SXSW 2021: CLERK, una celebración del ícono pop Kevin Smith

Por Eric Ortiz García (@EricOrtizG)

En 1992 un joven oriundo de Nueva Jersey, Estados Unidos, viajó hasta Vancouver, Canadá para estudiar cine y perseguir su sueño. Desde pequeño, su papá le inculcó amor por el séptimo arte. Luego una cinta en particular, Slacker (1990) de Richard Linklater, le cambió la vida, porque lo convenció de poder hacer sus propias películas con pocos recursos. El nombre de Kevin Smith fue introducido al mundo del cine de la mano del Festival de Sundance en 1994. Sin haber completado sus estudios cinematográficos, Smith escribió su ópera prima, Clerks (1994), la cual filmó principalmente en una tienda de conveniencia en Nueva Jersey, donde el cineasta debutante trabajaba. Con elementos memorables e hilarantes, Clerks cautivó a los críticos y fue vital para la siguiente generación: si Slacker influyó a Smith; Clerks hizo lo propio, entre otros, con Jason Reitman (Gracias por fumar, Juno). 

Enmedio del éxito de una nueva ola de cine independiente americano, Smith y Scott Mosier –productor de todo su trabajo, de Clerks a Zack y Miri hacen una porno (Zack and Miri Make a Porno, 2008)– apadrinaron a otros cineastas como el canadiense Malcolm Ingram. 

Juntos produjeron la ópera prima de Ingram, Drawing Flies (1996), codirigida por Matt Gissing. Es sobre un grupo de slackers que, sin dinero ni ganas de conseguir empleo, emprenden un viaje por una zona boscosa, supuestamente rumbo a la cabaña del tío del protagonista, Donner (Jason Lee), quien le ocultó a sus amigos su verdadera intención: motivado por una extraña visión, decidió ir tras la pista del Sasquatch (el mismísimo Pie Grande). Además de Lee, en Drawing Flies aparecen otras caras conocidas como Jason Mewes, Renee Humphrey, Carmen Llywelyn, Joey Lauren Adams y el propio Smith, en un cameo como Silent Bob. Es considerada una suerte de puente entre Mallrats (1995) y Chasing Amy (1997), Smith vio cualidades en Lee para hacer una parte más dramática. 

Ingram saltó al cine documental eventualmente. Smith y Mosier continuaron brindándole confianza y estuvieron involucrados en la producción de Small Town Gay Bar (2006), donde Ingram exhibe la importancia de varios bares gay como espacios seguros para la comunidad LGBT en el estado de Mississippi, donde la homofobia es terriblemente evidente. 

Recientemente dirigió Phantom of Winnipeg (2019), documental que se pregunta ¿por qué la película de culto El fantasma del paraíso (Phantom of the Paradise, 1974), de Brian De Palma, originalmente fracasó en todos lados excepto en Winnipeg? La pandemia del COVID-19 lamentablemente afectó los planes de distribución y tenemos que seguir esperando para verlo. 

El nuevo documental de Malcolm Ingram, estrenado en SXSW 2021, se enfoca en la vida de su colega y amigo Kevin Smith. Clerk (2021) abarca los primeros 25 años de la carrera del héroe del cine independiente, desde su debut hasta Jay and Silent Bob Reboot (2019), la cual ya había sido una celebración total del View Askewniverse (el universo compartido de Smith, Mewes y compañía). Smith casi perdió la vida a los 47 años tras un infarto a principios de 2018. Tanto Jay and Silent Bob Reboot como Clerk tienen una carga emocional importante, con un Smith reflexivo que se detiene para mirar hacia atrás. 

Clerk revela una carrera peculiar, con trabajos personales inmediatamente aclamados (Clerks, Chasing Amy), la polémica Dogma (1999), fracasos taquilleros (Mallrats, Jersey Girl, Zack y Miri hacen una porno), secuelas/remakes (Clerks II, Jay and Silent Bob Reboot), un solitario trabajo por encargo (Cop Out) y, claro, unas curvas extrañas y divisorias (Red State, Tusk: En un lugar de Canadá…, Yoga Hosers). Smith asegura haber buscado siempre la exitosa película de los $100 millones de dólares en taquilla. Mallrats, su primer trabajo de estudio, en teoría iba a conseguir ese nivel, sin embargo se quedó muy lejos: le faltaron $98 millones de dólares, recuerda Smith provocando risas cómo es su costumbre. 

Todo artista con una trayectoria tan larga ha tenido momentos difíciles. Los fracasos, vistos en retrospectiva, suelen ser importantes para lograr esa longevidad. Smith afirma en Clerk que de haber sido sólo cineasta su carrera habría terminado hace muchos años. Fue pionero en crear comunidad con sus fans por medio de Internet –les vendió, por ejemplo, pósters arrumbados tras la decepción taquillera de Mallrats–, consolidó su figura poco a poco. Conversatorios, podcasts, cómics (acompañados de una famosa tienda), libros, caricaturas, juguetes, una liga de hockey callejero y hasta cigarros de mariguana… hoy día, el nombre de Kevin Smith está inmerso en la cultura pop. Y, en el cine, puede filmar cualquier debraye –Tusk: En un lugar de Canadá… (Tusk, 2014) surgió de un podcast con altas dosis de THC– y probar métodos diferentes, como los roadshows para llevar las películas a sus seguidores. 

