no es nada descabellado pensar que este fue uno de los periodos más complicados en la carrera de Tarantino.
Entonces, ¿será que la voz de Rick Dalton –casi llorando en presencia de una precoz actriz de método (la genial Julia Butters de sólo 10 años de edad) que también es parte de la serie western Lancer– expresando lo difícil que es sentirse día tras día menos relevante provenga directamente del sentir de QT? No lo sabemos con exactitud, lo que sí es un hecho es que Rick da eventualmente una intensa actuación que deja satisfecho al director de Lancer(Nicholas Hammond como Sam Wanamaker) y que es catalogada como “la mejor actuación que he visto en mi vida” por la niña actriz, no sin antes desplomarse, batallar por recordar sus diálogos, hacerle frente a su alcoholismo y amenazarse a sí mismo (todas estas secuencias aunque no lo parezcan, son un deleite total y divertido en las manos de Tarantino y DiCaprio). “You’re Rick fucking Dalton, don’t you forget it” le había dicho Cliff a su mejor amigo Rick para animarlo en un momento complicado; por su parte, Tarantino parece recordarse a sí mismo “you’re Quentin fucking Tarantino” antes de deleitarnos con un clímax tan brutal como sorpresivo e hilarante que de igual forma funciona como una suerte de declaración de principios.
Sin llegar a los spoilers masivos de este desenlace, QT evoca el revisionismo histórico de Bastardos sin gloria(Inglourious Basterds, 2009) y, al mismo tiempo, hace alusión a la controversia que lo ha perseguido desde 1992, particularmente desde que en Perros de reserva el psicópata Mr. Blonde bailaba al ritmo de Stealers Wheel antes de torturar, cortarle la oreja e intentar quemar vivo a un policía. Como mencioné, detalles de los actos previos, de las escenas de convivencia con los personajes, de una de las películas dentro de la película, se conjugan de manera perfecta para un despliegue de la esencia más escandalosa del cine de Tarantino: violencia explícita que no provoca otra cosa más que goce y satisfacción absoluta (ver Había una vez… en Hollywood con el público correcto, en una sala abarrotada, es una experiencia que revive la “magia” de la pantalla grande).
En la época de los cuestionamientos de los supuestos progresistas, me parece que no es coincidencia que en un par de ocasiones ciertos personajes hippies denigran el trabajo de los actores, porque –parafraseándolos– mientras ellos pretenden matar para entretener, gente real está muriendo en Vietnam, o porque mientras ellos disfrutan de su dinero y viven en casas de lujo en Hollywood, su influencia violenta y negativa ha quedado impregnada en la sociedad. Pero en Había una vez… en Hollywood, a pesar de cualquier tipo de controversia o acusación, QT se es fiel a sí mismo, a la esencia de su cine; para él los actores no son sino héroes que pueden cambiarlo todo, incluso una historia fatídica, al menos mientras la sala se mantiene oscura y los cuentos de hadas son proyectados. Había una vez… en Hollywood es fácilmente el mejor filme de Tarantino en una década, para disfrutarse una y otra vez como otras de sus obras mayores.
El ambiente suburbano americano suele estar asociado con imágenes que representan normalidad y tranquilidad: el vecino podando su jardín o sacando al perro, los repartidores cumpliendo con sus rutinas, o los infantes jugando sin ninguna preocupación en las calles. Pero la noción de que estos lugares esconden algo turbio y no se escapan de ser parte del lado podrido de la sociedad también es familiar.
Tras demostrar su amor por el cine de los años ochenta con su primer largometraje Turbo Kid(2015) –una sangrienta reimaginación de cómo veían el futuro post-apocalíptico los filmes de aquella época–, RKSS (François Simard, Anouk Whissell y Yoann-Karl Whissell) regresa con Verano del 84 (Summer of 84, 2018), la cual deja en claro ya desde el título que la mencionada década es una obsesión que este colectivo de directores no piensa detener pronto.
En esta ocasión los miembros de RKSS –quienes crecieron en la provincia de Quebec, Canadá precisamente durante los ochenta– tienen como escenario un suburbio de Oregon, Estados Unidos, así asumiendo una vez más sus influencias. Verano del 84 va en línea con homenajes recientes a esas clásicas historias coming-of-age protagonizadas por un grupo de adolescentes que se ven envueltos en una aventura, usualmente con tintes fantásticos o de horror, que cambiará por completo el curso de su cotidianidad. En lo que va de la presente década, cintas como Super 8 (2011) de J.J. Abrams y, por supuesto, la popular serie Stranger Things de los hermanos Duffer y la exitosa adaptación de Eso (It, 2017) dirigida por el argentino Andy Muschietti, han traído de vuelta el espíritu del cine ochentero que venía firmado por los legendarios Steven Spielberg, Stephen King, Joe Dante, John Carpenter, entre otros.
En ese sentido, RKSS y los guionistas Matt Leslie y Stephen J. Smith le dan su propia variación a un escenario por demás conocido: durante el tradicional descanso veraniego, un jovencito (Graham Verchere) que reparte periódicos en el vecindario comienza a sospechar que su vecino, un policía local (Rich Sommer), está detrás de la misteriosa desaparición de varios niños; es así que nuestro protagonista decide encaminar a sus tres mejores amigos (Judah Lewis, Caleb Emery y Cory Gruter-Andrew) y a su eventual interés romántico (Tiera Skovbye), a una investigación detectivesca, convencido de que ha encontrado al responsable de los terribles sucesos.
Verano del 84 no esconde las referencias directas al padre del blockbuster moderno e incluso lo menciona por nombre (como en Super 8, aquí el protagonista tiene un gusto por filmar y sueña con ser el próximo Spielberg); también hay tiempo para esas secuencias clásicas del relato coming-of-age que exponen tanto la diversión inherente de esa etapa como los conflictos que yacen bajo la superficie. Aunque la clave de Verano del 84 está en su vibra hitchcockiana e intriga propia de una sospecha que podría no ser más que eso. Evidentemente otra influencia para RKSS fue The ‘Burbs (1989) de Joe Dante, en la que los nuevos vecinos extranjeros rompen con la normalidad de una cuadra suburbana debido a su excéntrico comportamiento, eventualmente provocando que los protagonistas (Tom Hanks, Rick Docummun y Bruce Dern) sospechen que han cometido un asesinato y enterrado el cadáver en algún lugar de su jardín o dentro de su tenebrosa casa.
Verano del 84 tiene una trama similar, aunque si The ‘Burbs cuenta con mucha comedia y grandilocuencia –un gag constante en la cinta de Dante es que los tres adultos actúan justo como niños en medio de una aventura–, la segunda película de RKSS toma otro rumbo, más sutil y apegado al terror puro. Su brutal y brillante desenlace llega a territorios raramente explorados por los filmes coming-of-age, abriéndole la puerta a un trauma psicológico que difícilmente podrá ser borrado; es el fin absoluto de la tranquilidad suburbana y adolescente. Todo esto evita que Verano del 84 sea un mero pastiche y la convierte en una de las mejores cintas de género de 2018.