Fantastic Fest 2018: SUSPIRIA, la película de terror del año

Por Eric Ortiz García (@EricOrtizG)

Situada en 1977, obvia referencia al año de estreno de la magistral cinta de Dario Argento en la que está basada, la Suspiria (2018) del italiano Luca Guadagnino usa la premisa original, respetando incluso los nombres de las protagonistas: Susie (Dakota Johnson, de presencia tan vulnerable como poderosa) es una jovencita americana que viaja hasta Berlín, Alemania con el deseo de enrolarse en una academia de baile, donde conoce a su compañera Sara (Mia Goth), quien eventualmente indagará en los misteriosos sucesos que en su momento llevaron a otra joven bailarina, Patricia (Chloë Grace Moretz), a abandonar el lugar repentinamente.

Si bien la trama inicial es esencialmente una calca de la película protagonizada por Jessica Harper, basta una rápida comparación entre las secuencias que muestran el arribo a Berlín de Susie para darnos cuenta que Guadagnino, acertadamente, no está interesado en intentar replicar el estilo único de Argento. Un sentir enigmático, una paleta de colores que le brinda tonos rojizos, amarillos y verdes a, por ejemplo, la lluvia, y el casi omnipresente y estridente score de Goblin, se vuelve algo mucho más mundano, filmado con rápidos zoom-ins como de antaño, y sin la saturación de color icónica de la versión setentera. 

En general, el remake de Suspiria no ocupa ese tono onírico de la original y, de hecho, desde sus primeros capítulos se siente como una invitación a mirar lo que sucede en el “mundo secreto” que yace bajo la superficie de la academia de baile, un mundo donde se esconde -como el personaje de Grace Moretz le advierte a su psicólogo alemán desde la primera secuencia del filme- un “coven” de brujas.

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El camino que toma el guionista americano David Kajganich evapora pronto el misterio respecto a la academia de baile; si en la original Argento traía, por ejemplo, elementos del giallo para sugerir que quizá había un asesino detrás de los extraños y sangrientos sucesos, y las referencias directas a la brujería no llegaban hasta la segunda hora, el encanto del filme de Guadagnino no tiene que ver con la revelación de este secreto sino con la exposición de las interacciones entre las brujas lideradas por Madame Blanc (Tilda Swinton, de perfecta interpretación), sus procesos para tomar decisiones, su relación con el mundo exterior, y sus rituales ligados a la danza. 

Decir que la Suspiria de 2018 no tiene en la mayoría de su metraje el estilo de la de 1977 es cierto, pero también lo es que, a su manera, es igualmente un deleite visual absoluto. Guadagnino explora el elemento del baile, le da peso como nunca lo hizo Argento y en la primera secuencia deslumbrante de su cinta, conjuga la intensidad de los pasos de Susie con el terror inherente al “coven”. Al final, Guadagnino nos deleita con algunos montajes oníricos e incluso con un hermoso clímax donde satura la pantalla de color rojo, ahora sí evocando al mismísimo Argento; pero su versión nunca deja de arriesgar al ser más explícita y brutal (aunque también con un toque de humor negro), y al expandir y depender en mayor medida de la narrativa. 

El guión asume como trasfondo parte de la historia de Alemania (Segunda Guerra Mundial, el Holocausto y la división entre Berlín Oriental y Occidental), y, sobre todo, cambia totalmente el significado del personaje de Susie, de su deseo de ir a Berlín, y de la llamada Madre Suspiriorum, para un efecto memorable. De este manera, el director Guadagnino y el guionista Kajganich entendieron a la perfección que filmar una nueva versión de un clásico de culto cinematográfico y no proponer algo diferente, en cuestión de estilo, historia y temas, era la mayor trampa en la que podían quedar atrapados. No sólo salieron bien librados sino que su Suspiria es, muy probablemente, la cinta de terror del año.