El documental Clerk –que incluye música de Bruce Springsteen y entrevistas con familiares, colaboradores (Ben Affleck y Stan Lee incluidos) y otras personalidades ligadas a Smith (¡Linklater en plan burlón se roba el show!)– será irresistible para esta legión de fanáticos. Antes de su estreno mundial en el SXSW, platiqué con su director. 

Cinema Inferno (CI): Cuéntanos sobre tu relación con Kevin Smith.

Malcolm Ingram (MI): Lo conocí en 1994, yo trabajaba en la revista Film Threat, él estaba en el circuito de festivales con Clerks. Fue en el Festival de Toronto, en un restaurante francés de lujo… aunque él ordenó hotcakes. Nos llevamos bien inmediatamente, esencialmente éramos dos gordos que crecimos amando a Prince y a los Talking Heads. Hablamos el mismo lenguaje, por eso nos hicimos amigos. 

Gracias a Clerks obtuvo un trato para hacer dos películas de $40 mil dólares. Terminamos haciendo una de ellas: Drawing Flies, que él produjo. Es como un hermano.

CI: ¿Cómo se originó el documental?

MI: Estábamos en Sundance, vimos el maravilloso documental Richard Linklater: Dream Is Destiny (2016). Después de la función le dije: “si vamos a hacer un documental sobre ti, tengo que hacerlo yo”. Eventualmente llegó el momento, empezamos a filmar durante el aniversario 25 de su carrera, una fecha especial. 

Sentí que podía contar la historia de manera correcta, fue complicado porque soy un documentalista que aborda cuestiones queer y sociales, valoro mi integridad. No quería un documental masturbatorio. Quería hacerle justicia al tema por los fans; si bien deseo que esta película llegue al mayor número posible de personas, sé que la audiencia más importante son los fans de Kevin. Ellos han invertido mucho de su tiempo, amor y pasión en él. Ahora es generacional, mamás y papás le presentan las películas de Kevin a sus hijas e hijos. No quería decepcionar a esa gente.

CI: ¿Cómo te aproximaste a la trayectoria del protagonista?

MI: Esencialmente es una cronología. Pudimos filmar más, pero la cosa con el cine documental es que debes estar cómodo con retirarte y decir “he contado la historia que quería”. La culminación de su 25 aniversario fue filmar Jay and Silent Bob Reboot, entonces quería compendiar ese período. Ojalá dentro de 25 años alguien más haga otro documental sobre Kevin partiendo de Jay and Silent Bob Reboot

CI: ¿Cómo recuerdas el cine americano independiente de los 90?

MI: Los 90 fueron increíbles. Trabajé en el Festival de Toronto desde 1990, me encargaba de los pósters de películas. Conocí a Quentin (Tarantino), él quería todos los pósters de John Woo y yo, que era fan de este director, tenía algunos. Entonces me hice amigo de Quentin antes de ver Perros de reserva (Reservoir Dogs, 1992). Cuando la vi, estaba en la misma fila con Quentin, Harvey Keitel y Michael Madsen. La gente que hoy ve Perros de reserva sabe de antemano que es grandiosa, pero verla en el cine sin referencias: ¡wow!  Los 90 fueron notables para el cine en ese sentido, luego tienes también a Paul Thomas Anderson, a Doug Liman con Go (1999).

Soy un bebé de los 70 que maduró en los 90, entonces esas épocas son la piedra angular. Los 90 fue la última vez que la gente no era indiferente, había responsabilidad social. El grunge, Kurt Cobain, estos tipos pensaban y sentían, eran muy conscientes de las cuestiones importantes como los derechos de las mujeres y de los homosexuales. El 9/11 fue un balde de agua fría, la actitud cambió. Pero antes, tan sólo en el cine, fue una época notable y el trabajo de Kevin es una parte muy importante. Ser testigo de esto fue un privilegio y una experiencia increíble. 

CI: Kevin nunca ha logrado un éxito de taquilla masivo, sí una carrera longeva. ¿Qué piensas de este tipo de artistas?

MI: La carrera de Kevin ha sido una montaña rusa, de verdad. Clerks fue un éxito y Mallrats fue un fracaso abismal. Luego Chasing Amy fue exitosa, mientras que Jersey Girl (2004) fue un fracaso rotundo. 

Jersey Girl es un filme grandioso, el corte original antes de que tuvieran que cortar un montón de escenas con J.Lo (Jennifer Lopez). Esto fue por todo el asunto “Bennifer”, a la gente no le gustaba el concepto de J.Lo y Ben Affleck juntos. Ella es una actriz fenomenal. Básicamente fue una película destrozada por actitudes de mierda. Como amigo de Kevin, la gente espera que diga algo así, pero no hombre, yo sé identificar una película de mierda, yo he hecho películas así. Ojalá algún día se pueda ver la versión original de Jersey Girl.

La gente odió Mallrats, los hizo enojar. Mallrats no cambió, sí la actitud de la gente. En su momento Kevin estaba haciendo una película para Universal, se decía que podía ser un éxito al nivel de Animal House (1978), que lo iba a cambiar todo y fracasó. Ahora Mallrats es probablemente la primera película de Kevin que el público ve, le ha dado mucho. Es tan extraño, Mallrats siempre fue divertida, genial, y es interesante pensar que hubo una época en la que la gente la odiaba. 

