Por Eric Ortiz García (@EricOrtizG)
El cine de género históricamente ha sido adecuado para abordar cuestiones de relevancia social. Este año, por ejemplo, una película de zombies tocó el tema del colonialismo y las reservas indígenas en Canadá (Blood Quantum, de Jeff Barnaby). Ahora un filme de vampiros aborda la gentrificación, específicamente del Bronx en Nueva York. Estoy hablando de Vampiros vs. el Bronx (Vampires vs. the Bronx, 2020), que recientemente se estrenó vía Netflix.
Mientras otras películas de género son sutiles en sus metáforas, Vampiros vs. el Bronx no podría ser más directa. En su primera secuencia, vemos a Zoe Saldana como la dueña dominicana de un salón de belleza que está a punto de cerrar el negocio de su vida, o eso parece: una compañía de bienes raíces compra su propiedad por una suma importante de dinero, éste le permitirá salir del barrio con rumbo a un mejor nivel de vida en los suburbios. No obstante, la compañía es una tapadera, detrás de ella está un grupo de vampiros asesinos, quienes desean convertir al Bronx en su nuevo nido.
Es evidente el comentario sobre la realidad histórica del Bronx, lugar de minorías, sobre todo latinos y negros. Los vampiros antagonistas eligieron ese distrito porque es más fácil desaparecer a personas olvidadas por la sociedad. Vampiros vs. el Bronx no deja de señalar lo que sin duda ha infestado sitios peligrosos como éste: pandillas, armas y drogas, única “salida” de incontables jóvenes afroamericanos.

Fácilmente se podría conectar a Vampiros vs. el Bronx con filmes que mezclan el terror con problemas sociales, como la brutal Tales from the Hood (1995) –producida por el mismísimo Spike Lee–, o la sumamente infravalorada The Transfiguration (2016), sobre vampirismo pero anclada en la realidad y protagonizada por un niño afroamericano del gueto. Sin embargo, Vampiros vs. el Bronx no tiene el mismo tono de estas otras producciones. Más bien es una aventura protagonizada por unos chavitos del Bronx (uno dominicano, Jaden Michael; otro puertorriqueño, Gregory Diaz IV; y uno afroamericano, Gerald Jones III), quienes al principio quieren organizar una bloc party para salvar la tienda de abarrotes de su amigo Tony (The Kid Mero), a quien le han subido la renta. Son los primeros en notar la “invasión” de los blancos en su barrio y que son en realidad vampiros, aunque nadie les cree obviamente, con excepción de una chica de origen haitiano (Coco Jones), quien les ayudará en su lucha contra los colmilludos villanos.
Si bien Vampiros vs. el Bronx tiene particularidades inherentes a las culturas que representa en pantalla (¿habrá otra película americana de vampiros con música latina y referencias al pelotero dominicano Sammy Sosa?), también es muy genérica. Es una buena introducción al subgénero de los vampiros para los más pequeños gracias a sus referencias obvias: la compañía de bienes raíces se llama Murnau, los protagonistas ven un DVD de Blade (1998) y luego se sienten Wesley Snipes. Todo lo relacionado al clásico mito vampírico (la función de los ataúdes, del ajo, del agua bendita, etc.) da la sensación de ser una guía para principiantes.
Prometedoras subtramas con puntos relevantes aunque sin gran desarrollo –cuando se unen invasores blancos (en específico el personaje de Shea Whigham) y thugs, las dos amenazas para los infantes; o cuando la mamá de uno de los protagonistas se dispone a vender y salir del Bronx para que su hijo no tenga el mismo destino funesto del padre–, nos indican que, por encima de esa crítica social, el núcleo de Vampiros vs. el Bronx es simplemente la misión de los “pequeños Blade”. Esta aventura tiene momentos genuinamente divertidos (si bien Method Man como el cura del barrio pudo ser memorable y no pasa mucho con él), vampiros cuyo look noventero/dosmilero no logra ser terrorífico ni cool, y un mensaje feel good que resalta la comunidad y resistencia. Vampiros vs. el Bronx es una película inocua, perfecta para que los niños la pasen bien.