Por Eric Ortiz García (@EricOrtizG)
Una de las escenas más icónicas de Apostle (2018), la primera película de Gareth Evans desde la secuela The Raid 2 (Serbuan Maut 2: Berandal, 2014), es un flashback con el protagonista Thomas Richardson (Dan Stevens) observando desde el suelo la quema de una cruz, un momento definitivo en su pasado que provocó un distanciamiento de sus creencias religiosas y lo hizo cuestionar la existencia de un Dios protector. Violentado y con un sentir de abandono, Thomas eventualmente perdió contacto con su familia, hasta que un aliado de su padre lo hace ver que él es la única esperanza de su querida hermana (Elen Rhys), quien ha sido secuestrada por un culto que vive en una remota isla y se rige bajo sus propias reglas, alejados del rey, con una diosa particular, y liderados por el supuesto profeta Malcolm (Michael Sheen).
Apostle sigue la estructura de esas cintas, como el clásico de culto británico The Wicker Man (1973), donde un personaje foráneo se adentra al ambiente de una comunidad diferente, la cual aparenta vivir en completa armonía y paz (además de que en ambos filmes se hace énfasis en la importancia de una buena cosecha), aunque ciertamente algo oscuro yace bajo la superficie; en este caso literalmente cuando, por ejemplo, vemos cómo una criatura devora la sangre que gotea desde el piso de arriba en una casa.
Por momentos, Apostle es menos enigmática que The Wicker Man y expone la hipocresía de los miembros de este culto, quienes, ante la falta de recursos, pueden secuestrar a una joven y buscar cobrar el rescate o bien, que pueden matar a sangre fría si sospechan que alguien del exterior ha logrado infiltrarse en su isla. Con el director de ese épico díptico de acción The Raid (Serbuan Maut, 2011) y The Raid 2 al mando, no es sorpresa que Apostle cuenta con una buena dosis de violencia, aunque en esta ocasión la brutalidad es de otra naturaleza.

Evans pone atención en los personajes más inocentes de la isla, como las hijas de los hombres que están al frente del culto (entre ellos el cruel personaje de Mark Lewis Jones), y así logra situaciones que reafirman de una manera contundente que Malcolm y varios de sus seguidores se han convertido en verdaderos monstruos aislados de la sociedad, literal y figurativamente. Si bien es un filme de época que se desarrolla a principios del siglo XX, Evans no escatima a la hora de mostrar el dolor provocado por instrumentos de tortura que bien podrían ligarse a la inquisición.
Todo esto para el foráneo Thomas funciona como un violento recordatorio de ese momento en el que la cruz fue derrumbada, aunque la locura en Apostle nunca se detiene y nuestro héroe atestiguará una realidad que nunca se imaginó y de la que no habrá marcha atrás. Así, estamos ante una adición al fantástico por parte de Evans, con tintes de terror y momentos de barbaridad total, que sin duda cumple como uno de esos filmes pirados de aventura que nos adentran a un lugar recóndito y desconocido donde absolutamente cualquier cosa puede estar detrás de lo evidente.