CI: Kevin se convirtió en un ícono de la cultura pop. ¿Qué piensas de esto?

MI: Kevin siempre dice que él mismo es el fan más grande de Kevin Smith. Cuando llegó el Internet se dio cuenta que la gente quería hablar de sus películas y eso le encantó. Kevin inició el View Askew Board, donde la gente le podía hacer preguntas de su trabajo. Él era feliz, siempre le dio la bienvenida a ese tipo de acercamiento. Antes de eso hablarle a tus fans era considerado bajo, todos estaban por encima de sus fans. Pero a Kevin le ha gustado comunicarse con ellos desde el primer día. Son incontables las veces que he presenciado a personas que lloran cuando lo conocen. Es increíble el profundo impacto que su trabajo ha tenido en la gente. Me hace sentir orgulloso.

CI: ¿Cuáles son las películas esenciales de Kevin Smith?

MI: Si vas a entrar al mundo de Kevin, debes empezar con Clerks. Yo seguiría la cronología, les aseguro que no se van a aburrir, aunque quizás se enojen. Su trabajo es variado, si bien ha creado un mundo, ha abordado relaciones amorosas –incluso homosexuales–, sexualidad, religión, política. Y ha tomado direcciones muy interesantes, como Red State (2011), ¿quién lo hubiera pensado? Me encanta esa película, es fantástica. Tusk: En un lugar de Canadá… es jodidamente loca, pero yo y muchas otras personas pensamos que es grandiosa. Es una filmografía muy divertida y entretenida.

CI: ¿Cómo recibiste la noticia de su infarto?

MI: Fue aterrador. Debía tomar un vuelo a Los Ángeles al día siguiente, pero recibí un mensaje del socio de Kevin. Cuando desperté todo había terminado, estaba bien. Todos los amigos de Kevin revisamos Twitter, incluso antes de contactarlo, sabíamos que él iba a reaccionar en Twitter y lo hizo: desde la cama del hospital mandó un tweet. Tenemos una parte de esto en la película. Es la naturaleza de Kevin.

Kevin ha cuidado seriamente su salud desde ese momento. Mucho se debe a su hija Harley Quinn Smith, quien básicamente lo obligó a seguir una dieta vegana. Basta verlo, luce sano. Le costó mucho trabajo pero lo logró. Estoy orgulloso, ese infarto le cambió la vida.

CI: ¿Cuál será el legado de Kevin Smith?

MI: Su trabajo es su legado. Lo grandioso de Kevin es que su voz sale a relucir en su trabajo. Nos ha dejado una obra variada, interesante, que refleja los tiempos y las actitudes. Kevin ha conmovido a mucha gente. 

En esta industria es difícil quedarse por mucho tiempo. Algunos llegan y se van, algunos regresan. Kevin Smith perduró.

HABÍA UNA VEZ… EN HOLLYWOOD: El mejor filme de Quentin Tarantino en una década

Por Eric Ortiz García (@EricOrtizG)

Quentin Tarantino afirmó, en una entrevista, que Bill Clark –asistente de dirección y parte de su crew de confianza desde los años noventa– le comentó después de leer el guión de Había una vez… en Hollywood (Once Upon a Time… in Hollywood, 2019): “Hay un poco de todas tus películas combinado”. Siguiendo con esa noción, aunado a que el influyente cineasta insiste que se trata de su penúltimo filme, Tarantino definió Había una vez… en Hollywood como “el clímax” de su carrera, justo antes de lo que será “el epílogo”.

Quizá lo más obvio a señalar es que Había una vez… en Hollywood representa el mayor homenaje al cine, la televisión y a sus artesanos dentro de toda la filmografía tarantiniana, que ya incluía a un policía que se preparaba para infiltrarse al mundo criminal como si fuese un actor antes de su audición más importante (Mr. Orange en Perros de reserva), a la esposa de un jefe gansteril que protagonizó un poco exitoso programa piloto de televisión (Mia Wallace en Tiempos violentos), a un stuntman convertido en asesino serial de mujeres (Stuntman Mike en A prueba de muerte), a una joven judía que encontraba refugio en un cine parisino (eventual sitio del asesinato del mismísimo Führer), a un soldado Nazi cinéfilo y actor debutante, e incluso a un crítico de cine enlistado en el ejército británico (Shosanna, Fredrick Zoller y Lt. Archie Hicox, respectivamente, en Bastardos sin gloria); esto sin mencionar, claro está, una infinidad de referencias cinéfilas: de Clarence celebrando su cumpleaños con una doble función del actor japonés Sonny Chiba en La fuga (True Romance, 1993), de Tony Scott (primer guión escrito por Tarantino), al Major Marquis Warren parafraseando un diálogo proveniente de El vengador anónimo II (Death Wish II, 1982) cerca del final de Los 8 más odiados (The Hateful Eight, 2015).

En esta ocasión, los protagonistas de Tarantino son trabajadores de la industria fílmica (y televisiva) hollywoodense, la cual estaba en plena transición para 1969, a punto de experimentar la consolidación del llamado Nuevo Hollywood: tras el éxito de cintas como Bonnie y Clyde (Bonnie and Clyde, 1967) y Busco mi destino (Easy Rider, 1969), jóvenes autores como Martin Scorsese, Francis Ford Coppola, Steven Spielberg, Brian De Palma, George Lucas y Peter Bogdanovich marcarían el rumbo del sistema de estudios en la década de los setenta.

Rick Dalton (Leonardo DiCaprio confirmando que da lo mejor de sí cuando es dirigido por Scorsese o Tarantino) es un actor que varios años antes brilló en la famosa serie western Bounty Law, pero en 1969 ha fracasado en su intento por convertirse en una estrella de cine y, consecuentemente, ha sido relegado a interpretar al villano invitado en series (que sí existieron) como El Avispón Verde, The F.B.I. o Lancer. Ahora, la “salvación” de su carrera parece estar en un tipo de cine que él mismo mira con desdén: las películas de género italianas.

Por su parte, Cliff Booth (Brad Pitt dando su mejor actuación desde Bastardos sin gloria) es el doble de acción de Rick, pero ya sólo en teoría porque la carrera en declive del histrión también significa menos trabajo para este stuntman de por sí temperamental y con pésima reputación en la industria; entonces, este obrero dispuesto a arriesgar su vida por el cine y la televisión ha pasado más bien a fungir –gustosamente eso sí– como chofer y ayudante en general de su estimado amigo Rick. En contraste, los vecinos de Rick en Cielo Drive viven un momento de ensueño: Sharon Tate (Margot Robbie, sutilmente emotiva) ya es reconocida, como una de las chicas de Valley of the Dolls (1967), y acaba de protagonizar The Wrecking Crew (1968) a lado de Dean Martin, mientras que su esposo Roman Polanski (Rafal Zawierucha) es –en palabras de Rick Dalton– “probablemente el director más popular de Hollywood e incluso del mundo entero” tras el éxito masivo de El bebé de Rosemary (Rosemary’s Baby, 1968).

Había una vez… en Hollywood tiene una marcada estructura de tres actos, cada uno desarrollado en un día diferente de la vida de los protagonistas: el sábado 8 de febrero, el domingo 9 febrero y el viernes 8 de agosto de 1969. Básicamente los dos primeros capítulos enteros, así como la primera parte del último acto, están dedicados al desarrollo de los personajes. Dado que son dos actores y un stuntman de Hollywood, esto provoca que el filme sea, naturalmente, un festín tarantiniano dedicado a su gran pasión.

Si Tarantino nunca había dirigido una película dentro de una película (recordemos que fue Eli Roth quien realizó la cinta propagandística Nation’s Pride para Bastardos sin gloria), aquí el detallado trasfondo que le creó a Rick y a Cliff –está documentado que DiCaprio y Pitt tuvieron que leer hojas enteras con todos los detalles de las carreras (ficticias) de sus personajes– se refleja en pantalla con Quentin dando rienda suelta a sus deseos, contagiándonos su disfrute al recrear un show western como si fueran los años cincuenta (Bounty Law), al mostrar un momento épico de un filme de Dalton (The 14 Fists of McCluskey, donde lo vemos despachar a varios Nazis con un poderoso lanzallamas), y al ahondar en toda una mitología sobre la eventual estancia de Rick y Cliff en Italia, que ocurre de la mano del nuevo agente/productor del actor, Marvin Schwarzs (el legendario Al Pacino, de actuación reducida pero memorable y graciosa).

De igual forma, Tarantino logra algo muy curioso al insertar a Rick Dalton en secuencias de cintas ya existentes: Moving Target (Bersaglio mobile, 1967) de Sergio Corbucci (para ejemplificar su paso por Italia) o la obra maestra El gran escape (The Great Escape, 1963) de John Sturges (para remarcar que Dalton nunca pudo llegar al nivel de estrellato fílmico de Steve McQueen). En el caso de Cliff, caben hilarantes flashbacks que nos llevan a anécdotas que involucran a Bruce Lee (Mike Moh de caracterización perfecta) en el set de El Avispón Verde; mientras que por medio de Tate y Polanski, Tarantino recuerda el rock ‘n’ roll puro de Deep Purple y luego se adentra a la Mansión Playboy para esa mirada al momento cumbre de una figura en Hollywood, pero también nos entrega una singular y cálida secuencia en la que Tate acude a un cine a ver The Wrecking Crew y sonríe constantemente al atestiguar cómo su trabajo conecta con la audiencia.

Con esto último nos podemos ligar a un aspecto esencial de Había una vez… en Hollywood: durante ¾ del metraje es una hangout movie donde, más que seguir una trama definida desde el principio, simplemente se convive con los personajes. Aún más atípico dentro del trabajo de QT y que la diferencia de otras de sus hangout movies como Tiempos violentos (Pulp Fiction, 1994), Jackie Brown: La estafa (Jackie Brown, 1997) y A prueba de muerte (Death Proof, 2007): las secuencias de convivencia con los personajes que carecen de diálogos, un recurso que sin duda ha sido sello de la casa desde la primera escena de Perros de reserva (Reservoir Dogs, 1992). El ya mencionado momento con Sharon Tate disfrutando de The Wrecking Crew (dato curioso: Tate entra al cine cuando está pasando el tráiler de C.C. & Company, mismo que fue proyectado en celuloide en el pre-show del New Beverly Cinema), o bien un magistral seguimiento a Cliff Booth mientras maneja velozmente su Karmann Ghia desde una zona exclusiva (donde está ubicada la casa de Rick), pasando por varias partes de una ciudad de Los Ángeles reconstruida minuciosamente para transportarnos a otra época (atención no sólo con la predeciblemente notoria selección musical sino también con los sonidos de la radio), hasta un freeway y luego un remoto autocinema ya evidentemente a las afueras de Hollywood, donde Cliff vive en una casa rodante con su pitbull Brandy (Sayuri, perrita que fue premiada merecidamente con el Palm Dog Award en Cannes).

Por si fuera poco, Tarantino cierra esta secuencia única con una maravillosa interacción entre Cliff y la pitbull, filmada con total precisión, con sus característicos close-ups, llena de detalles (QT ha creado ahora su propia marca de comida para perros, por ejemplo), color y esa humanidad del personaje aún cuando se trata de un stuntman bastante pirado que sabe repartir madrazos y que quizá cometió un terrible crimen en el pasado.

En ese tenor, el del aspecto humano, ni qué decir de Rick Dalton, uno de esos grandes personajes con el que es fácil conectar. Su interacción con Pacino, por ejemplo, es tanto un puñado de referencias al cine y al amor que el propio Tarantino tiene por ver copias en celuloide en su sala privada, como la confirmación de que (triste e inevitablemente) su tiempo de gloria se está quedando poco a poco en el pasado. Como buddy movie, porque ciertamente hay mucho de esto, Rick (el otrora estrella de la TV que tartamudea constantemente cuando no actúa) y Cliff (rudo, problemático pero también despreocupado) son un dúo memorable, divertidísimo y en cuya amistad recae buena parte del núcleo emocional del filme.

Pero, a todo esto, ¿qué tienen que ver con Tate, Charles Manson (Damon Herriman, quien aparece en sólo una escena) y los numerosos súbditos de este último (interpretados por actores como Austin Butler, Lena Dunham y Harley Quinn Smith)? El encuentro circunstancial entre Cliff y una chica hippie de la familia Manson (Margaret Qualley como la precoz Pussycat) da paso a una interacción que incluso nos lleva hasta el Spahn Movie Ranch (Bruce Dern, delirante como el anciano George Spahn), donde el personaje de Pitt se da cuenta que poco queda de cuando filmaba ahí Bounty Law porque el tiempo pasa rápido y las nuevas generaciones se han adueñado del lugar. Pero más que otra cosa, este y otros detalles que en su momento parecen que sólo dan color a un personaje o a una escena, están perfectamente pensados para que tengan efecto en el clímax.

Aquí vale la pena detenerse un poco para tener en cuenta el momento de la carrera de Tarantino en el que ha llegado su noveno largometraje. Había una vez… en Hollywood, efectivamente, aborda “el fin de una era” en varios sentidos dentro de su metraje, pero también significó la primera película de QT desde que los escándalos del depredador sexual Harvey Weinstein provocaron el fin de otra era. Señalado por no haber hecho algo más al respecto, por el accidente que Uma Thurman tuvo durante la filmación de Kill Bill (2003-2004), aunado a que anteriormente Los 8 más odiados (su gran apuesta en 70mm en plena era del cine que tanto desprecia: el digital) tuvo una fría recepción en taquilla y con los votantes de la Academia, no es nada descabellado pensar que este fue uno de los periodos más complicados en la carrera de Tarantino.

Entonces, ¿será que la voz de Rick Dalton –casi llorando en presencia de una precoz actriz de método (la genial Julia Butters de sólo 10 años de edad) que también es parte de la serie western Lancer– expresando lo difícil que es sentirse día tras día menos relevante provenga directamente del sentir de QT? No lo sabemos con exactitud, lo que sí es un hecho es que Rick da eventualmente una intensa actuación que deja satisfecho al director de Lancer (Nicholas Hammond como Sam Wanamaker) y que es catalogada como “la mejor actuación que he visto en mi vida” por la niña actriz, no sin antes desplomarse, batallar por recordar sus diálogos, hacerle frente a su alcoholismo y amenazarse a sí mismo (todas estas secuencias aunque no lo parezcan, son un deleite total y divertido en las manos de Tarantino y  DiCaprio). “You’re Rick fucking Dalton, don’t you forget it” le había dicho Cliff a su mejor amigo Rick para animarlo en un momento complicado; por su parte, Tarantino parece recordarse a sí mismo “you’re Quentin fucking Tarantino” antes de deleitarnos con un clímax tan brutal como sorpresivo e hilarante que de igual forma funciona como una suerte de declaración de principios.

Sin llegar a los spoilers masivos de este desenlace, QT evoca el revisionismo histórico de Bastardos sin gloria (Inglourious Basterds, 2009) y, al mismo tiempo, hace alusión a la controversia que lo ha perseguido desde 1992, particularmente desde que en Perros de reserva el psicópata Mr. Blonde bailaba al ritmo de Stealers Wheel antes de torturar, cortarle la oreja e intentar quemar vivo a un policía. Como mencioné, detalles de los actos previos, de las escenas de convivencia con los personajes, de una de las películas dentro de la película, se conjugan de manera perfecta para un despliegue de la esencia más escandalosa del cine de Tarantino: violencia explícita que no provoca otra cosa más que goce y satisfacción absoluta (ver Había una vez… en Hollywood con el público correcto, en una sala abarrotada, es una experiencia que revive la “magia” de la pantalla grande).

En la época de los cuestionamientos de los supuestos progresistas, me parece que no es coincidencia que en un par de ocasiones ciertos personajes hippies denigran el trabajo de los actores, porque –parafraseándolos– mientras ellos pretenden matar para entretener, gente real está muriendo en Vietnam, o porque mientras ellos disfrutan de su dinero y viven en casas de lujo en Hollywood, su influencia violenta y negativa ha quedado impregnada en la sociedad. Pero en Había una vez… en Hollywood, a pesar de cualquier tipo de controversia o acusación, QT se es fiel a sí mismo, a la esencia de su cine; para él los actores no son sino héroes que pueden cambiarlo todo, incluso una historia fatídica, al menos mientras la sala se mantiene oscura y los cuentos de hadas son proyectados.  Había una vez… en Hollywood es fácilmente el mejor filme de Tarantino en una década, para disfrutarse una y otra vez como otras de sus obras mayores.

KING COHEN: El maravilloso retrato de un cineasta salvaje

Por Eric Ortiz García (@EricOrtizG)

Al introducir King Cohen: The Wild World of Filmmaker Larry Cohen (2017) en Fantastic Fest 2017, el legendario guionista/director/productor Larry Cohen, quien falleció apenas el pasado 23 de marzo de 2019, dijo que filmar como lo hacía en su tiempo ya es prácticamente imposible hoy en día, sobre todo después de los atentados terroristas del 9/11. Este comentario seguramente resultó extraño para algunos –¿qué tiene que ver la filmación de una película con un atentado terrorista?–, sin embargo al ver el documental quedó claro a lo que se refería Cohen y su aserción no fue para nada exagerada.

Luego de indagar en los orígenes de Cohen –aprendemos que originalmente quería ser comediante y que luego trabajó varios años escribiendo programas de televisión– el documental de Steve Mitchell toma una ruta sencilla en cuanto a estructura, similar a lo que hicieron Noah Baumbach y Jake Paltrow en su filme sobre Brian De Palma (De Palma). Esto quiere decir que King Cohen: The Wild World of Filmmaker Larry Cohen es esencialmente un resumen que va abordando las cintas de Cohen cronológicamente, enfocándose casi exclusivamente en las producciones que dirigió, ya que su larga trayectoria como guionista pasa a segundo plano.

No se necesita más para que el resultado sea un documental extremadamente divertido, que sin duda le hace justicia al legado de Cohen. Los entrevistados van de colaboradores usuales de Cohen –como Fred Williamson (Black CaesarHell Up in HarlemOriginal Gangstas) y Michael Moriarty (QThe StuffA Return to Salem’s Lot)– a colegas que siempre lo han admirado, tanto contemporáneos (Martin Scorsese, John Landis, Joe Dante) como más jóvenes (Mick Garris, J.J. Abrams).

La esencia de Cohen está perfectamente capturada y, sin duda, es un verdadero deleite escuchar esas historias que retratan a un cineasta salvaje, dispuesto a todo en pro de sus filmes. Así se entiende que un obrero intrépido del cine como Cohen perteneció a otra época, pre 9/11: él solía filmar sin permisos oficiales y sin avisarle a nadie en lugares públicos como un aeropuerto, las calles de Nueva York (donde la gente llegó a pensar que los asaltos de la película eran reales), y hasta la casa del otrora director del FBI, J. Edgar Hoover.

Verdadero cine de guerrilla, que a su vez respetaba a artistas del pasado (Cohen trabajó con leyendas como el compositor Bernard Herrmann, el director Samuel Fuller y la actriz Bette Davis), se basaba en ideas absurdas que no cualquiera se atrevería a filmar, y lograba hacer comentarios sociales.

Queda claro que películas como It’s Alive (1974) y The Stuff (1985) tienen un gran base de seguidores, pero no sólo eso: como la de Roger Corman o Lloyd Kaufman, la prolífica filmografía de Cohen se merece un lugar en la historia del cine aunque muchos lo quieran negar. Aquí encuentran una clase magistral de cómo hacer las películas que te apasionan, de forma rápida y sin dejar a un lado la visión comercial.

Bonus: Entrevista con Steve Mitchell, director de King Cohen

Cinema Inferno: ¿Cuál fue el principal objetivo del documental?

Steve Mitchell: Tuve un par de objetivos. Uno era celebrar una carrera verdaderamente única. Larry trabajó en televisión mainstream, decidió hacer sus propias películas, continuó laborando en televisión, escribió guiones… nadie hace eso. Larry dijo que John Cassavetes lo hacía, porque actuaba en películas comerciales para poder pagar sus propias películas. Entonces yo quería celebrar el hecho de que Larry hizo algo que casi nadie más: ir de ida y vuelta a voluntad. Eso me llamó la atención porque en los viejos tiempos, no tanto en la actualidad, si eras un tipo de televisión o que trabaja con presupuestos bajos, te quedabas estancado ahí.

El otro objetivo era celebrar a un tipo con una gran mente creativa y una voluntad muy fuerte para hacer las cosas de la manera en la que creía que se tenían que hacer. Quería hacer una película interesante sobre un tipo interesante; creo que eso es siempre la clave para cualquier cinta, ya sea si es ficción o documental: tienes que tener a una estrella interesante. Yo tuve suerte porque Larry tiene una gran carrera y también es un personaje interesante.

¿Cuál fue el principal reto para lograr que Larry se abriera y contara sus historias?

Afortunadamente no tuve que forzar nada. Hicimos cuatro sesiones con él y después de la primera surgió un chiste: dije que simplemente lo podíamos sentar en una silla, prender las luces y apretar el botón de grabar en la cámara, y luego nos podíamos ir a desayunar por tres horas y yo les garantizaba que regresando, él iba a seguir hablando. Gracias a Dios, Larry tenía historias en abundancia. Para un cineasta como yo fue fantástico tener a un protagonista que es constantemente interesante y entretenido.

Sobre los otros entrevistados, ¿fue complicado acercarse a gente como Martin Scorsese y John Landis?

Landis fue relativamente fácil. Cuando haces un documental como King Cohen: The Wild World of Filmmaker Larry Cohen, se trata de ajustar agendas, ver si están disponibles, si están en la ciudad. Eso no es difícil pero algunas veces es complejo.

La historia de Scorsese es muy interesante. Nos pusimos en contacto con su oficina y literalmente les preguntamos por meses si estaba listo. En ese momento, él estaba listo para ir a Taiwán y filmar Silencio (Silence, 2016), pero también se preguntaba por el documental de Larry Cohen. El tiempo se estaba agotando. Yo me hubiera subido a un avión para ir a Nueva York, hubiera hecho cualquier cosa, pero él sugirió que le mandara las preguntas y que uno de sus trabajadores lo grabara; le mandé 30, respondió una docena. Entonces la gente me pregunta, “¿cómo es Scorsese?” ¡No lo sé! Pero obviamente es un fan y tiene una relación personal con Larry, gracias a Bernard Herrmann.

Hubo algunas personas que no pudimos entrevistar. Yo quería hablar con Joel Schumacher [director de Enlace mortal] pero no estaba disponible. Intenté contactar a Tony Lo Bianco [protagonista de God Told Me To] pero no se concretó. Sharon Farrell [actriz de It’s Alive] iba a hablar con nosotros pero cambió de opinión. Pero estoy muy contento con el reparto que tenemos. Yaphet Kotto [protagonista de Bone] nunca da entrevistas, pero lo hizo porque ama a Larry. Tuvimos que cazar a Michael Moriarty [protagonista de The Stuff y Q, entre otras] porque está en Canadá en un exilio auto impuesto. Obvio que teníamos que tener a Fred Williamson [protagonista de Black Caesar y Hell Up in Harlem, entre otras]. Fred, Moriarty y Yaphet fueron la clave.

Por otro lado, algunas veces simplemente te encuentras a las personas. Me topé a Robert Forster [actor de Original Gangstas] en Los Ángeles y le pregunté si estaría interesado en hablar sobre Larry Cohen; él le habló a Larry para confirmar y luego habló con nosotros. Eric Roberts [protagonista de The Ambulance] fue muy divertido, pero nunca sabes.

Larry es un cineasta prolífico, entonces ¿cómo decidiste que el documental tenía que enfocarse en su trabajo de director?

Bueno, está enfocado en su carrera creativa primeramente. Usamos la cronología de su carrera como nuestra columna vertebral, porque no hay guión; escribimos la película en el cuarto de edición. Ahí le dije a mi editor que usáramos la cronología, pero todo lo que incluyéramos tenía que tener una razón.

La secuencia de It’s Alive, por ejemplo, tiene que ver con su colaboración con Rick Baker y, por supuesto, con Bernard Herrmann. Espero que cada secuencia revele algún aspecto de Larry. Editamos la secuencia de A Return to Salem’s Lot (1987) tres veces porque no funcionaba del todo; la película no es una de mis favoritas pero lo interesante es la participación de Samuel Fuller y su relación con Larry.

Similar al caso de Bette Davis y Wicked Stepmother (1989).

El capítulo de Bette Davis… las intenciones de Larry fueron espectaculares, cálidas y decentes, por el hecho de que él ama a las estrellas de cine. Pero todo esto explotó en su cara, y aún así buscó una manera para que funcionara. Esa secuencia muestra que le importaba su trabajo.

Cuando haces un largometraje, no es sobre las historias sino que al final del día, estás creando un retrato de alguien. Cada capítulo tiene ciertos colores para crear el retrato. Ese fue nuestro motor principal.

¿Cuáles son los filmes esenciales para conocer a Larry Cohen?

Eso es subjetivo, pero ¿qué demonios? Tú me preguntaste, entonces te lo diré.

Creo que Q (1982) es la más esencial porque muestra muchas de sus facetas, sus ideas locas y su osadía como cineasta de guerrilla. Michael Moriarty da la mejor actuación de su carrera. También es una gran película de Nueva York; yo soy de ahí y lo neoyorquino de la cinta es grandioso. De igual forma es un filme de monstruos, crimen callejero, detectives… eso es la clave con las películas de Larry, nunca son sólo sobre una cosa.

The Ambulance (1990) es otra esencial. Pienso que es simplemente disparatada, pero la amo. It’s Alive es muy significativa. Bone (1972) es interesante porque si hubiera sido un éxito, la carrera de Larry sería diferente, más cercana a la de un dramaturgo.

¿Cuál es el lugar de Larry Cohen en la historia del cine?

Larry se merece estar en la cima de los cineastas independientes. Roger Corman es famoso e hizo muchas películas, pero yo trabajé con él y sé que dirigió todas esas películas para ahorrarse dinero; Corman siempre fue más un productor. Larry, por su parte, siempre fue una fuerza creativa.

¿Es uno de los grandes directores de clase A? No lo creo, pero es un cineasta único, idiosincrásico, con una voz distintiva, que hizo películas de una manera atrevida y arriesgada. Creo que se merece algo de reconocimiento y por eso hice este documental.

Versiones diferentes de estos textos fueron publicadas originalmente en Mórbido.

THE DRUG KING: El Scarface surcoreano

Por Eric Ortiz García (@EricOrtizG)

La trama del don nadie que gradualmente se convierte en el capo de todos los capos es una de las más socorridas dentro del cine de crimen. Desde el primer montaje del filme The Drug King (Ma-yak-wang, 2018), dirigido por Woo Min-ho, un narrador nos indica que estamos, precisamente, ante la historia inspirada en hechos verídicos del hombre que dominó el tráfico de metanfetamínas en Corea del Sur y Japón: Lee Doo-sam, interpretado por el gran Song Kang-ho, actor regular de dos de los grandes autores del cine surcoreano contemporáneo: Bong Joon-ho (Crónica de un asesino en serie, El huésped, El expreso del miedo) y Park Chan-wook (Zona de riesgo, Sr. venganza, Thirst). 

En The Drug King, donde tiene su primer protagónico desde el éxito taquillero de 2017 A Taxi Driver (Taeksi woonjunsa, 2017), Song Kang-ho le da vida a un hombre de familia y orfebre de la ciudad portuaria Busan que, tras involucrarse en algunas actividades ilegales, acepta un trabajo circunstancial que ya no involucra oro sino una poderosa droga: la metanfetamína, históricamente usada por los pilotos kamikaze para no sentir miedo y, en la época de la película (1972-1980) la demanda tenía que ver, más allá de los pobres adictos, con las fabricas que requerían a trabajadores sin sueño.

Evidentemente, The Drug King presenta un contexto particular, en el que Corea del Sur pasó a ser el gran proveedor del llamado “crystal meth” de Japón. El desprecio de los surcoreanos hacia los nipones (hacerlos adictos al cristal es un “acto patriótico” para el protagonista), además de la “amenaza comunista” de sus vecinos del norte y otros momentos específicos de la historia surcoreana (i.e. el asesinato en 1979 del presidente Park Chung-hee), son parte de ese contexto único dentro del cine de gánsteres, el cual se entremezcla con otros elementos muchísimos más familiares.

Ahí está Lee Doo-sam, inicialmente humillado y traicionado por sus superiores, pero eventualmente con la visión suficiente para emprender un plan –equivalente a los de llevar droga de Sudamérica a Estados Unidos en películas y series como Caracortada (Scarface, 1983), Pájaros de verano (2018) y Narcos– que lo sube a un pedestal de donde la caída es inevitable. En este desarrollo por demás clásico, donde naturalmente aparece la ambición, el dinero, el poder y el ego, también caben los personajes arquetípicos del fiscal (Jo Jung-suk) que emprende la investigación que pretende dar con el capo del “crystal meth” y el de la amante (Bae Doona) cuya conquista representa tener el mundo a sus pies para el protagonista. 

Un filme con tintes épicos de poco más de dos horas de duración, y que se extiende a lo largo de casi una década, The Drug King se mueve rápido por diversas facetas, haciendo de su personaje central una especie de mezcla entre Walter White de Breaking Bad (el arte de cocinar metanfetamína se hace presente), Pablo Escobar (no sólo la ejecución del plan de producción y distribución de droga remite a la primera temporada de Narcos, sino que Lee Doo-sam llegó hasta las corruptas entrañas de la política y la élite surcoreana) y, por supuesto, Tony Montana.

En general menos violenta que cualquiera de las dos Caracortada –al estar enfocada en buena parte de su metraje a las negociaciones de Lee Doo-sam con una variedad de peces gordos–, The Drug King es, de cualquier forma, una heredera sobre todo de la versión de Brian De Palma con Al Pacino. “No subestimes la codicia del otro” y “no te drogues con tu propia mercancía” eran las reglas que Montana aprendía en la Caracortada ochentera y que, al mismo tiempo, revelaban su destino, idéntico al del protagonista de The Drug King (incluso Lee Doo-sam escucha de sus primeros socios la misma advertencia sobre no usar metanfetamínas).

La previsible caída del capo viene de la mano del malestar y las traiciones de los olvidados seres queridos (además de la esposa, Kim So-jin, ojo con el primo, interpretado por Kim Dae-myung, sin duda el personaje secundario con el desarrollo más contundente), reencuentros con socios pasados y, consecuentemente, violencia gansteril digna de Michael Corleone (ejecuciones múltiples) y del propio Tony Montana (el clímax tiene ecos de la icónica secuencia final de Caracortada). La mayor propuesta del filme de Woo Min-ho llega una vez que pasa de un enfoque a un panorama amplío, a la paranoica y demencial intimidad de un capo de la droga convertido en lo que solía contrastar con su vida de lujo: un simple yonqui arruinado. The Drug King no es una cinta revolucionaria dentro de su género, pero la transformación de Lee Doo-sam de un bonachón esposo y padre de familia, que bailaba gratamente al ritmo de Shocking Blue, en un capo codicioso, e irremediablemente adicto a su propia droga, no deja de brindar momentos notables.